PLáSTICA › UNA EXCURSION POR LA DEVASTADA EX ZONA DE DISTENSION

A la buena de Dios, el Ejército y las FARC

Por Pilar Lozano *
Desde San Vicente de Caguán

“Aquí vamos a esperar al Ejército. A la hora que vengan, los recibimos.” Lo dice de manera firme, sin arrugarse, un guerrillero que permanece vigilante frente al que hasta hace poco fuera el campamento de Jorge Briceño, “Mono Jojoy”, comandante del ala dura de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Su puesto está situado a medio camino entre San Vicente y La Macarena, otro de los cinco municipios que sirvieron para este experimento de paz, separados por seis horas de viaje. “¿Por qué vamos a huir? ¡En 37 años de lucha hemos permanecido en estos territorios!” No le preocupa nada el poderío militar del Ejército: “Nosotros estamos el doble de preparados”. Y explica: “Ellos, como no sea con la Fuerza Aérea no entran. Nosotros entramos a cualquier rincón de Colombia”. Con un “¡Negativo!”, en cortante tono militar, responde muchos interrogantes. Afirma que la zona no está minada, pero, cuando aparezca el enemigo, “los espero y los levanto”. Y cree que todo se justifica en una guerra: “No es tiempo de proteger puentes. Al Ejército se le acobarda tumbándole hidroeléctricas”. Del secuestro de Ingrid Betancourt asegura: “De eso no sé nada. No sé si nosotros lo hicimos”.
“El pija” le dicen a este guerrillero de 30 años, ojos negros y bigote, que cuenta que se volvió guerrero, porque los paramilitares hicieron daño a su familia. Es uno de los pocos insurgentes que se ve en el camino a La Macarena. Hay más de cinco campamentos abandonados en la ruta. El domingo, cuando este periódico hizo el recorrido, todavía hombres, mujeres y niños hurgaban en las desvalijadas instalaciones en busca de algo útil para llevarlo a casa. “Somos pobres. Todo nos sirve”, dijo una mujer que llenaba una camioneta con tablas y bolsas de papas fritas, que encontró en el sitio donde la guerrilla cobraba peaje para “el mantenimiento de la carretera”.
En la carretera aún están los avisos del cobro: el equivalente a cinco dólares a los taxis; los camiones 10 y 15. Se nota que los de las FARC salieron de allí a la carrera. Hay botas, gorras de visera, pilas, libros, papeles y cuadernos tirados por todas partes. En la biblioteca, al lado de libros de Simón Bolívar, de política económica y novelas de José Saramago, un guerrillero olvidó su cuaderno de apuntes. Está lleno de tachaduras, dibujos y garabatos, como el cuaderno de cualquier escolar. Los apuntes hablan de tácticas de ataque, de tareas de información, de tipos de acciones combativas, emboscadas y cómo elegir tiempo y forma de ataque.
En el suelo, olvidada, quedó una hoja con una lista de sanciones: “A Milena, por violación al régimen y descuido con bienes del movimiento, hacer trinchera con siete lonas, en los ratos libres y un mes haciendo aseo y su correspondiente autocrítica”. Más allá se encuentra el taller mecánico, uno de los objetivos bombardeados por el Ejército en la Operación Tanatos. En medio de un descampado negro, una docena de máquinas pesadas para obras públicas y unas 50 furgonetas. Todo calcinado. A la pregunta de si oyeron el bombardeo, responde: “Vivimos allá, como a una hora, y hemos pasado estas noches de claro en claro. Sentimos esos estruendos duro, como si fuera al lado. Es aterrador. Los niños chillaban y uno sin saber para dónde correr”. Mientras hablaba su hijo, un niño de ocho años, esconde la cara y se pega a su cuerpo. “Es muy miedoso. Vive prendido a mí, pegadito de miedo.”
Más allá, sobre los Llanos del Yari, donde hace años tuvo uno de sus feudos el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, se escuchan los aviones. “Uno no tiene vida cuando pasan esos aviones”, dice un campesino mirando al cielo. Era un caza bombardero que volaba alto, seguramente en tareas de observación. El domingo por la tarde no habían llegado aún las tropas al casco urbano de Macarena. De los cinco de la zona de despeje este es el municipio más escondido. Los vuelos a Villavicencio, capital del Meta, están suspendidos y pocos se atreven a viajar desde San Vicente.
El domingo rondaron por allí un puñado de guerrilleros. Unos iban en camioneta y otros a pie. Arrogantes y soberbios recorrieron el pueblo. Luego de anunciar “algo importante”, asesinaron a dos muchachos. Los acusaron de paramilitares. Esta fue la explicación que le dieron al pueblo reunido en la plaza. Y el pueblo estaba reunido allí para ver el noticiero. No hay otra forma de enterarse de lo que ocurre en el país. Esta población, que regresó a manos del Ejército el sábado, lleva cuatro días sin luz. Las FARC, en respuesta a la ruptura de los diálogos de paz, atacaron la estación eléctrica que abastecía a la ciudad. A la luz de las velas permanecen desde entonces los 14 municipios del Caquetá y tres municipios de la vecina Huila. La ausencia de luz trajo la falta de agua, porque no hay forma de bombearla, y tampoco hay teléfono.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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