Sábado, 30 de enero de 2010 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
En estos últimos días se han producido dos hechos que unen la memoria de dos países que marcaron mi vida: Argentina y Alemania. A los dos, por desgracia, los une el espanto. Recordar ese espanto es sufrir el peor de los dolores y las vergüenzas. Dos países, dos sociedades que tienen manchas en su pasado por las cuales ha sido protagonista el horror. El horror más cruel y despiadado. Uno, las cámaras de gas; el otro, la desaparición. Es como para salir a caminar por estas calles plenas de nieve y preguntarse, sin jamás poder obtener una respuesta: ¿por qué?, ¿por qué tanta crueldad?, ¿por qué tanta insensibilidad? Lo atroz. El ser humano convertido en bestia, una bestia perversa. Uno, las cámaras de gas, el otro, la desaparición de personas, después de las más bestiales torturas, volverlas anónimas y arrojarlas vivas desde aviones al mar.
Sí, en estos días resonó la voz de la Justicia. Nuremberg, otra vez, en esta ocasión para los criminales uniformados argentinos. La Justicia alemana pide la extradición de Videla, el general argentino. Su rostro apareció en todos los diarios. El verdadero retrato de la Muerte. Los artistas plásticos ya tienen un modelo para inspirarse cuando dibujen esa muerte como símbolo. Al anunciarse aquí, en Alemania, el pedido de extradición, compré todos los diarios para mirarlo: el rostro de la Muerte. No nace otra sensación. Y por esas fantasías que tiene la realidad, en la misma página apareció el juicio que se lleva a cabo en Nuremberg al torturador nazi John Demjanjuk, de 89 años, el mejor torturador de Auschwitz. Que entra a la sala de juicio en camilla, se hace el enfermo para originar compasión. Con los ojos cerrados, aunque abre las pestañas, a veces, para cerciorarse de que engaña a los presentes. Demjanjuk, el brutal torturador, la bestia humana y, más arriba de la página del diario, el retrato de la Muerte, Videla, la muerte argentina.
Entre los miles de desaparecidos en la Argentina durante la dictadura hay 76 alemanes, todos jóvenes. Una de ellas, Elisabeth, la estudiante que fue a Buenos Aires para hacer labor solidaria en las villas miseria. Secuestro, torturas, campo de concentración “El Olimpo” y asesinato a balazos en un simulacro de tiroteo. Con la televisión alemana y bajo la dirección de Frieder Wagner hicimos un film sobre ella. Hija del pastor evangélico Ernst Käsemann, uno de los más brillantes ensayistas de Europa, sobre ética. En Alemania, el film Elisabeth fue mostrado por el principal canal televisivo nacional. En la Argentina, ningún canal quiso mostrar ese film testimonio.
Es que todo tiene su explicación. Nada es casual. Como justo ahora, en momentos en que Alemania pide la extradición del desaparecedor Jorge Rafael Videla, los diarios publicaron las declaraciones del político argentino Eduardo Duhalde, en El Salvador, donde pide que se deje tranquilos a los militares argentinos. Lo sabemos, es para crear el clima de manera que la Justicia argentina deniegue la extradición de Videla. Aunque la reacción de la verdadera democracia argentina no se hizo rogar. Y fueron justo militares los que salieron a definir lo que es la ética profunda. Por supuesto, se trata de los militares agrupados en Cemida, el Centro de Militares Democráticos Argentinos. Mientras el político Duhalde dejaba escapar ante el periodismo aquello de “no humillar a las Fuerzas Armadas”, los del Cemida le respondieron que ellos consideran “muy favorable que al fin se esclarezca quiénes fueron culpables de delitos aberrantes, y que ésos reciban las sanciones que las leyes determinan y así el resto de los militares queden libres de toda sospecha y hayan recuperado la admiración y respeto de la ciudadanía a las fuerzas que San Martín instruyó aferradas a su ejemplar código de conducta”. Firman el comunicado los coroneles Horacio Ballester y José Luis García.
Cuando uno lee esto se pregunta cómo si hay militares que defienden la democracia hubo políticos que usaron de todos los subterfugios para que todo se olvidara y los criminales de la desaparición y la tortura quedaran libres. Para recordar: las leyes de obediencia debida y punto final de Alfonsín y el indulto para los comandantes, firmado por Carlos Saúl Menem.
Cuando se formó el Cemida con los militares que pidieron una verdadera democratización del Ejército, escribimos que era hora de que esos oficiales fueran los que dieran los lineamientos para el futuro de las Fuerzas Armadas argentinas. Siguiendo el ejemplo del gobierno de la nueva Alemania posnazista, que justamente eligió a los pocos oficiales que se habían jugado contra Hitler, para dar las bases de lo que iba ser la actual Bundeswehr. Pero ni Alfonsín ni Menem recurrieron a ellos. Al contrario, se los aisló; los medios de prensa apenas si los mencionaban, a pesar de que dieron conferencias de alto valor donde se resaltaba la ética que debía tener un nuevo ejército en la democracia. Y ocurrió lo increíble, doy un ejemplo: en el gobierno de Alfonsín se ascendió a “general de la Nación” al coronel Gorleri, el quemador de libros de 1976, que se explicó diciendo que lo hacía “por Dios, Patria y Hogar”.
Y ahora Duhalde tiene como palabra de propaganda la consigna “no humillar a las Fuerzas Armadas” y quiere que ellas se encarguen de la reeducación de nuestra juventud en los cuarteles militares. No, señor Duhalde: la juventud se educa a través de la docencia y de crearle una sociedad justa, con porvenir, con trabajo, y no con la violencia de la desocupación, del alcohol o de las villas miseria.
Si aquí, en Alemania, un político de cualquier color propusiera la eliminación de la inseguridad dándoles a las fuerzas armadas y sus cuarteles un papel preponderante, tendría que irse del país por el repudio general. Justamente Alemania hizo esa experiencia durante los años del nazismo, la militarización de la juventud, y ya vimos el resultado. La juventud deja la violencia con las herramientas de un oficio, en el aula ante la ciencia y las artes, en el trabajo, con un techo digno y una naturaleza plena de colores y sensaciones. Y no con el cuerpo a tierra, ni el paso de ganso. Y los oficiales que se merecen una verdadera democracia no surgen de un instituto donde se aprende a obedecer y a mandar sino donde todos sus docentes hayan sido probados defensores de la democracia y de los derechos humanos durante su vida, y que sean capaces de enseñar los ideales de aquel glorioso Mayo, totalmente pisoteado por los generales de la desaparición y la tortura.
Duhalde, un politiquero digno de ésos de la escuela del famoso Barceló de la Avellaneda de los años ’30, supone crear un ambiente más democrático dándoles más importancia a los militares. Y aquí, justamente, los militares democráticos del Cemida le recuerdan: “¿El declarante no se estará curando en salud, ya que aún no se han terminado de investigar sus responsabilidades en los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, ocurridos durante su presidencia?”. Hechos. Esperamos aquí la respuesta del doctor Duhalde. Porque fue un crimen que conmovió al pueblo, en plena democracia. Tiene la palabra.
Volvamos a Alemania. Esta semana asistí en Berlín al estreno de la pieza teatral Elsa, del dramaturgo alemán Jürgen Berger. Es una historia que une las dos tragedias vividas por ambos pueblos. Es la vida de Elsa, que cuando joven debe huir con sus padres, por persecución racial, de la tierra donde había nacido: Alemania. El destino llevará a esa familia a la Argentina. Allí Elsa se educará, se casará y tendrá hijos. Una de ellas, Lilli, apenas salida de la adolescencia, será secuestrada por los militares argentinos acusada de actividades subversivas. La madre, Elsa –ya actriz de teatro–, luchará por su vida. Pero Lilli no volverá más, pasará a ser desaparecida. Dejará un bebé que criará Elsa. Una historia que se repitió muchas veces en esos años de la dictadura militar. La protagonista es justamente Ellen Wolf, en persona, que encarna a Elsa. Es su verdadera vida. Ahí está todo el dolor, la inmensa pena ante la injusticia, primero, de haber tenido que dejar su tierra natal, perseguida por algo tan irracional como el racismo; y luego, en el país que le dio refugio, ser protagonista como víctima de la desaparición de su hija.
La sala del Teatro Gorki de Berlín se llenó de emoción. Un destino y dos países donde se desarrollaron la irracionalidad y la muerte. La emoción aumentó más sabiendo que Ellen Wolf, de 83 años, que encarnaba a Elsa, se interpretaba a ella misma y su destino. Haber vivido en la Alemania de los años ’30 y luego en la Argentina de los ’70. La misma persona. Que ahora lo decía todo, desesperación, pero lucha; muerte, pero sí a la vida. El público, más que emocionado, ovacionó a la actriz.
Al día siguiente leí en los diarios las declaraciones de Duhalde. Me pregunté: ¿es que los argentinos, mejor dicho, los que se dicen nuestros pensadores políticos, no han aprendido nada?
Aunque siempre los enfrentaremos con la palabra, en la polémica, en el diálogo. Pero, por sobre todo, con la Justicia. Demjanjuk y Videla mataron. Para ellos la justicia, que debe apuntar siempre a la vida. La justicia es el arma principal de una verdadera democracia.
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