PLáSTICA › ROMAN VITALI EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
Cuentas y cuentos lúcidos
A través de obras tejidas con cuentas facetadas de acrílico, el artista rosarino conserva intacta la capacidad de crear y materializar mundos salidos de relatos infantiles.
Por Fabián Lebenglik
Como la muestra “Brumas”, de Román Vitali (Arequito, 1969), se presenta en el subsuelo de la galería y el acceso descendente por la escalera está precedido por dos grandes círculos brillantes y coloridos (dos mundos), colgados en la pared que da al descanso de la escalera, inmediatamente se produce el efecto de ingresar a otro mundo.
Desde aquella lejana “Rosa de lejos”, la exposición que Vitali –junto con otros tres artistas– presentó hace once años en el Centro Cultural Rojas –donde exhibía un decorado con telas que le servían para contener caracoles de utilería, de varios tamaños, y con los que trazaba un diseño–, el artista conserva intacta la capacidad de crear y materializar mundos al modo de relatos infantiles, a medias imaginados, a medias vistos.
Para Vitali el arte es una combinación entre un programador y un bijoutier, alguien que parte de la tecnología y termina en las manualidades.
Su obra, desde hace años, consiste en la fabricación de piezas tejidas con cuentas facetadas de acrílico. Piezas enhebradas, no pegadas. Cada una de las obras, por su materialidad translúcida, implica una notable luminosidad y brillo: una luminosidad contagiosa, que pasa de la materialidad del acrílico a la inmaterialidad de las ideas y el concepto. Una lucidez translúcida que le permite a Vitali construir ensoñaciones y mundos a escala. Inflorescencias acrílicas, disfraces, figuras antropomórficas, como puestas en escena.
En el pequeño caserío –seis casitas de cuentas de acrílico y fibra óptica que constituyen una sola obra– los hilos marcan trayectorias y conexiones entre las distintas casas: son las reproducciones a escala de las casas en las que vivió el artista, desde la niñez hasta ahora. En un mismo plano presente –un corte sincrónico– conviven todas las casas –línea diacrónica– interconectadas por el hilo biográfico. Se trata de un paradigma (el del tiempo) bajado hacia otro paradigma (el del espacio).
En relación con estas piezas, Vitali también realizó la obra “Transmisión”, que formó parte –y obtuvo una mención– del Salón Chandón, exhibido en el Museo Caraffa de Córdoba desde mediados de agosto hasta fin de septiembre. La obra, de gran formato (1,85 x 1,40 x 1,20), era una estilización de las figuras de un padre y un hijo tomados de la mano, hecha con 12 tubos fluorescentes de 36 watts y cuentas acrílicas facetadas. En la zona de contacto de los brazos de padre e hijo surge como un sarpullido, una suerte de crecimiento hipertrófico de cuentas al modo de un sarpullido acrílico, como acentuando el vínculo. Así, todo ese mundo de ensoñaciones infantiles y autobiográficas que se advierte en “Brumas”, de algún modo queda ratificado con la obra simultánea de Caraffa, aunque desde la lejanía geográfica.
Las piezas de Vitali lucen como puestas en escena de situaciones hogareñas, como estampas familiares en las que el calor de hogar se traspone al brillo del acrílico. Claro que, como todas estas obras están compuestas de centenares de cuentas, revelan exceso por todas partes. También suponen una dedicación casi infinita, un largo tiempo de realización en el que lo artístico se acerca y resulta comparable a las labores del hogar. Sin embargo, como en los relatos fantásticos, esa linealidad (y ese volumen), ese relato cotidiano volcado a las cuentas proliferantes, se ve atravesado por curiosidades y rarezas –producto de los adornos y distorsiones de la memoria y de los materiales y de los hallazgos de la imaginación–, a las que el artista llama “brumas”: un modo poético de darle nombre a la memoria pasada por el filtro del arte.
Como las piezas están previamente proyectadas por computadora, “cada cuenta –como le dice el crítico Roberto Echen a Vitali, en el diálogo que se reproduce en el catálogo– es un píxel, pero también un bit queinforma”. Cada cuenta informa porque da forma a un volumen mayor, pero también porque agrega información que completa la obra y la escena.
En ese diálogo libre, en relación con el traje con ojos (“Vestuario”), Vitali cuenta que “en realidad yo quería hacer un trajecito de payaso, como el que me hicieron mi mamá y mi tía para los carnavales, pero empezó a sufrir transformaciones y me quedo así. Partí de un traje en tela blanda, luego hice la moldería en papel, ahí tipografié los nodos, pliegues y arrugas, y del papel pasé a una estructura matemática”. Para agregar datos sobre los elementos a los que el artista recurre, en una entrevista con Claudia Laudanno, publicada en Rosario/12 antes de la inauguración, Vitali explica que “Campo visual en realidad es mi propia campimetría, es decir, un análisis médico para detectar el grado de visión del ser humano. Los paisajes corresponden a mis ojos. En realidad, me interesó mucho poder aprovechar estéticamente la información digital de este estudio oftalmológico. Y lo que hice fue codificar el grado de información digital de la lectura de mis ojos a colores, creando unos paisajes geométricos y abstractos que se elevan en mesetas. El resultado es la pixelización de dos paisajes pampeanos”.
El tapiz-alfombra que se parece a la Pantera Rosa forma parte del ingreso de lo inquietante: la obra se titula “... y eso que le dijeron una y mil veces que no jugara en el bosque”. De modo que, como en todo relato infantil, el temor toma forma, aunque siempre atemperado por el humor. Lo que queda claro es que aventurarse al bosque tiene sus riesgos.
Y si el caserío con fibras ópticas es un cruce de paradigmas, el artista también da cuenta del transcurso del tiempo, por ejemplo, en un conjunto de bellas flores. El pequeño jardín, con inflorescencias perfectas y flores marchitas, muestra el paso del tiempo a través de piezas de acrílico: como si se evocara la naturaleza desde una juguetería cuya mercadería acusara los procesos biológicos. Allí es cuando se introduce la bruma, la anomalía, la desviación, la sorpresa. Y en ese punto es donde Vitali logra doblegar la lógica que traen consigo los materiales. Ese es un signo de talento y virtuosismo, porque no cualquiera puede hacerles decir a los materiales lo que quiere, incluso a costa de aquello que los materiales suelen traer consigo antes de ser obras de arte. (Galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 9 de octubre.)