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“De la calle”, la realidad cotidiana de cualquier ciudad de Latinoamerica
Sin pasar por los cines, llega al video esta historia de niños que sobreviven como pueden en los márgenes del gigantesco Distrito Federal mexicano.
Por Horacio Bernades
Hace ya más de medio siglo que Luis Buñuel lanzó, desde México al mundo entero, una bomba llamada Los olvidados. Aún filtrada por el característico enrarecimiento de lo real (consustancial al maestro aragonés), ésta fue una de las primeras películas en meter el dedo en una de las grandes lacras del capitalismo internacional: la niñez urbana condenada a la miseria, la criminalidad y la vida en los basurales. Modelo jamás superado, Los olvidados es el hito de un rubro cinematográfico que, como es lógico, creció desde entonces en el cine latinoamericano. Películas como Crónica de un niño solo, Pixote, Pizza, birra, faso, la ecuatoriana Ratas, rateros y ratones y hasta la flamante Cidade de Deus surgen de esa misma matriz, en relación con la cual plantean desvíos y continuidades. También desde México llega ahora un nuevo explosivo de fragmentación cinematográfica llamado De la calle. Exhibida durante una reciente “Semana de Preestrenos Mexicanos”, llega ahora directamente al video, editada por la firma AVH como cabecera de playa para una serie de films del mismo origen, que se conocerán en los próximos meses.
Basada en una obra de teatro escrita por Jesús González Dávila, coguionada por el propio dramaturgo e interpretada por un completo elenco de desconocidos y el aporte de dos o tres rostros sumamente populares en el cine mexicano (los ripsteinianos Luis Felipe Tovar y Ernesto Yáñez), De la calle es la opera prima de Gerardo Tort, cineasta de frecuente trabajo en publicidad, además de fundador de una revista cultural. La película cuenta con el aval de dos de las fundaciones más activas en el sostén del cine independiente internacional, la holandesa Hubert Bals y el Instituto Sundance, se paseó por importantes festivales de cine (Rotterdam y San Sebastián) y el año pasado arrasó con los premios Ariel, que la industria del cine mexicano destina a lo mejor de su producción anual. Viéndola, daría la sensación de que Tort y González Dávila se propusieron levantar la apuesta buñueliana: si Los olvidados iba directamente al hueso de la miseria infantil y lo roía despiadadamente, De la calle es ya una inmersión a fondo en el pozo más sórdido y oscuro de la sociedad, donde una vez que se mete, no emerge más. Si lo que busca el lector es una película que le permita olvidarse de la guerra y otras ruindades, le convendrá seguir de largo hasta el siguiente anaquel.
Fotografiada en tonos decolorados y jaspeada de rock y rap mexicano, De la calle sigue básicamente el triste derrotero de Rufino (el estupendo debutante Luis Fernando Peña) a través de los rincones más sórdidos del Distrito Federal. Rufino y sus amigos trabajan circunstancialmente cargando reses u ofreciéndoles baratijas a los autos que paran frente al semáforo. Andrajosos y privados de toda higiene, viven en unos oscuros túneles ubicados bajo el asfalto urbano, donde parecería no existir límite de edad para el consumo de pegamento o el hurto eventual. Rufino tiene una novia, Xochitl (Maya Zapata) junto a la cual sueña con irse lejos. La oportunidad parece presentarse cuando un tal Ochoa –policía narcotraficante, violento y violador, que vive con la madre de Rufino– le encarga una entrega de cocaína. Casi un niño, a Rufino parecería ni cruzársele por la cabeza la idea de que, si se queda con la plata, el otro lo va a perseguir a sol y sombra, hasta cobrarse la deuda con creces. Al mismo tiempo, el muchacho emprende la busca de su padre, de tal modo que casi toda De la calle se organiza alrededor de una doble persecución: la de Rufino por su padrastro, y la del padre por parte de Rufino. Ambas terminarán muy mal.
Aun apelando a un registro y temáticas escasamente afines, la película parecería compartir con los films de Arturo Ripstein (heredero directo de Buñuel, al fin y al cabo) la certeza de que el mundo no es precisamente la vie en rose, y el regusto que deja en la boca no es de los que más endulzan. Aquí no hay rincón que no sea una pocilga, y que en los últimosminutos de película se asista a una doble violación y a un doble crimen exime de mayores comentarios sobre el enfoque adoptado. Se le podrá achacar a De la calle un regodeo en la sordidez, pero eso será siempre preferible a películas como la brasileña Cidade de Deus, que filman la abyección como quien rueda una glamorosa y publicitaria saga gangsteril.