No podía dormir en una cama caliente o comer un plato de comida sin pensar en todas aquellas compañeras que no tienen acceso a eso. La recuerdo recorriendo siempre las calles. Mi rol era la de acompañar y ayudar porque todo lo promovía ella con su gran compromiso. Así como era muy cariñosa, siempre a los arrumacos, siempre tirándote besos y a los abrazos, también era muy exigente. Me decía: "Verónica, yo necesito que vos estés. Vos tenés que aprender todo lo que puedas ahora, ¡aprendé marica!, porque el día que yo no esté, cómo van a hacer para seguir. Agarrá ese teléfono y llamalo a Mengano, y hacete una lista de lo que hicimos hoy." Y aunque yo le llevara una lista larguísima, no era suficiente, la vulnerabilidad siempre nos superaba. Por más cosas que hiciéramos, la gran mayoría de las travestis vive en una situación tan desesperante que nunca alcanza. Si un día pactábamos ir a tres lugares, sobre la marcha terminaban siendo cinco, y así. Todo el tiempo le surgían nuevas ideas, nunca la ibas a ver quieta. Y en esa avalancha que era, de no parar, yo pensaba: no le debe quedar tiempo para otras cosas. Porque otras cosas faltaban: era alguien con una gran necesidad de amor, alguien que sufrió por no haber podido tener ese amor con el que todos sonamos. Una de las últimas cosas que me dijo fue: "Vos, Vero, tenés a tu familia, a tus hijos. Yo no tengo nada." Y a pesar de esas angustias: su fuerza para superar las situaciones de la tremenda violencia que vivimos en las calles. No quiero recordarla con tristeza, sino con la polenta que tuvo incluso desde la primera vez que la vi: dando un discurso en Laferrére, parada en un atril, el un paseo de las artes del barrio, defendiendo desde donde estuviera la resistencia. O alguna de sus frases: "Vamos a visitar a la compañera a tal barrio, Vero. No importa la hora, vamos, porque si no vamos nosotras, no va nadie".

Verónica Luna (M.A.L. Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación)