Lunes, 18 de enero de 2016 | Hoy
Por Carlos Ríos
Escribí “Ya no hay razones para quedarse atrás” durante la primera semana de anuncios políticos y acciones del actual gobierno. Entre fines de noviembre y comienzos de diciembre del año pasado sufrí una interrupción en mi trabajo literario; de repente, lo que salía casi con espontaneidad dejó de salir. En esos días la escritura fue dominada por la parálisis. Estuve todo el día pegado a la computadora, leyendo la sintonía fina de los diarios con el propósito de entender adónde iba el país. Más allá del posteo siempre catártico en las redes sociales no me salían otras palabras. Cada vez que eso pasa, es decir cuando las condiciones externas ingresan en el campo de escritura y afectan su materialidad, amplifican su esquema retardatario frente a los hechos y anulan sus capacidades, me pregunto si será posible continuar. Este relato –incluso desde su acercamiento difuso y provisional: una muda de forma– es la prueba de que es posible.
Visto en perspectiva, es un relato sin pasado o que va construyendo un pasado hacia adelante, como si en el presente –donde los acontecimientos harán que la chica de los Fernández se transfigure en La Chiki– se pudiera encontrar o recuperar la clave que permita la construcción de un linaje. Nos instalamos en cierta zona de selección y de exclusiones. A la vez, hay un doble registro de la historia, una segunda selección de momentos y abandonos, el pliegue de una voz sobre la base de una voz anterior: quien la cuenta la leyó en alguna parte, ¿en capítulos de una novela? Algo así, digámoslo tentativamente; recibimos una versión reducida y alterada de otra versión (en paralelo se escriben los extravíos y mutaciones de una voz autorizada). Lo real se presenta sesgado, oculto en las palabras e intervenido por las voces que traman, con mayor o menor voluntad, su representación.
Todo lo que leemos como impulso biográfico sobre “La Chiki” Fernández –para unir por sus nombres los opuestos– podría ser puesto en duda; a la vez, es la única noticia que tenemos de eso que sucedió. Hay interés, por parte de esos dos narradores –¿narradoras?, ¿uno y una?– en destacar unas escenas y eludir otras. El vértigo, el cambio de suerte y la transformación, son una marca y una transmisión de época: fue cuestión de levantar la vista de la página y ponerse a escuchar.
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