Jueves, 5 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Leonardo Moledo
Así habló el hombre, atrayendo la atención de todos en el café La Orquídea:
“Lo peor es ese momento confuso en el que la literatura se desvanece en la memoria... El hombre del neanderthal... Sí.... Habitó Europa hasta hace sólo 30 mil años, cuando la glaciación lo extinguió. Puede ser. Incluso, según parece, convivió con el Homo sapiens durante... ustedes discúlpenme, pero estoy reconstruyendo todo de memoria y no puedo dar precisiones: esa mezcla entre la literatura y la memoria es precisamente lo que quería contarles. Recuerdo haber leído que la estrategia de los neandertales era muy rígida: radial, una especie de campamento base con depósito de agua y del cual se partía para buscar comida y al que luego se regresaba. La estrategia nómade del Homo sapiens, que aún tenía resabios africanos... Discúlpenme... –tomó un sorbo de vino– era más flexible; estaba claro, cuando llegaron los hielos, quién habría de sobrevivir...
“Pero no era de esto de lo que quería hablarles. El hombre del neandertal.... En un artículo que edité hace poco se tocaban estos temas, y yo agregué, un tanto pedantemente que Horacio Xiroga (un cuentista argentino del siglo XX) había escrito un relato, El último neandertal; era el siglo XX y Xiroga (¿se escribía así? ¿Era esa la grafía.... todo es irreal, perdónenme) no sabía sobre estas cuestiones lo que sabemos ahora, pero su historia era más o menos así: la de un neandertal, el último de su especie, el único que quedaba después de que su pueblo fuera arrasado por el frío y obligado a escapar a Sur en un intento por sobrevivir...
“Perdón si no recuerdo todos los detalles, pero la próxima escena es cuando, oculto entre unos peñascos, esperando alguna pieza de caza que repusiera sus fuerzas exhaustas, empuñando secretamente una jabalina, oye un ruido, o ve un movimiento, y se pone en tensión, pero en vez de la presa que espera, ve, ve, que irrumpen del fondo de algún paisaje dos o tres grupos de criaturas, bípedas; algo atávico le permite reconocerlos: son hombres, como él, aunque extraños, de una complexión más esbelta y liviana: en todo caso los huesos habían triunfado sobre la carne. Se comprende, venían del sur, donde las temperaturas son más amables y no hacía falta acumular tantas reservas de grasa. El neandertal los observó: acechantes estaban; ellos también conocían el peligro constante (has pasado la trabajosa noche, donde anida el peligro), se detuvieron de pronto –se pasó un pañuelo por la frente–.
“Lo olieron.
“Lo olieron, lo olieron como una amenaza que formaba parte de la amenaza del mundo.... La nieve caía levemente y levemente caía... leve sobre las llanuras del centro de Irlanda... perdónenme, esto pertenece a otro cuento, de un cuentista que no es ese Xiroga, sino de algún otro autor del siglo XX...
Hizo una pausa; miramos el fondo del café: era un paisaje con matices, como cualquier otro...
Pero él ya había retomado...: “busqué el cuento en las obras completas de Xiroga, fatigué libros, revisé la conjunción de un espejo y una biblioteca que permitió a Borges y Bioy encontrar el nombre de Uqbar, pero lo cierto es que el cuento se había desvanecido...
–Como Uqbar –dijo alguien.
“... se había desvanecido en la profundidad de la memoria, se había mezclado incluso con algo anterior, la reserva oscura de recuerdos de la especie que anida en algún lado, aun en estos tiempos de Internet (esa gran maquinaria que sustituye a la memoria... Pero algo siempre queda)... se había transformado en una imagen creada por esos pensamientos confusos y oscuros del Homo sapiens, y no sólo de un improbable Xiroga, un charco oscuro que aún recuerda el fin de los neandertal... el fin del último neandertal... y quiénes fueron, se dirán ustedes, homo sapiens aquí reunidos, fuego, fogón ancestral de la especie apenas transformado...
“Nosotros fuimos –dijo–, nosotros, los homo sapiens que estamos aquí, lo matamos y el hombre del neandertal, el postrero, como el cuento de Xiroga, se desvaneció en la maraña prehistórica, cuando esa jabalina de los hombres del Sur, idéntica a la suya, se clavó en su cuerpo, en su carne definitiva, en su yo naciente elevándose la conciencia por encima de la línea de los arbustos, se clavó levemente y leve se clavó en su cuerpo y su yo naciente, mientras en una ráfaga comprendió que era el último de una especie que ya no existiría nunca, una especie que no tendría una segunda oportunidad sobre la Tierra.
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