Viernes, 9 de noviembre de 2012 | Hoy
MELISA D’ORO PRIMERA MAESTRA TRANS DE LA CAPITAL
Me empecé a draguear hace siete años, pero recién después de estas últimas vacaciones de invierno salí por completo del closet laboral. Ese era el último placard que me quedaba. Fui haciendo, a lo largo de los años, una transición muy suave para pasar de ser gay a trans, es decir, acomodando mi imagen anterior a la imagen que siento que es la mía. Fui llevando al colegio los anillos. Empecé a ir depilada. Usaba corpiños cada vez de mayor volumen. Es muy gracioso, porque durante mucho tiempo tuve tetas, que no se puede decir que pasen disimuladas, pero hubo mucha gente a la que le costaba verlas. Es curioso cómo cada uno ve lo que quiere y borra de su cabeza las imágenes de lo que todavía no puede procesar. Antes de salir del placard formalmente (con una carta que mandé a las autoridades docentes) yo tenía algo de miedo, sí, porque no conocía otros casos de docentes que hubiesen hecho lo mismo. Pero no tenía ninguna duda porque lo había pensado durante años.
Lo hubiese hecho con o sin la ley, lo único que me retrasaba era que no quería provocarle una emoción muy fuerte a mi viejo, que estaba saliendo de un infarto. Finalmente, mi papá murió, en el medio salió la ley, y yo aceleré el proceso. La salida de la ley no fue determinante, pero sí ayudó a instalar el tema y me facilitó las cosas para hablarlo con la gente. Hoy, cada día estoy más convencida de que las puertas están para abrirlas.
Los directivos de las escuelas y mis colegas ya se habían dado cuenta, salvo alguno medio distraído. Y la reacción de los chicos fue hermosa. Ellos también se venían dando cuenta de lo que pasaba. Yo iba a clase con uñas nacaradas, plateadas y doradas. Entonces algún nene o nena me preguntaba: “¿Por qué usás las uñas así?”. Y yo: “Porque me gusta”. Entonces ellos: “Pero eso es de mujer”. “Bueno, entonces seré mujer”, les respondía, desdramatizando el tema, como siempre. O me preguntaban mi nombre como si algo les hiciera ruido. Entonces, yo explicaba: “Mirá, en mis documentos dice X pero yo, en realidad, tengo otro...”.
El día en el que decidí empezar a mostrarme en la escuela tal cual soy les di una larga explicación a los chicos, contándoles mi vida y cómo me sentía ahora. Al final me aplaudieron mucho. Ahora si a algún alumno se le escapa un “¡profesor!”, yo ya no tengo que decir nada porque el resto del aula lo corrige.
La reacción de todos los adultos que me rodean fue también buena: de cordial a cariñosa. Puede ser porque yo hice una transición muy paulatina, porque trabajo en escuelas del Estado y no en colegios privados confesionales, porque se respira otra cosa en el ambiente. O por una mezcla de las tres cosas. Yo no esperaba tanto afecto. Todos los demás me sorprendieron mucho más a mí que lo que yo los sorprendí a ellos. Los papás siempre son un poco más distantes, pero con las mamás me llevo bárbaro. Muchas, el día en que se los conté, me dijeron cosas como “bienvenida al género” o “¡no sabés dónde te metiste!”
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