EL MUNDO › PANORAMA POLITICO
Fundamentalistas
Por J. M. Pasquini Durán
“La guerra será larga, estamos sólo al principio”, dicen los mismos que hace ocho días aseguraban una invasión rápida y quirúrgica. El plan militar era tecnológico y aéreo, sin combates cuerpo a cuerpo, casa por casa. Sin embargo, ya están en viaje desde Estados Unidos otros 120 mil soldados y los muertos y heridos de ambos bandos, aunque en escalas desiguales, aumentan en proporciones geométricas. La masacre del mercado de Bagdad dejó de ser un efecto colateral para asumir el lugar emblemático del nuevo plan de ataque, que pasó del “shock intimidatorio” a la agresión directa, sin reparar en la selectividad de los blancos. No es la clásica guerra de posiciones alrededor, por ejemplo, del mercado de Sarajevo, sino que las bombas vienen de muy alto, desde la propia cima de la civilización occidental. Si ésta es una “guerra de liberación”, ¿cómo será una de agresión y de conquista?
No era esta realidad actual la que pronosticó al mundo y a su propio país el presidente George W. Bush, quien hablaba de liberar a Irak de la tiranía, de manera casi indolora. ¿Fallaron los informes de inteligencia, los comandantes militares sobrevaluaron sus efectividades bélicas o, al estilo Menem, si anticipaban la verdad perdían el apoyo de la mayoría estadounidense? Lo más probable es que el factor decisivo para equivocar el cálculo fueran los prejuicios ideológicos de la visión política en la ultraderecha religiosa de los republicanos, a la que pertenece la plana mayor de la Casa Blanca. Paolo Naso, director del mensuario Confronti de Italia, los llama “Los cruzados del Apocalipsis” y a su pensamiento “la teopolítica del fundamentalismo evangelista americano”. Aunque hoy en día el fundamentalismo suele referir sobre todo a cierto tipo de fanáticos del Islam, su origen verdadero hay que buscarlo en Estados Unidos durante la segunda década del siglo XX. De ese tiempo data una obra clásica elaborada por un grupo de teólogos evangelistas en ese país, titulado The Fundamentals.
Los fundamentalistas, como fueron conocidos en alusión a esa obra, permanecieron activos pero sin alcanzar la cúspide del poder, hasta que ganaron nuevas fuerzas a partir del gobierno de Ronald Reagan. A mediados de los años 90 publicaron un nuevo best seller, titulado Left Behind, una especie de thriller de los últimos días del mundo, que vendió cincuenta millones de copias en el mundo. Un hogar sobre cada diez en Estados Unidos tiene su ejemplar. Encuestas del semanario Newsweek revelaron que
el 45 por ciento de los norteamericanos piensa que el fin del mundo sobrevendrá con la batalla de Armagedón, exactamente como se describe en la Biblia, y el 47 por ciento de los entrevistados cree que el Anticristo está ya presente en el planeta, mientras que otro 45 por ciento espera ver el retorno del Mesías antes de morir (En Prophecy: What the Bible Says About the End of the World, 1/11/1998.) Hace pocos meses, el 1/7/02, el semanario Time dedicó su portada al mismo tema: The Bible and the Apocalypse. Why more Americans are Reading and Talking About the End of the World.
Con esos datos a la vista, los atentados a las Torres Gemelas de Manhattan no sólo quebraron el sentimiento de invulnerabilidad de la población norteamericana, sino que pueden ser leídas desde esas creencias apocalípticas. Dado que Bush milita en la misma línea de pensamiento, resulta lógico que esta semana, hablando ante el comando de control de la invasión, haya asegurado que la libertad no es un legado de Estados Unidos sino un don que Dios le otorgó al hombre y, por eso, los iraquíes serán “liberados” así sea a la fuerza. No hace falta aclarar que el presidente considera que su misión es la de actuar de intermediario entre la voluntad divina y los pobres mortales, sobre todo con pueblos atrasados que considera racialmente inferiores, del mismo modo que los conquistadoresespañoles consideraban que los indígenas americanos carecían de alma, igual que las bestias. Por supuesto el dogma no se restringe a la interpretación de los textos religiosos sino que los traslada a la realidad coyuntural, según la conveniencia del momento de la política imperialista. Ilustrando las razones bíblicas para la invasión de Irak, los estudiosos de este fundamentalismo han encontrado afirmaciones como la siguiente: “Será una guerra terrible, porque se cumplirá el diseño del Eterno contra Babilonia que, según las profecías de Jeremías, se reducirá a una desolación sin habitantes (51:29)”.
No puede ser casual que los llamados pastores electrónicos tipo Billy Graham, propagandistas activos de las visiones apocalípticas, reciban fondos de apoyo de las corporaciones petroleras, como recordó en este diario Washington Uranga cuando uno de esos predicadores, secundados por el cantante Juan Luis Guerra, realizó un mitin multitudinario en la zona porteña de Palermo. Es tan casual como la preocupación de las tropas “aliadas” para ocupar primero que nada los pozos petroleros de Irak. Según parece estos lectores selectivos del texto bíblico, se han salteado el capítulo de las relaciones entre Jesús y los mercaderes que fueron expulsados del templo a latigazos. Sin disimulos, los aliados en la invasión, lo mismo que algunos de sus críticos europeos, ya comenzaron a pujar por la futura distribución del botín y por el pago de las facturas de esta “misión bíblica” y de sus consecuencias. Las autoridades en Washington no ocultan su voluntad de controlar Irak y de usar su territorio como base para las tropas propias que actuarán más adelante como gendarmes de la región.
Lo más probable es que al fin se imponga la superioridad de recursos, pero es imposible pensar que la victoria final, precedida de las brutalidades de la invasión, instalará la democracia en Irak. ¿Elecciones libres en un país pacificado? Luigi Pintor, analista político de Il Manifesto italiano, sostiene que “hay una probabilidad en un millón que suceda un final feliz y son más las posibilidades de que el volcán no se apague”. El mismo comentarista se pregunta, al igual que muchos otros: “¿Instalarán ahora el protectorado angloamericano que habían proyectado en 1991? ¿O será una gestión pluricolonial? ¿Acaso usarán otro vasallo local que sustituya a Saddam en el lugar que supo ocupar cuando lo usaron contra Irán?”. No son los únicos interrogantes que flotan en el aire, desde que los mandatos que Bush recibe de Dios están lejos de agotarse en Irak, por lo menos hasta buscar la reelección a fines del año que viene. ¿Qué será de las Naciones Unidas? ¿Cómo reconciliar al cruzado del Apocalipsis con la “vieja” Europa? ¿Hasta cuándo los musulmanes soportarán el castigo, después de los Balcanes, Afganistán y ahora Irak? También: ¿Será suficiente la voluntad pacifista que recorre el mundo y que a diario, sólo en Estados Unidos, manifiesta contra la guerra en sesenta ciudades, aunque más no sea para detener la masacre final?
Con el mundo en vilo, estremecido por los constantes bombardeos, los asuntos locales parecen insignificantes o, a lo mejor, temas como las elecciones ya lo eran antes y el drama internacional subraya su vacuidad. Sin embargo, no hay que descuidarlos, porque la indignación de la condición humana ante el horror de la guerra no tiene que rendirse sino levantarse con el mismo ímpetu cuando el sentido ético es asaltado por hechos como la subsistencia de Luis Barrionuevo en una banca del Senado después de degradar la ley en Catamarca. Quién sabe en qué situación estará la tragedia de Irak el día que aquí los ciudadanos acudan al cuarto oscuro para elegir la sucesión presidencial. En todo caso hay más de una lección para recordar en ese momento. Una de ellas es que los pueblos tienen sus tiempos para tomar decisiones y que no siempre optan por lo mejor ni lo más aconsejable, pero nunca se los debe subestimar, como hicieron Bush y sus consejeros, porque la más sofisticada máquina deguerra puede ganar la batalla pero jamás vencer mientras las víctimas conserven su digna integridad. Los fundamentalistas, extraviados en sus disquisiciones sobre los valores divinos, son los primeros en olvidar los reales valores de la humanidad.