Viernes, 9 de noviembre de 2012 | Hoy
Al cierre de esta edición, Diana resultaba seleccionada en la terna para ocupar el cargo de defensora del Pueblo en La Matanza. Aquí una historia íntima de los últimos diez años.
Por Diana Sacayán
Si miro hacia atrás, como mínimo diez años, tengo la sensación de haberle ganado a la Diana excluida; la historia de la travesti pobre y triste ya fue. Este colectivo pasó de debatir (desde los ’70 hasta los ’90) si era legítimo que estos cuerpos transitaran la vía pública a pensarse como sujetos de derecho durante los 2000, para hoy hacerlo como sujetos políticos. Cuando me enteré de que había quedado ternada para ocupar la Defensoría del Pueblo, lloré muchísimo. Eran lágrimas de gloria, porque ya no somos las travas resentidas que tirábamos piedras. Obviamente, esto no es espontáneo, hay un contexto que permite hoy estar como estamos. El día en que los concejales en la reunión dijeron de mí que estaban frente a un cuadro político, con sólo escuchar esa frase yo me vengué en paz de ese policía que en el calabozo me golpeó, que después me siguió pegando en un pasillo, me rompió la cadenita que era el único recuerdo que me quedaba de mi mamá (qué increíble lo que pensaba mientras me pegaban). El tipo me pedía que dijera que estaba arrepentida de ser puto, que gritara que sentía vergüenza. Y lo que hice fue tirarle un escupitajo. Después vino alto palizón. En mis treinta y pico he vivido unos 70 años. Estuve detenida dos veces. He perdido tres casas, tuve que volver a la casa de mi vieja cuando recién salía de la cárcel, empezar de cero muchas veces. Estuve también acompañada ocho años por una persona que, si bien hoy no está, me ayudó a salir de la prostitución. Ahora me veo con un trabajo estable, planeando el futuro, pensando en ocupar lugares estratégicos. Puedo proyectarme de acá a un par de años y eso parece poco, pero es algo que hace diez años no podía hacer. Yo me imagino ocupando cargos políticos, porque ya sé que eso es para mí, y con la idea de que no se puede escindir la temática de la diversidad de los temas que nos tocan como personas en otros ámbitos. No se puede separar la clase social de la orientación sexual. Somos una organización que con muy pocos recursos y prensa pudimos armar una agenda que va mucho más allá de los temas lgbt, más allá de la cosa de estar siempre mirándose el ombligo.
Claro que todavía está lleno de expresiones en las que es difícil distinguir si vienen de la mala leche o de la ignorancia. Cuando se aprobó la Ley de Identidad de Género, Lohana dio un discurso que me aprendí de memoria. Ahí decía que a quienes nos quisieron ocultar les digamos que somos ciudadanas de primera. Muchas acusaciones nos hicieron, tanto desde la izquierda como desde la derecha: que éramos poco estrategas, que queríamos romper todo. Sólo porque proponíamos cosas que complejizaban su agenda. Me habrán pegado palos en cana, pero a estas discriminaciones las recuerdo como las peores, porque venían desde el interior de nuestras organizaciones. Por ejemplo, las que sufrí en el movimiento piquetero. Hace cinco años empezamos a darle manija a un proyecto de inclusión educativa para personas travestis y transexuales en la provincia de Buenos Aires y fuimos a un encuentro con directores, inspectores de escuela. Yo estaba muy nerviosa porque todavía no tenía mucha práctica de hablar en público. Conté de qué se trataba lo que proponíamos: queríamos que las personas trans volvieran a la escuela para terminarla y los que no habían empezado que la hicieran. Y me acuerdo de haber escuchado un comentario, que venía desde atrás, de uno de los inspectores que dice: “Bueno, ya nos hicieron trabajar con indios, con presos y ahora nos van a hacer trabajar con putos”.
En 2004, en el microestadio de Lanús, se hizo el encuentro nacional de ocupados y desocupados. Lo organizaba el Bloque Piquetero Nacional. Nosotras integrábamos el bloque en ese momento y con un grupo de organizaciones, que en ese momento eran aliadas y amigas, tratábamos de ingresar en la agenda piquetera a las demandas trans. Y era fortísimo porque hasta se negaban a poner en el pliego de reivindicaciones la palabra “travesti” y la palabra “prostituta”. Ellos a nosotras ni nos podían nombrar, mientras nosotras habíamos estado cortando la ruta con ellos durante la década del ’90. No estoy diciendo “los piqueteros son transfóbicos”, sino que hay cuestiones de discriminación que atraviesan a la sociedad de izquierda a derecha. También pasa adentro del movimiento lgbt. Algunos dicen “nosotros vamos por los derechos gays”, no importa si para eso hay que acordar con la derecha o con la izquierda y terminan organizando desayunos en la Embajada de Estados Unidos con las multinacionales que explotan a los niños en la India, pero no discriminan a los putos. Nosotras nunca nos aliamos con los explotadores, tenemos una visión crítica incluso para buscarles los puntos flojos a todo lo que se ha hecho.
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