PLáSTICA › DINO BRUZZONE EN DABBAH-TORREJON
Las fotografías reactivas
La complejidad, calidad y variedad de lenguajes de la obra de este artista lo sitúan como uno de los más interesantes de la última década. La fotografía como mero instrumento.
Por Fabián Lebenglik
En Dino Bruzzone la fotografía es un recurso instrumental. Su actitud podría colocarse en el lugar del verbo: fotografiar; pero no en el del sustantivo (y mucho menos en el de la profesión de) “fotógrafo”. Lo fotográfico se limita a la materialidad y a la acción, pero la causa y el efecto de esa acción de fotografiar es más compleja.
En Bruzzone tanto se percibe como se tensa la distancia con el objeto (la distancia crítica) y simultáneamente su cercanía afectiva. Las maquetas que realiza para reproducir un lugar del espacio público urbano son tanto motivo de reflexión como de añoranza. Y en esta nueva exposición se suma una serie de procedimientos y complejidades que resultan aún más inquietantes.
Nacido en Entre Ríos (Paraná, 1965), se formó como arquitecto en la Universidad de Buenos Aires, de donde egresó en 1995. En dos oportunidades (1994-95 y 1997-99) fue seleccionado para participar del Programa de Becas coordinado por Guillermo Kuitca. En 1995 obtuvo el Premio Braque, lo que le permitió acceder a una beca de perfeccionamiento en la Cité Internationale des Arts, en París, entre 1996 y 1997.
A su vuelta, presentó la exposición Paris, en la Alianza Francesa, donde reproducía rincones de esa ciudad (maquetados, por supuesto), en donde se juntaban la suma de la verosimilitud y el colmo del artificio, al mismo tiempo. Claro que para hacer maquetas de París no era necesario estar en aquella ciudad, pero Bruzzone siempre mediatiza la función del testigo –que es un tic de la fotografía–. Participó en las bienales de Venecia, San Pablo, del Mercosur y de Santiago de Chile.
El gesto de Bruzzone es el de un artista de laboratorio, de gabinete, capaz de reconstruir todos los detalles intelectualmente para luego objetivarlos, o si se permite el neologismo: objetualizarlos. Los objetos fotografiados por Bruzzone (ciudades, edificios, puerto, parque de diversiones, estadios deportivos...) son siempre miniaturas ficticias, construidas, artificiosas. Y el resultado fotográfico es pictórico: cualidades compositivas y morfológicas equivalentes a las de la pintura –donde la luz es siempre clave–, y tomando como punto de partida que lo pictórico no sólo reside en un objeto (por antonomasia la pintura) sino también en un modo de mirar la imagen. Lo pictórico es interpretativo y por lo tanto un modo de acercamiento a la imagen.
Bruzzone construye imágenes sobre construcciones realizadas por él mismo. El artista sigue estos pasos: toma fotos de un lugar con la intención de hacer un registro. Luego, utilizando esas tomas como guía, reconstruye el lugar fotografiado haciendo una maqueta minuciosa –casi como un homenaje a su título de arquitecto–. Las maquetas siempre lucen perfectas y artificiales, pero su destino será meramente instrumental ya que sólo se muestran para la foto. Luego el artista fotografía sus maquetas y sólo amplía aquella toma que cumple con todas las exigencias y expectativas. Se trata de un proceso sumamente complejo, en el que se suceden y multiplican los saberes y recursos lingüísticos de Bruzzone. Por eso fotografiar se vuelve tan sustancial como accesorio, porque es el último de una serie de pasos, todos necesarios, interdependientes e igualmente instrumentales.
En estos últimos años Bruzzone también realizó la escenografía de obras teatrales como El precio de un brazo derecho (de Vivi Tellas) y Lengua madre sobre fondo blanco (de Mariana Obersztern). De modo que sus artificios escenográficos pasaron de las miniaturas y las maquetas a la escala uno a uno. El trabajo de lo visual finalmente quedó relacionado con actores y puestas en escena y logró vencer un principio del artista que hasta hace poco guiaba su trabajo. Hasta ahora, en su obra resultaba notorio el borramiento de presencias humanas –o, más precisamente, de muñequitos que las evocaran–. Esta ausencia funcionaba como unaabdicación del artista, para marcar rastros y huellas de lo humano. Sin embargo, eso cambió. Si antes sus estadios deportivos estaban vacíos, o la lluvia de papelitos de colores en primer plano impedía ver a la hinchada que los arrojaba, ahora obras como Red (2004), exhibida en su nueva muestra en la galería Dabbah-Torrejón, supone que tras la trama que constituye la textura más próxima puesta en foco (el primer plano de una red) un grupo de personas (¿un equipo?) posa fuera de foco, sobre el césped, cerca de la platea.
Si durante estos ocho años Bruzzone hizo de la puesta en foco un gesto virtuoso, hiperreal y artificioso, el fuera de foco tenía una importancia similar y contrastante, para aportar verosimilitud, perspectiva, planos de interés, etc. Sus fotos lucían hasta ahora hieráticas, congeladas, como naturalezas –urbanas– muertas. Sobre la fijación del instante que implica el acto fotográfico, las maquetas y el trabajo con la nitidez y el verosímil volvían más quietas sus tomas. A partir de esta nueva serie, Arquitectura escéptica, el artista incorpora el movimiento, lo cual termina por desdibujar y sepultar la hiperrealidad de sus maquetas. El movimiento de la cámara necesario para generar imágenes movidas se suma al concepto sobre el que construyó las maquetas de edificaciones (tomadas, por ejemplo, en California, Grecia o Italia): el terremoto. La catástrofe está presente en la obra. Hay un temblor en el que los movimientos se vuelven indeterminados. La fijeza cambia ahora por una secuencia de movimientos mínimos, hacia todas direcciones, que incluso violan la ilusión de velocidad, porque varían, dentro de cada toma, el eje y la dirección. Lo más inquietante es que el movimiento que queda registrado en estas imágenes incluye las verticales, el desplazamiento de arriba hacia abajo y viceversa. Esto genera un vacío, una quiebra de la lógica de la velocidad, usualmente representada por el eje horizontal. La catástrofe construida por Bruzzone supone un movimiento que opera sobre la gravedad para tomar la forma de la caída y el derrumbe.
Entonces comienza a tener sentido el “escepticismo” del título de la exposición, porque la catástrofe captada en su movimiento –en el que ceden los cimientos– se vuelve un punto de vista, un modo de pensar el estado del mundo. (Dabbah-Torrejón, Bustamante 1187, hasta el 23 de octubre.)