Viernes, 6 de febrero de 2015 | Hoy
SALUD
Por Pablo Gasol
No siempre y no todos vibramos en la misma frecuencia. Yo mismo vibré en muchísimas frecuencias distintas. Pero siempre fui Pablo, el que escribe. Mucha gente cree que fui dos personas distintas. Me pasa que desde que asumí mi identidad de género autopercibida, más aún ahora, que hace poco me realicé la mastectomía, mucha gente me habla de “ser yo”. Siempre fui yo. Así como mi cuerpo es siempre el mismo, y siempre distinto a la vez, como el de todos, porque al cabo de un tiempo todas las células se regeneran, nacen y mueren, se modifican. Yo puedo tener barba, o volver al momento donde tenía tetas, o a los diez años, cuando mis compañeras de primaria notaron que no tenía las orejas perforadas, y le pedí a mi padre que lo hiciera, sólo para pertenecer. O para no levantar sospechas. Cuando hice la transición, y tuve incluso el apoyo de mi propio padre y hermana, corroboré lo que ya sabía: que ellos siempre me aceptaron. Porque puertas adentro yo me relajaba, y era yo mismo sin tapujos. Corroborar lo que ya sabía me hace, aún hoy, preguntarme por qué demonios tardé tanto en hacerlo. Ahí está la respuesta. Por mis temores. Porque, como todos, quise y temí ser diferente. Creo que a todos nos pasa en el fondo. Queremos ser extraordinarios, pero nos esforzamos por encajar. Es como si fuese un triángulo decretado cuadrado. Acepté mi rol de cuadrado, me paré de lado veintiocho años, encajando de la única forma que podía. Rogando por que nadie notara el espacio incompleto que quedaba en mí, al tratar de encajar en el puzzle social, teniendo una forma que no era la mía. Por eso debo haber desarrollado mi escoliosis. Tengo una pierna un centímetro más corta que la otra. A la que hice cargar con todo mi peso toda mi vida, la cual aceptó inapelablemente su destino. Creo que es momento de volver a usar plantillas ortopédicas. Para dejar de aceptar los problemas como inalterables, y ponerme en marcha para solucionarlos. La gente me rechazaba del mismo modo que lo hacía yo, cuando vivía en el rol de mina. Hoy, todos y todas adoran a Pablo. Me adoran a mí, pueden verme. Me muevo con libertad, con soltura, con alegría. Sonrío con sinceridad, les gusta mi sonrisa. A mí también me gusta. Me gusta ser yo, me acepto, me quiero. A veces no tanto. A veces vuelve el fantasma que intenta autodestruirme. Afortunadamente logré salir de las trampas que yo mismo me tiendo. Muchas veces con ayuda, algunas otras en soledad, desde mi propia fuerza. Durante años me convencí de ser débil, porque me era cómodo. Reverencian y valoran al escritor, al dramaturgo, al director de teatro. Reprobaban a la estudiante dispersa, a la canillita que creían ver. Pero, detrás de mis ojos, siempre estuve yo. No soy más hombre por haber hecho la transición, sencillamente me respeto. Y eso me trajo el respeto del resto.
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