Sábado, 12 de diciembre de 2009 | Hoy
Por Sandra Russo
Es miércoles. El televisor está encendido en el otro cuarto. Escribo escuchando entrecortadamente las voces de las víctimas de “la inseguridad”, que se juntaron en el Congreso. TN. Acabo de llegar desde la otra marcha, la que organizaron algunos movimientos sociales contra los dos años de gestión de Mauricio Macri. Me senté en un bar de Avenida de Mayo y vi a algunos turistas sentarse a tomar licuados, preparándose para “ver pasar piqueteros”.
Pasaron, pero había una composición social mucho más abierta y constante: pasó el paisaje del pueblo más profundo, de los que están debajo de todo. Lo que en la pirámide es la base. Caras ajadas, bocas sin dientes, muchas mujeres con sus bebés, los que juntan entre tres los cuatro pesos que cuesta la Pepsi. Sus rasgos y su pobreza son la prueba del nunca admitido racismo de este país.
En las dos marchas hay malestar. Pero se diferencian en que a una fueron todos los medios, y a la otra dos o tres. Y también se diferencian cuando esos medios transmiten al público, a través de palabras, sobre todo adjetivos, y también de imágenes editadas, qué pasó en cada una. Ya es de noche y sigo escuchando las voces destempladas de las víctimas de “la inseguridad”.
Mañana saldrá publicada en La Nación la nota de Abel Posse que erizará incluso a periodistas que acompañan azorados pero con condescendencia las profecías de lesa humanidad de Carrió. Mañana Abel Posse, el hombre que escribió un libro contando el suicidio de su hijo y que logró al hacerlo, como declaró, “no sentir nada”, perforará la membrana que aún late, viva, en la decencia de miles que entre sí no se ponen de acuerdo. Asqueará a esos sectores que aún guardan para sí el recuerdo de los asesinados en la dictadura. Mañana Posse le revolverá las tripas a esa gente, hablando desde sus tinieblas. Mañana este nuevo “error” de Macri confesará, en su gélida voz, en su extravío repugnante, que “la inseguridad” se debe a que gobiernan los Montoneros, clamará por la restauración del orden y en lo más raso de su confesión amparará con sus argumentos un genocidio.
Posse será, en su aspecto más venal, quien ponga de manifiesto, de una vez, que “la inseguridad” es una trampa de la derecha, y que tenemos una derecha radicalizada en puerta. Hasta dónde el discurso mediático acompañará esta obscenidad fascistoide cada día más explícita depende ahora más que nunca de hacer reaccionar el resorte de cualquier progresismo. Si no se pueden superar los matices, los resentimientos y los egos para frenar esta embestida, el progresismo estará ante la peor derrota simbólica y política conocida. Seremos un país de esa derecha que como Posse, desde un pozo intelectual y moral, pasan de largo por las metodologías aberrantes que se emplearon en la masacre.
“La inseguridad” lleva comillas, ya lo he comentado en alguna nota vieja, porque designa a una construcción de sentido que mucha gente ha internalizado como algo que de verdad sucede. Lo que sucede es el delito. “La inseguridad” designa mucho más que delito. Sobre todo, más que delito, significa zozobra, impaciencia, terror, abyección. Y antikirchnerismo, claro. De hecho, están ocurriendo algunos hechos que se alzan con todos los sentimientos irascibles que despierta “la inseguridad”. No pueden a uno menos que llamarle la atención los tres casos de mujeres acribilladas en sus autos, sin motivo aparente, y ahora el regreso del salvajismo contra los colectiveros. Casi se diría que los hechos que ocurren conllevan un plus de repetición y sadismo que es casi una puesta en escena de “la inseguridad”. ¿Alguien irá al fondo de cada investigación? Debería. Sobre todo porque la sucesión de acontecimientos es tan vertiginosa, que todo se abre y nada se cierra.
Uno no subestima en absoluto el dolor y el desgarro que implica la muerte violenta de un ser querido. Todo lo contrario. Porque es una situación límite inenarrable, porque es un estado de hundimiento en la pérdida que no es transferible, uno termina detestando todavía más “la inseguridad”. Porque una cosa es el delito, que debe ser obviamente investigado y penado; una cosa es la política de seguridad bonaerense, que sólo se explica con Scioli, y otra cosa es convertir esos estados de emoción violenta en alegatos que sirven para articular un discurso político. La televisión no se detiene ni un instante ante el abismo de quien acaba de perder a alguien de su familia o a su familia entera, como le sucedió a la mamá de Gabriela Pomar. Lo más bajo del recurso político mediático hace base en esos momentos personales de sombra.
“La inseguridad” es alimentada por chacales que saben que pueden sacar rédito de los máximos dolores. Se entrecorta pero se escucha, desde el otro cuarto, la voz de un padre riojano que nunca pudo cerrar la herida que le dejó el asesinato de su hija. “La voz de los que piden justicia”, remata la conductora. Con la comunicación pasa algo bastante parecido a lo que dice Barthes que pasa con la lengua.
Hablamos en este caso el idioma español, pero no lo dominamos. La lengua nos domina a nosotros. “No es de izquierda ni de derecha; la lengua es fascista”, dice Barthes. Y el aspecto más fascista de la lengua no es “lo que impide decir, sino lo que obliga a decir”. Los grandes medios tienen un funcionamiento parecido. Ahora, que directamente hacen política, ese mecanismo se exhibe descarnado. Por eso conviene evitarlos si no se comparte la posición política de los grandes medios. Por eso cada vez más gente llama a la radio para contar que ha dejado de mirar televisión casi para cuidarse la salud. Por eso experimentamos, muchos, algo de siniestro en “el espejo”, al decir de Dolina, que nos muestran los grandes medios.
Así no es la realidad que percibimos. Cuando a un niño una madre o un padre le niegan permanentemente sus propias percepciones de la realidad, lo inducen a la psicosis. La defensa es la barrera. La desconexión.
Mientras tanto, en la otra marcha, la de los pobres, se hablaba de otra inseguridad. Va sin comillas porque sobre ésta no hay ningún discurso dominante construido. La inseguridad que transmite el gobierno de Mauricio Macri en la ciudad. Habló la viuda del maestro Fuentealba, porque esa muerte llevó el sello de una política de seguridad que revive el espíritu del enemigo interno. Acá, si uno raspa, se ve la conexión de sentido entre “la inseguridad” y la vieja y temible Doctrina de la Seguridad Nacional. El asesor del entonces gobernador Sobisch era Eugenio Burzaco, el nuevo titular de la Policía Metropolitana. La derecha no tiene muchas variantes de perspectiva, sino límites variables. Pero desde la perspectiva de la derecha aquí y en todas partes, los pobres son en general objeto de misericordia religiosa y en particular una molestia que hay que erradicar no importa cómo.
Mientras tanto. Mauricio Macri sigue gozando del amparo de los grandes medios, que por ósmosis adaptan sus líneas editoriales a la derecha tilinga y salvaje de Macri, y a su versión pulsional, vomitada por Posse. La impunidad y la complicidad son tales, que hasta se da el gusto, Macri, de empapelar la ciudad con afiches que dicen “Jugá limpio”. Un recurso retórico vecino a la perversión.
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