Jueves, 31 de enero de 2008 | Hoy
Por George Orwell
Dickens es uno de aquellos escritores que bien vale la pena robar. Hasta el entierro de su cuerpo en Westminster Abbey fue una especie de hurto, pensándolo bien.
Cuando Chesterton escribió sus introducciones a la edición Everyman de las obras de Dickens le pareció perfectamente natural atribuir a éste su individualismo, sello de medievalismo, y más recientemente un escritor marxista, Mr. T. A. Jackson, ha hecho vivos esfuerzos por convertir a Dickens en un sangriento revolucionario. El marxista lo reclama como “casi” marxista, el católico lo reclama como “casi” católico, y ambos lo proclaman campeón del proletariado (o de “los pobres”, como habría dicho Chesterton). En cambio, Nadezha Krupskaya, en su pequeño libro sobre Lenin, cuenta que hacia el fin de su vida Lenin fue a ver una versión dramatizada de The Cricket on the Hearth (El grillo en el hogar), y encontró tan intolerable “el sentimentalismo de clase media” de Dickens que se fue a mitad de una escena.
Si se da a “clase media” el significado que podría esperarse le atribuyera Krupskaya, éste fue probablemente un juicio más exacto que los de Chesterton y Jackson. Pero merece notarse que la antipatía hacia Dickens implícita en esta observación es algo inusitada. A mucha gente no le ha parecido interesante, pero muy pocos han demostrado sentir hostilidad hacia el espíritu general de su obra. Hace varios años Mr. Bechhofer Roberts publicó un ataque de cuerpo entero contra Dickens en forma de una novela: This Side Idolatry (La idolatría de este lado), pero el ataque era meramente personal, movido más que nada por el trato que daba Dickens a su mujer. Se refiere a incidentes de los cuales ni siquiera uno entre mil lectores de Dickens querría tener noticia, y que no invalidan su obra más de lo que invalida el Hamlet la impresión de segundo orden. Lo único que el libro demostró realmente fue que la personalidad literaria de un escritor tiene poco o nada que ver con su carácter. Es muy posible que en su vida privada Dickens fuera precisamente el tipo de egoísta insensible que le atribuye Mr. Bechhofer Roberts. Pero de su obra publicada se trasluce una personalidad totalmente diferente, personalidad que le ha ganado muchos más amigos que enemigos. Bien podría haber sido de otra manera, pues si Dickens era un burgués, era también sin duda un escritor subversivo, un radical, y hasta podríamos decir un rebelde sin faltar a la verdad. Quien ha leído mucho su obra lo ha sentido. Gissing, por ejemplo, el mejor de los escritores sobre Dickens, era cualquier cosa menos radical, y desaprobaba esta disposición de Dickens y deseaba que no se encontrara en su obra, pero jamás se le ocurrió negarla. En Oliver Twist, Hard Times (Tiempos difíciles), Bleak House (La casa desierta), Little Dorrit (La pequeña Dorrit), Dickens atacó a las instituciones inglesas con una ferocidad a la que nadie se ha aproximado desde entonces. Sin embargo, se las compuso para hacerlo sin que lo odiaran por ello y, más aún, la misma gente que atacó en sus libros lo ha absorbido tan completamente que él mismo se ha convertido en institución nacional. En su actitud hacia Dickens el público inglés siempre se ha parecido un poco al elefante que siente como deliciosos cosquilleos un rudo bastonazo. Antes de tener yo diez años me hacían engullir a Dickens maestros de escuela en quienes aun a aquella edad podía advertir un gran parecido con Mr. Creakle, y uno sabe sin necesidad de que se lo digan que los abogados se deleitan con el Sargento Buzfuz y que Little Dorrit es un libro favorito en el Ministerio del Interior. Dickens parece haber logrado atacar a todos sin contrariar a nadie. Como es natural, ello hace que nos preguntemos si al fin de cuentas no habría algo de irreal en su ataque a la sociedad. ¿Qué posición exacta ocupa, social, moral y políticamente? Como de costumbre, se puede definir más fácilmente su posición si se empieza por determinar qué no era.
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