Jueves, 5 de noviembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Miguel Angel Molfino *
Un día despiertan inquietos, tal vez han soñado algo que ya han olvidado, es una mañana más en la vida pero, no obstante, una parte dormida del instinto ha empezado a abrir los ojos, de a poco, no con astucia, sino como si una tormenta de sospechas estuviera cerca de estallar.
Desde entonces, viven inquietos, intuyen que algo no está bien; ahora los ojos del instinto se posan sobre los que siempre fueron sus padres, los ven distintos –no atinan a saber por qué–, la súbita distancia es un escalofrío que vacía la espalda, y creen escuchar, muy pero muy lejanamente, los tam-tam de otra sangre. De una sangre que es dulce, tibia, familiar, hecha de pérdida, llanto y esperanza.
Llega el momento en que los jóvenes cachorros ventean el aire y más allá de los sonidos de la familiar sangre lejana, olfatean un olor único, idéntico al propio; huelen un tumulto de olores.
¿Yo soy esos olores?, se preguntan.
¿Y quiénes son ellos, los que huelen como yo?, se dicen.
Y así empiezan a recorrer el sendero que los lleva hasta su manada. Su manada perdida. Su manada robada.
Siguiendo ese olor que, inexplicablemente, lo arrojaba al llanto, a la duda, a redoblar la voluntad, a persistir bajo los aguaceros de la angustia, el 2 de noviembre de 2009, Martín Amarilla Molfino, tras abrir una puerta, se reencontró con su manada.
(A los chicos robados que todavía luchan por recuperar su identidad.)
* Tío de Martín Amarilla Molfino, el nieto 98 recuperado por Abuelas.
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