Lunes, 11 de febrero de 2013 | Hoy
Cuando el papa muere o renuncia, la Iglesia católica queda acéfala. En el llamado "régimen de sede vacante" toma el timón el colegio cardenalicio, pero sus poderes se limitan a tramitar los asuntos pendientes y organizar el cónclave encargado de elegir al sucesor.
En su carta apostólica "Universis Dominici Gregis" (1996), el fallecido Juan Pablo II actualizó las disposiciones vaticanas que regulan el interregno y el procedimiento de elección papal, fijando hasta los menores detalles. Inmediatamente después de la muerte o la renuncia, se precinta el despacho del papa y se sellan sus aposentos privados. Los cardenales prefectos y el cardenal secretario de Estado renuncian a sus cargos.
Para elegir al nuevo sucesor de San Pedro deberán congregarse en Roma los cardenales del mundo entero menores de 80 años. En estos momentos son 118, procedentes de 48 países. Europa ostenta la mayoría entre los cardenales electores, con un total de 62, seguida de América Latina, con 19. El cónclave, asamblea de cardenales herméticamente cerrada (con clave = con llave), tiene lugar en la Capilla Sixtina.
Los pactos electorales están prohibidos y los purpurados, que se alojan en la Casa Santa Martha, una nueva mansión de huéspedes vaticana modernamente acondicionada en el interior del Vaticano, tienen que jurar secreto absoluto sobre las deliberaciones.
En principio, cualquier sacerdote puede ser elegido papa, pero desde hace siglos los cardenales eligen siempre a uno de ellos. Para la elección no hay candidatos previos. Una vez comenzado el cónclave cada cardenal escribe en una papeleta el nombre de su favorito. Mediante este procedimiento, en el curso de las sucesivas votaciones van configurándose las mayorías.
Después de cada dos votaciones, las papeletas de voto se queman. El papel se mezcla con pez, una sustancia que al arder despide un intenso humo negro. Cuando los habitantes de Roma ven salir humo negro por una chimenea conectada al tubo de una estufa de la Capilla Sixtina saben que aún siguen sin papa.
Primero es necesaria una mayoría de dos tercios y si la elección no se produce durante varios días, se puede elegir por mayoría absoluta. A esta segunda modalidad se puede recurrir como muy pronto a partir de la trigésima ronda electoral. A partir de entonces, se puede celebrar una elección en la que sólo salgan a votación los dos favoritos.
Inmediatamente después de ser elegido, el nuevo pontífice escoge el nombre oficial que va a usar durante su reinado y de la chimenea sale humo blanco, signo para la población de que ya hay otro Obispo de Roma. A continuación, el nuevo papa es presentado a la población desde el balcón del Vaticano con la consagrada fórmula latina "Habemus Papam" ("tenemos papa"). El nuevo pontífice se presenta entonces ante la multitud e imparte su primera bendición "Urbi et Orbe" ("a la ciudad y el mundo").
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