Miércoles, 20 de junio de 2007 | Hoy
CIENCIA › BIOLOGA SANDRA DIAZ
Los ecosistemas no son meros entes pasivos, sino que interactúan con la sociedad y con un alto valor económico.
Por Leonardo Moledo
La bióloga Sandra Díaz, especialista en ecología, trabaja en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal del Conicet de la Universidad Nacional de Córdoba. En algún bar cordobés sostenemos el siguiente diálogo, en el que me cuenta en qué consiste su trabajo de investigación.
–Estudio las interrelaciones entre la biodiversidad y los cambios ambientales globales, entendiendo por tales no sólo cambios de clima sino cambios del uso de la tierra.
–¿Por ejemplo?
–Transformación de bosques en sistemas agrícolas o transformaciones mutuas entre sistemas forestales y sistemas de pastoreo. Qué pasa cuando cambian las especies que predominan.
–El número de especies.
–No sólo. Cuando hablo de biodiversidad me refiero no sólo al número de especies sino a qué son y cómo interactúan entre sí.
–Tanto animales como plantas.
–Yo en particular estudio diversidad de plantas. Tradicionalmente lo que se ha hecho es estudiar cómo el clima y los distintos usos de la tierra afectaban a la biodiversidad, considerando a esta última como algo pasivo, que era afectado por distintos factores. Lo que yo hago ahora es ver cómo juega la otra cara de la moneda: cómo los organismos que viven en un lugar afectan la productividad y la fertilidad de un sistema, la capacidad de ese sistema de persistir, de regularse y de producir beneficios a distintos actores de la sociedad.
–Déme un ejemplo.
–Bueno, no es demasiado difícil: piense en la comida. Un sistema forestal les da pasto a las vacas que después nos comemos nosotros. O la leña y la madera para las industrias. Y otras cosas que, a pesar de que parece que no tienen valor económico, son muy importantes.
–A ver...
–La capacidad de regular la captación de agua por las cuencas, la capacidad de regular el clima regional, de proteger contra las inundaciones, de mantener insectos que polinizan plantas agrícolas, de mantener una población faunística importante desde el punto de vista ecoturístico, o algunas plantas medicinales. Todo eso es muy valioso, pero como hasta ahora no fue puesto en el mercado se asume que no vale nada.
–Y sí que vale.
–Mucho. Cuando uno piensa en lo que costaría reemplazar esos recursos si se pierden se da cuenta del valor enorme que tienen. El ejemplo más claro es cuando Estados Unidos tuvo que mejorar la planta potabilizadora que abastecía a la ciudad de Nueva York. Hicieron todos los cálculos y se dieron cuenta de que cuidar los bosques que cubrían unas montañas que están muy cerca y captan el agua para la ciudad era muchísimo más barato y durable que construir la planta nueva. Entonces se dieron cuenta del valor que tenía esa cuenca: unos cuantos millones de dólares, si se lo compara con lo que costaría la planta potabilizadora.
–Es un buen ejemplo, contante y sonante.
–Y en dólares. Esto ilustra el valor que pueden tener estos servicios que los ecosistemas brindan gratis. Se sabe que el tipo de plantas influye sobre la capacidad de esos ecosistemas de proveer estos servicios. Yo un poco intento trabajar en esto, con un pie en la ciencia bien básica y otro en la aplicada.
–Bueno, a ver cómo es eso. Porque el problema entre ciencia básica y aplicada plantea problemas en casi todas las disciplinas.
–Por empezar, yo creo que en biología la división entre básica y aplicada siempre fue un poco artificial. Yo empecé con esto tratando de entender cómo distintos componentes de la biodiversidad influían sobre los diversos sistemas, si era más importante la cantidad, la calidad o la distribución espacial de las especies. Eso parece muy básico. Pero tiene connotaciones prácticas cuando uno se da cuenta de que según qué componente sea más importante los ecosistemas producen beneficios o perjuicios a grupos sociales que pueden entrar en conflicto. Entonces: una pata en lo aplicado, una en lo básico y una tercera en lo interdisciplinario.
–¿Con quiénes trabaja?
–Estamos en un proyecto grande con varios países latinoamericanos, en el que trabajamos ecólogos y gente del ámbito de las ciencias sociales tratando de ver cómo distintos ecosistemas que uno encuentra en el campo, que son producidos y mantenidos por distintos grupos sociales, producen distintos beneficios ecosistémicos, analizamos cuáles son esos beneficios y a quién benefician.
–Según las sociedades.
–Sabemos que la sociedad es heterogénea y a veces esos beneficios se convierten en perjuicios para otros grupos. Esto es financiado por el Instituto Interamericano para el Estudio del Cambio Global. Entonces lo que hacemos es tratar de ver qué conflictos surgen de este aprovechamiento de los servicios ecosistémicos.
–¿En algo concreto?
–Por ejemplo, algunos entes gubernamentales están muy interesados en el secuestro de carbono, es decir, tratar de conservar la mayor cantidad de carbono dentro de los ecosistemas para que no se vaya a la atmósfera y contribuya al calentamiento global.
–Es un beneficio bien concreto.
–Un beneficio ecosistémico que le puede interesar a un gobierno, por ejemplo, para atraer créditos de otros países que quieran subir un poco la cantidad que pueden emitir. Pero de golpe, a los grupos de subsistencia que viven en esos bosques eso no los beneficia. ¿Se entiende?
–Perfectamente.
–Bueno, personalmente yo hago la parte más vegetal. Me gustaría decir dos cosas en relación con los que se comenta en los medios sobre el cambio climático en relación con el rol de la biodiversidad.
–Adelante.
–A mí me preocupan dos cosas que se manejan en el mundo sobre biodiversidad. La primera: que se piense que no tiene nada que ver con la historia del cambio global o si tiene algo que ver es porque es paciente del cambio climática, no agente. Muy poca gente hoy en día se da cuenta de que la biodiversidad influye directamente en nuestra capacidad de contrarrestrar el cambio global.
–¿Y la otra?
–La otra, que se piense que la biodiversidad es un lujo para los que tienen las necesidades básicas satisfechas y se pueden dedicar a los pajaritos y las plantitas.
–Bueno, se puede decir que en casi todos estos problemas siempre los que más sufren son los pobres.
–Hay un informe que se publicó el año pasado, del que yo formé parte, que muestra claramente que si perdemos biodiversidad vamos a perder servicios muy importantes y los primeros en perjudicarse son los actores sociales más desfavorecidos, aquellos que están en contacto más directo con los ecosistemas.
–Claro, porque si a mí se me seca el peral que tengo en el fondo de casa (quiero aclararle que no tengo un peral y que ni siquiera tengo fondo, pero es por poner un ejemplo) puedo ir a la verdulería y comprar peras.
–Pero la gente del campo no tiene esa posibilidad.
–Dependen del ecosistema en forma directa.
–Más que directa, diría yo; están absolutamente ligados al ecosistema y es vital para ellos que funcione bien.
–Bueno, es algo parecido a lo que pasa con las inundaciones, que afectan primero a los pobres.
–Claro. Los sectores de mayores recursos, si no hay protección contra las inundaciones, se pueden ir a otros lados más altos a donde no llegue el agua.
–Cosa que está vedada para los más oprimidos.
–En cierta forma lo mismo pasa con la fauna salvaje. Si los más oprimidos se quedan sin fauna salvaje, no tienen posibilidad de comer carne. Es por eso que en nuentro ámbito, los países latinoamericanos tenemos que darnos el lujo, que en realidad no es ningún lujo sino todo lo contrario, de estudiar la biodiversidad.
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