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Una Juana de Arco más cerca de la campesina que de la guerrera

El oratorio de Honegger volvió al Colón con Dominique Sanda como gran protagonista. Se destacaron la luz, la orquesta y los niños del coro.

 Por Diego Fischerman

Una ópera casi sin movimiento. Un oratorio con más de cien personas en escena y cambios escenográficos. Juana de Arco en la Hoguera, escrita por Arthut Honegger y Paul Claudel en 1935 es, con toda su atipicidad, una obra ejemplar de las rupturas y discusiones por las que atravesaba la lírica luego de las fronteras a las que la habían llevado títulos como Elektra de Richard Strauss o Pelleas et Mélisande de Debussy. El arcaísmo del planteo (compartido a pesar de las diferencias estéticas por el genial Oedipus Rex de Stravinsky) es, en todo caso, tanto una respuesta a los debates culturales de la Francia de entreguerras como al romanticismo terminal de los herederos de Wagner. Y Roberto Platé, un artista plástico notable, acierta al rescatar ese estatismo. En su régie, estrenada hace dos años en el Colón y ahora repuesta por el coreógrafo Alejandro Cervera, el movimiento pasa por las imágenes que se proyectan en el fondo de la escena y, sobre todo, por la luz, que diseña espacios y ámbitos para cada situación y personaje.
Planteada como una suerte de flashback –o de alucinación– de Juana en el momento de morir, esta obra depende para su éxito de la dimensión escénica que sea capaz de lograr la actriz encargada de protagonizarla. En esta ocasión ella es Dominique Sanda y el efecto es impactante. A pesar de algunas dificultades para colocar la voz, su Juana de una intensidad única, mucho más cerca de la campesina que apenas llega a entender algo de su destino que de la guerrera. El texto de Claudel, lleno de esas apelaciones a la Francia buena y pura que lo asemejan a una versión solemne y pretenciosa de Amélie –de insospechada y tenebrosa actualidad, a la sombra de Le Pen– está siempre al borde del panfleto nacionalista. Y es Sanda quien se encarga, a partir de la dimensión humana que otorga a su personaje, de llevarlo hacia el terreno –mucho más interesante– de las dudas y el tormento interno. Junto a la actriz, que fue ovacionada de pie por un teatro lleno y agradeció con emoción los prolongados aplausos, se destacó en esta reposición la dirección orquestal de Reinaldo Censabella y una Orquesta Estable flexible en el fraseo y homogénea en su rendimiento, con una muy buena actuación de las maderas y del solista de saxo. Un excelente Coro de Niños (maravillosas las interpretaciones de los solistas Rubén Gonchar y Carolina Bardas), el Coro Estable bastante ajustado y un elenco sin demasiados altibajos colaboraron con una puesta de efecto contundente, a pesar de obviedades como el ascenso final de la protagonista, en el medio de las tinieblas, la alusión a la cancha de Boca en el momento del juicio y la inclusión de un carapintada, un compadrito y un travesti como los animales (tigre, zorro y serpiente, respectivamente) del tribunal.

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Dominique Sanda construyó una Juana conmovedora, alejada del panfleto nacionalista.
 
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