Domingo, 26 de diciembre de 2010 | Hoy
Por Ricardo Piglia
He escrito muchos cuentos pero éste me parece el mejor. Eso no quiere decir que sea bueno, sólo quiere decir que está cerca de lo que busco cuando escribo un relato: que cuente varias historias. Lo escribí a fines de 1964, en un verano. Estaba estudiando en La Plata y seguía un curso de Carlos Heras sobre Urquiza y de ahí viene mi admiración por la épica y por la caballería entrerriana. Eran los mejores jinetes del mundo y atacaban en malón, como los indios. Recién pudieron vencerlos cuando Urquiza pactó con Mitre y se fue sin pelear en Pavón. En aquel tiempo yo vivía en la casa del Tata Cedrón, un conventillo en la calle Olavarría, en La Boca, y en una de las piezas se lo leí, una noche, a la banda que acampaba con nosotros, Miguel Briante, Dipi Di Paola, Alberto Szpunberg, Cacho Scarpati, los hermanos del Tata. Los amigos eran los únicos lectores que nos interesaban. Yo estaba empezando, pero no me parece que haya mejorado desde entonces. Con el paso de los años, un escritor cree que evoluciona, pero sólo envejece.
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