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Cuando Madonna y Guy Ritchie hicieron la película equivocada
Se edita en video “Insólito destino”, la remake de una película de Lina Wertmüller de los años ‘70 que el director inglés de moda dirigió para el lucimiento de su esposa, con fallido resultado.
Por Horacio Bernades
Hace como veinte años que lo intenta y cada vez parece más lejos de lograrlo. Como si se tratara de una versión aggiornada de Charles Foster Kane –que lo tenía todo y sin embargo vivía añorando su Rosebud–, a lo largo del último cuarto de siglo Madonna logró construirse a sí misma como Reina del Pop, dueña de la escena, alto miembro del jet set y objeto sexual global, pero sigue sin poder ser una actriz de cine. “No puede actuar ni una pishada”, dijo con brutalidad un crítico de cine ante su último intento. Sus colegas de la prensa estadounidense fueron un poco más moderados. “Al verla actuar, siento lástima por ella”, comentó uno. “Como actriz es una cantante bárbara”, aseguró otro. “La suya es una actuación tan espantosa que da mareos”, afirmó el de más allá, mientras otro colega ironizó: “Lo que hace Madonna no puede ser considerado una actuación sino más precisamente moverse, hablar y en ocasiones gesticular, a veces todo al mismo tiempo”. Tal vez haya mucho de exageración y hasta de pase de facturas en todo esto, pero lo que está fuera de discusión es que en Insólito destino, su película más reciente, Madonna sigue sin poder actuar. Y cada vez le queda menos tiempo para ponerse al día.
Dirigida por primera vez por su marido Guy Ritchie –el de Juegos, trampas y dos armas humeantes y Cerdos y diamantes–, Insólito destino es la remake anglófona de la película del mismo título que en los años ‘70 realizó la italiana Lina Wertmüller. Como la distribuidora local la dejó pasar elegantemente, esta versión del matrimonio Ritchie llega directamente al video editada por LK-Tel. Con la señora Ciccone en el rol que en la versión anterior tuvo a cargo Mariangela Melato y Adriano Giannini en el que ocupó su padre Giancarlo, tal vez no haya destino más insólito que el de Mr. Ritchie. Por querer filmar una película al servicio de su esposa, el realizador británico más hot del último lustro logra poner entre paréntesis su meteórico y quizás efímero ascenso al estrellato cinematográfico, sustentado en sus dos primeras películas.
Como en la versión original, Madonna es aquí Amber, señorona podrida en plata que sale de paseo por las islas griegas, junto con su marido empresario y dos parejas amigas. Manteniendo la tendencia a la caricatura gruesa de la original (cuyo título en italiano, Travolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’Agosto, inauguró para Wertmüller el capricho de los títulos kilométricos), Amber es la tipa más odiosa del mundo. Luciendo unos modelitos invariablemente desubicados para la situación, el pelo bañado en spray y un eterno gesto de asco, desde antes de subir al crucero la señora ya está puteando en alta voz. Agotada la provisión de veneno que guarda para sus compañeros de tour, pronto encontrará en Giuseppe, uno de los humildes marineros sicilianos que la sirven (a quien en lugar de Beppe llama Pipi o Guido), la víctima ideal para ejercer su odio de clase. Hasta que comete el error de subirse a un bote inflable cuando las circunstancias más lo desaconsejan. El motor falla, ambos quedan a la deriva y finalmente irán a parar a una isla desierta, donde el marinero (que para más datos es marxista) se ocupará de dar vuelta el tablero, haciendo de la mujer su sirviente.
La película de Wertmüller no se caracterizaba por su riqueza de matices. Copiarla prolijamente no parece la decisión más inteligente por parte de Ritchie. Siguiendo el modelo sadomaso que en el mundo Wertmüller se reservaba para las relaciones sexuales, Amber y Beppe juegan un cruel jueguito de amo y esclavo. El “enano negro y peludo” (así lo llama ella) obliga a la mujer burguesa a arrodillarse y lamer su mano, hasta que finalmente la viola. La respuesta de ella es enamorarse perdidamente de él, y de allí en más el esquemático tratado sobre guerra sexual y de clases se convierte en puro y simple melodrama amoroso, de sospechoso subtexto. Debe reconocerse la valentía de director y estrella al presentar a Madonna como bruja viperina, el rostro siempre crispado y la musculatura tensa de una pentatlonista olímpica. Si no fuera por la increíble gaffe de presentar a la Madonna “auténtica”, cantando y bailando en un par de fantasías de Beppe, podría verse a Insólito destino como involuntario documental de la Ciccone íntima. Este retrato decadente dialogaría así, a la distancia, con aquel otro de los años dorados (En la cama con Madonna) que tal vez no fuera otra cosa que pura ficción.