CONTRATAPA

Otra vez John Wayne

 Por José Pablo Feinmann

Durante la guerra de Vietnam todavía estaba John Wayne. La extrema derecha norteamericana tenía en Hollywood un héroe viril, gigantón, que caminaba llevándose todo por delante, que sonreía de costado y ganaba batallas desde hacía medio siglo. Igual la guerra se perdió. Había muchas contradicciones en la sociedad norteamericana y el mundo todavía contaba con el bloque soviético, que servía de contención a las posibilidades de desborde total del militarismo a la Wayne. El fin de la bipolaridad abrió las puertas al rostro único de la dominación y al intento de organizar el mundo según los mandatos de un solo polo, el vencedor.
Pero en 1968, en plena guerra de Vietnam, y acaso por vislumbrar el azaroso curso de esa guerra, la dificultad de ganarla, el héroe nacional hizo su intento, el intento de darle un empujón al espíritu guerrero de su país. John Wayne produjo y dirigió Los boinas verdes (The green berets). La visión (hoy) de esa desangelada película es ampliamente instructiva. Nadie, en los días de su estreno, tomó en serio el film de Wayne. Leonard Maltin, en su Movie&Video Guide, le pone bomb, es decir cero o menos que cero. Al margen (dice) de toda valoración política, el film es pésimo. Y sugiere un detalle para la carcajada: en la escena final el sol se pone por el Este. Wayne, en suma, no conocía ni los puntos cardinales, menos habría de saber de cine, de arte o de política y guerra. Aquí, en la Argentina de esos años, el film no estuvo ni una semana en sala de estreno. No sólo por falta de público, sino porque, de acuerdo a las modalidades de la época, todos los días le metían una bomba. En rigor, las bombas estallaban en toda América latina y el film no se pudo ver. Era torpe, era ofensivo, era mera propaganda belicista, era la bandera prepotente de una guerra abominada por todos. Mi hipótesis es la siguiente: hoy, Los boinas verdes, es una película de guerra como casi todas las que hace Hollywood. Hoy, en los cines, se ven y se aceptan versiones tan militaristas, pentagonistas y propagandísticas como el film de Wayne. Incluso más: el film de Wayne es superior a muchas de las que hoy se hacen. O las prefigura con orgullo, como si desde el pasado hubiera señalado el camino a seguir, en tanto ilustre antecesora. En los sesenta Hollywood se avergonzó de Los boinas verdes. John Wayne era excesivo. Sólo él podía entonar un ronco cántico de gloria a esas Special forces que, todos sabían, no actuaban con buenos modales. Hoy John Wayne está y no está. Se murió de cáncer por haber hecho de conquistador de la Mongolia en un film de los cincuenta, en locaciones antes arrasadas por experiencias nucleares. Pero, hoy, John Wayne está. El Imperio no lo tiene en la Meca del Cine, lo tiene en la Presidencia de la República. George Bush entrecierra los ojos como Wayne, es tosco y frontal como él y, también como él, confunde la patria con la guerra.
Hay dos o tres puntos esenciales en Los boinas verdes que se relacionan con el presente imperial norteamericano. El film plantea una constante: EE.UU. es un país agredido, sus guerras son siempre de respuesta a la agresión. La primera escena del film de Wayne es impecable. Se trata de una conferencia de prensa. De un lado periodistas norteamericanos de diarios hostiles a la guerra, del otro soldados con boinas verdes, llenos de dignidad y respuestas. El periodista David Janssen (actor que hiciera El fugitivo en la serie de tevé) se muestra incómodo, no le gusta esa guerra, ¿qué tenemos que hacer en Vietnam, por qué nuestros muchachos tienen que ir a morir a ese suelo remoto, tan lejos de la patria, es acaso nuestra la guerra que allí se libra o es sólo un conflicto entre vietnamitas? ¡Para qué! El sargento Aldo Ray, indignado (Aldo Ray siempre hizo de sargento en el cine, era tolerable peleando contra los nazis, pero aquí es, por decirlo suavemente, vomitivo), le arroja sobre la mesa una caja de balas secuestrada al enemigo. ¡Son checoslovacas!, exclama. Le tira una ametralladora enorme: ¡es de fabricación china!, ruge. Le tira unfusil sofisticado: ¡es de fabricación soviética!, ruge de nuevo. Silencio entre los periodistas. “¿Qué hacemos en Vietnam?”, pregunta Ray. “¡Nos defendemos contra el intento comunista de apoderarse del mundo!” El periodista Janssen se muerde el labio, vencido. Wayne, sonríe de costado. Ray les dice que se vayan. En suma, es la batalla de siempre, la de la democracia contra el totalitarismo, la del mundo libre contra los bárbaros, la de los eternamente agredidos contra los eternamente agresores. “Nosotros no empezamos esto, pero vamos a terminarlo”, es la perfecta frase Wayne-Bush.
Pero el film de Wayne es el de un cineasta de Hollywood, un viejo zorro que tiene muchas mañas y está dispuesto a usarlas todas. Así, los Boinas Verdes son unos muchachos distendidos, siempre dispuestos a bromear, y, sobre todo, habitados por los buenos sentimientos, casi diríamos por la ternura. Para justificar su causa Wayne debe exhibirnos el horror del Vietcong. Entran en las aldeas, las aldeas han sido arrasadas, los hombres torturados, las mujeres violadas, los niños asesinados. “Ellos son así”, murmura Wayne, apretando los dientes. Mira a Janssen y pregunta: “¿Dirá eso en su diario?”. Porque olvidé ese detalle de la trama: el periodista Janssen, para verificar si lo que dicen los Boinas es verdadero, se une a ellos, como observador, eh, que la cosa va de a poco. Aquí, entonces, ante el cadáver de una niña de cuatro años, Wayne le pregunta eso, si va a contarlo en su diario. Janssen, atormentado, gira y se va en silencio, cavilando, ¿no estaré equivocado?, sospechamos que piensa.
Ahora, la ternura. En la aldea masacrada por “Charlie” (el nombre que le dan los Boinas al enemigo) encuentran a un simpático niño vietnamita. Es huerfanito, ya que su familia ha sido aniquilada y lo único que tiene es un perro. El niño se llama Hamchunk. Que oriental, da. Lo adopta el más simpático y alegre de los Boinas, que es Jim Hutton, un actor algo bobo que hizo films para la Disney. Jim Hutton es el teniente Peterson y este hombre, Peterson, sigue toda la campaña con Hamchunk a su lado. Y el perrito. Pero –oh, catástrofes de esa inmunda guerra– una bomba mata al perrito. Se produce ahí el diálogo más memorable del film. Hamchunk corre hacia el perrito, lo abraza y llora amargamente. Peterson se le acerca y le dice: “¿Era lo único que tenías en la vida, no?”. Hamchunk responde: “Sí, pero todavía te tengo a ti”. Peterson lo alza, como si Hamchunk fuera ahora su perrito, y se lo lleva. Atención, hay más tristezas: los sucios rojos vietnamitas matan a Peterson. Hamchunk lo espera en la base. Se cruza con Janssen. Janssen (a quien hace una media hora hemos perdido, nadie sabe por qué, ¡el film dura 141 minutos!) va vestido de Boina Verde. ¡Va a la guerra! ¡Tanto lo convenció Wayne que el tipo deja de ser periodista y se va a pelear a Vietnam! Aunque, al alejarse, vemos que lleva la Olivetti, ya sabemos qué escribirá. Volvamos a Hamchunk; está en la base esperando el regreso de Peterson. Llegan los helicópteros. Todos bajan, todos menos Peterson. Horror de horrores para Hamchunk, perdió a la familia, al perrito y ahora a Peterson. Wayne se apiada, lo toma de la mano y lo lleva frente al mar. El sol se está poniendo, por el Este, sí. Hamchunk pregunta a Wayne: “¿Quién va a cuidar ahora de mí?”. Wayne dice: “Yo voy a cuidar de ti, Hamchunk. Porque, ¿sabes?, de eso se trata todo esto”. Más claro, agua: la guerra de Vietnam se hizo para que los Boinas Verdes protejan a los niñitos huérfanos de las aldeas arrasadas por Vietnam del Norte.
¿Qué nos reserva el futuro? Uno de sus rostros, de sus rostros cinematográficos, será este: soldados norteamericanos rescatando a dulces niñitos afganos de la garras talibanes, niñitos afganos con perrito incluido, un nuevo Wayne que dirá que ellos no empezaron esa guerra pero habrán de terminarla, descripciones minuciosas de las crueldades del enemigo para justificar las propias, marines jocosos, que saben que la guerra es la vida y también la alegría, retaliaciones solemnes y muchasbanderas que flamean victoriosas. ¿Quién será John Wayne? Acaso el mismísimo George Bush. Si lo está siendo en la realidad, ¿por qué no habría de serlo en la ficción?

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