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Patrick Bateman es ahora una niña obsesionada con ingresar al FBI
“Psicópata americano 2” casi no tiene puntos de contacto con la primera parte, y parece sólo una excusa para explotar la franquicia.
Por Horacio Bernades
En el cine, ya se sabe, monstruos y asesinos tienden a resucitar, sobre todo cuando el final de la película está próximo. Véase si no al Mike Myers de Noche de brujas –acribillado a tiros, pero todavía en pie–, a Sissy Spacek en Carrie –ingeniándoselas para agarrar tobillos desde la tumba–, a Glenn Close en Atracción fatal –ahogada, pero con el aliento para dar un último susto– o al cyborg aplastado por una prensa industrial –pero dando batalla todavía– en la primera Terminator. Para no hablar de ese milagro de resurrección cinematográfica que es el Jason de Martes 13, que a lo largo de diez películas (hasta ahora) se especializó en el arte bíblico de morir y volver a nacer. Si en Psicópata americano no les dio por resucitar a aquel yuppie entre los yuppies que se llamó Patrick Bateman, fue simplemente porque no llegó a morirse. De matarlo se encarga ahora Psicópata americano 2, secuela de aquélla, producida directamente para el mercado del video. Y si no lo resucitan es seguramente porque la producción no tenía plata para pagarle a Christian Bale, protagonista de la primera. Igual se las van a arreglar los guionistas para que la sangre siga corriendo, aunque para ello deban hacerle pito catalán a la lógica.
Lanzada hace unos meses en Estados Unidos y dirigida por un Morgan Freeman que no es el actor sino otro, el sello Plus Video acaba de distribuir en los videoclubes esta secuela que no es tal. Ocurre que Bateman es apenas una excusa para seguir explotando la franquicia. No sólo su presencia al comienzo de la película está tirada de los pelos sino que incluso ni se preocuparon guionista y realizador por hacerle respetar ese preciado bien de todo serial killer que es el patrón de conducta. Durante el flashback inicial se lo ve (al actor que hace de Bateman, que por supuesto no es Christian Bale) enfundado en un guardapolvo, prenda que este cautivo de las grandes marcas no toleraría probarse ni en el mismísimo infierno. Justo a punto de eviscerar a una baby sitter, el Bateman de guardapolvo muere a manos de la niña que aquélla cuida, quien ya de pequeña da muestras de una gran destreza en el manejo del punzón.
Unos veinte años más tarde, aquella dulce niña es una estudiante de college, obsesionada con entrar al FBI. Donde, tal vez por aquello del trauma inicial y la escena del crimen, piensa especializarse en la detección de asesinos seriales. Claro que para ello deberá –paradoja de paradojas– achurar a Dios y María Santísima. Deberá ocuparse de tres compañeros de clase que son sus principales competidores, dar cuenta de alguna secretaria excesivamente burocrática, matar al paso a algún otro que se le cruce (por puro deporte) y convertirse finalmente en la sucesora de la ayudante del profesor de Conducta Criminal, un veterano ex agente del FBI que (supone ella) la hará ingresar en la repartición tan soñada. Si suena a disparate es porque a eso aspira, efectivamente, Psicópata americano 2, decididamente jugada a la comedia negra y absolutamente despreocupada de todo lo que implique rigor y coherencia. Una primera alarma suena para el espectador cuando, asesinados ya dos o tres alumnos y algún miembro del personal administrativo del college, a nadie se le ocurre preguntarse por su ausencia.
Pero eso no es nada. Los guionistas rematan la película más o menos por la mitad, encontrándose con que les quedan todavía unos 45 minutos para llegar hasta el tiempo reglamentario de 90. Proceden entonces como algunos jugadores de fútbol cuando quieren hacer tiempo: patean hacia adelante nuevas líneas narrativas que brotan como pelotas de repuesto, e insertan una buena cantidad de flashbacks inconducentes como quien se la pasa al arquero. Curiosamente, durante la primera media hora, Psicópata americano 2 no carece de interés, porque logra dar en la tecla justa de la sátira. Hacen de su protagonista una desalmada cínica e irresponsable, contrapuntean sus crímenes con canciones festivas y llevan hasta límites risibles la idea de que en ese microcosmos de la sociedad estadounidense,que son las instituciones escolares, cualquiera puede asesinar al compañero de banco con tal de alcanzar el tan preciado objetivo curricular. Por otra parte, no se puede negar que es un acierto la elección de Mila Kunis (la morochita de “That 70’s Show”) para el papel protagónico. La chica nunca fue precisamente simpática, y el personaje le permite desarrollar sus mejores gestos de desprecio. Inflado como un pollo con demasiadas hormonas, William Shattner tampoco desentona como el profesor. Un gordito al que, al contrario de aquel de Alfonsín, sí le va mal.