PLáSTICA › GUMIER MAIER EN LA GALERIA LUISA PEDROUZO
Otra música para camaleones
Después de tres años el artista y curador vuelve con una muestra individual en la que reivindica a las vanguardias argentinas. Contrapuntos y armonías entre arte y vida.
Por Fabián Lebenglik
Una de claves estéticas de la obra de Gumier Maier (1953) es su fidelidad ética con el arte, en el sentido del arte como forma de vida, como visión del mundo.
El núcleo básico de su obra y, por lo tanto, de sus convicciones, continúa inalterable: la relación intrínseca con las vanguardias argentinas de los años cuarenta (el arco que va del arte concreto al Madi) y la valoración profunda del diseño y la decoración, que históricamente fueron consideradas como menores.
En su nueva obra se destaca la cada vez más acentuada relación con el ritmo, con cierta musicalidad constructiva (como si cada obra pudiera ser tocada en el piano). Y, a propósito de estos componentes –decorativo, musical y constructivo–, sus piezas también lucen fuertemente lúdicas.
Como todo sistema de relaciones, la producción de Gumier, más allá de los principios que la constituyen, también sigue un camino de variaciones, desarrollos, avances y cambios. Especialmente en su vinculación con el contexto.
La muestra que presenta en estos días en la galería de Luisa Pedrouzo lleva por título el nombre de uno de los hexagramas del I Ching –”Chi chi”–, mientras que al mismo tiempo rinde un homenaje en clave.
El I Ching, un libro en el que se combinan lo adivinatorio, lo filosófico y lo poético, funciona como un manual de uso. Si se lo sabe leer e interpretar, daría una explicación en clave de los sucesivos avatares de la vida cotidiana. Desde la otra vereda, una mirada cínica y profana podría pensar que los símbolos del I Ching son el código de barra de la espiritualidad.
Para el artista, la secuencia filosófica que va del I Ching y al taoísmo (“Tao” como “camino”) ha sido siempre un punto de referencia y de articulación entre arte y vida. Su idea del arte como camino de vida quedó absolutamente explícita cuando en 1997 curó en el Centro Recoleta la muestra “El tao del arte”, que formó parte del festejo de los diez años de Página/12.
La visión de mundo del I Ching es cosmológica y allí lo humano y la naturaleza se conciben formando un sistema único y continuo. Del mismo modo, la fuerte ligadura con el contexto, es un elemento clave en la obra de Gumier. El núcleo básico de su trabajo no varía pero sí su sistema de relaciones: las piezas exhibidas en la muestra son cada vez más objetuales, más rítmicas, se van independizando de las paredes y su volumen las vuelve escultóricas. Algunas pasaron al piso. Y con este camino vuelve sobre sus pasos, cuando hace una década exhibía objetos de la década del cincuenta o sesenta, redecorados y reconvertidos.
Ahora, más claramente, se trata de una obra modular y portátil, compuesta por un elemento básico y mínimo (que podría reducirse a una onda, una curva, una ola una clave de fa) que se suma a otros similares, formando un sistema de articulación unido y ensamblado por tornillos.
La autorreferencialidad hacia lo pictórico se resume en la evocación de las formas de los pistoletes para el diseño y las paletas del pintor, fiel al núcleo primario diseño/pintura.
La estructura modular y combinatoria de las obras coloca en primer plano ciertas nociones básicas de las artes visuales: forma, color, valor, tamaño, escala, proporción, articulación, movimiento, disposición.
Como en muestras anteriores, su trabajo se va desplazando de la autorreferencia hacia los márgenes de la pintura, hacia lo “menor” y “accesorio”: los útiles, los marcos, los moldes...
Sobre esa combinación compleja y articulada el artista aplica bandas de color en combinaciones muy elaboradas. Cada obra propone una teoría del color y sugiere un estado de ánimo con particulares escalas cromáticasque, como los hexagramas del I Ching, pueden ser pensadas como versiones en clave de una intuición a ser develada, según un orden y un código.
La exhibición transmite un clima sereno que sintoniza con la búsqueda de calma y equilibrio de la demanda social e individual. Para explicitar ese deseo, Gumier coloca una cita, tomada de Truman Capote (Plegarias atendidas) con la que abre el catálogo de la muestra: “A mí que me den una playa desierta, en un día de invierno, cuando el mar está calmo”.
Gumier, en un gesto aristocrático modernista, se opone a que la obra de arte deba “decir algo” porque entonces se encaminaría hacia la obviedad. En este sentido, su trabajo huye de la ironía de época, porque no toma distancia del objeto sino que lo evoca a partir de la cercanía. En todo caso, la clase especial de distancia que establece sería más proclive a la nostalgia y la fascinación que a la ironía que algunos han creído ver. (Galería Luisa Pedrouzo, Arenales 834, hasta el 22 de junio.)