En todos los espacios donde me muevo saben que soy lesbiana desde el primer día. Me divierten las reacciones de mis compañeros de trabajo nuevos cuando les digo. Una vez iba con uno nuevo en el subte. Faltaban dos estaciones para bajarme y le digo al pasar “mi novia”. Casi se muere, me dijo: “No me podés decir algo así a dos estaciones de bajarte, quiero saber todo”. Me preguntaba qué pasaba en la cama. Hay muchas dudas acerca de nuestra sexualidad. Odio el personaje hipersexualizado de la lesbiana que algunos tienen en la cabeza como alguien exótico, una liberada total.

Soy de tener relaciones largas, casi siempre monogámicas. A veces las lesbianas construimos un mundo cerrado, con reglas y estereotipos tal vez más fuertes que los que nos imponen desde afuera. Al principio, me chocó mucho el rechazo a mi look no chongo, que ahora pasa menos. Muchas veces, con sus horrores y todo, me he sentido más cómoda entre héteros. Me hincha un poco las formas tan estrictas que tenemos de nombramos. No está bueno estar mirándonos siempre a través de una teoría. Pero también es verdad que no veo en personas hétero, salvo algunos pocos casos, un cuestionamiento interesante del patriarcado, de la monogamia y de todas esas formas de opresión.