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Una serie en la que todo lo que puede empeorar efectivamente empeorará
La primera temporada de la inquietante “24” se edita en DVD. Es la gran oportunidad para “experimentarla”, pero sin interrupciones.
Por Horacio Bernades
“Este es el día más largo de mi vida”, dice Jack Bauer al comienzo de cada episodio. Se queda corto. Que se sepa, ningún otro día en la historia del mundo duró seis meses, y está comprobado que el día de Jack empezó el 6 de noviembre de 2001 y terminó el 21 de mayo de 2002. Eso es lo que duró la primera temporada de 24, que a esta altura anda por la tercera y constituye, sin duda, el mayor hito de la televisión en lo que va del siglo XXI. Ya se sabe cuál es el concepto que la anima: está narrada en tiempo real, algo que nadie había osado experimentar jamás en televisión. En 24, un minuto de tiempo dramático equivale a lo que le insume al espectador verlo transcurrir en pantalla. En la ficción, todo empezó un día a las 12 de la noche. Veinticuatro horas (veinticuatro episodios) más tarde y redondeando el sabor agridulce que impregna toda la serie, Jack Bauer logrará un importante triunfo profesional, al tiempo que sufre una irrecuperable pérdida personal y familiar.
En su formato original, la serie misma representa un enorme triunfo y una pequeña derrota. En términos narrativos y dramáticos, el recurso del tiempo real se revela como mucho más que un mero truco: es la llave misma que permite entrar a un relato tenso y excitante como pocos. Para el fan, tener que esperar una semana para acceder a una nueva hora en la crispada vida del director de la Unidad de Contraterrorismo de Estados Unidos puede llegar a ser una tortura. La serie creada por Robert Cochran y Joel Surnow pide a gritos ser vista en continuidad, algo que la secuenciación televisiva impide. Se imponía una edición en DVD, y aquí está finalmente. A partir de la semana próxima el sello Gativideo pondrá en circulación la primera temporada de 24, tanto para venta como en alquiler. Se presenta en una bonita caja con cuatro discos, que por supuesto incluye los bonus de rigor.
Ahora sí, el tiempo del espectador está en condiciones de igualarse definitivamente con el de Jack Bauer, encarnado por Kiefer Su-
therland. Suponiendo, claro, que alguien sea capaz de disponer de 24 horas de su vida para sentarse frente a la lectora de DVD. Y de suspender el sueño durante ese lapso, por los medios que sean. Si lo logra, a transpirar, desde el momento en que el director de la CTU recibe un llamado telefónico, en medio de la noche. Uno de sus superiores le advierte que, en algún momento de ese día, alguien intentará cometer un magnicidio. La víctima potencial es David Palmer, primer candidato negro a la presidencia de Estados Unidos por el estado de California. El mismo estado que, en la más pobre realidad, hoy en día gobierna un forzudo venido del cine. A partir del momento en que suena el teléfono, Bauer no tendrá reposo. El espectador tampoco.
Todo tiembla en 24. Tiembla la vida personal del héroe, que acaba de reconciliarse con su esposa tras una separación. Las heridas no están del todo restañadas y el matrimonio baila en la cuerda floja. Como el guionista de 24 parecería el mismo que inventó las leyes de Murphy, aquí, todo lo que pueda empeorar empeorará. La hija adolescente del agente se escapa de casa, casi al mismo tiempo que su papá parte hacia la central de la CTU. Antes de que termine el primer episodio será secuestrada por dos jóvenes, cuyas intenciones y mandatarios se ignoran. Al mismo tiempo, tiembla el mundo. El asesino (¿o asesina?) viaja desde Berlín para cumplir con su encargo, y un superior informa a Bauer que se ha detectado un infiltrado que trabaja para los conspiradores (¿o son dos los infiltrados?) desde el propio servicio de inteligencia.
Así sucesivamente, hasta configurar un caso extremo de acumulación dramática y narrativa. A cada momento aparece un nuevo nudo, otra intriga, sucesivas conspiraciones y subtramas que, dándole el gusto a Murphy, vienen a enrevesar el panorama. Con una mayoría de episodios dirigidos con notable pulso por el jamaiquino Stephen Hopkins (que ya había mostrado susvirtudes en la miniserie inglesa Traffic), 24 les saca el jugo a todos los recursos disponibles para incrementar la tensión. Desde una banda de sonido en la que a un silencio le sucede un mazazo, hasta la presencia en pantalla de un reloj digital, que hace que cada segundo parezca durar un siglo. Es particularmente brillante, así como sumamente funcional, la utilización de la pantalla dividida, que permite que cada instante se multiplique en una miríada de acciones simultáneas, convirtiendo el más mínimo lapso en algo semejante a la partición del átomo. Y ya se sabe lo que sucede cuando un átomo se parte.