Sábado, 30 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por J. M. Pasquini Durán
Por fin, después de 45 días de intrigas y suspensos bizarros, Héctor Martín Pérez Redrado anunció en público su destino inexorable: la renuncia como presidente del Banco Central de la República Argentina. La confirmación llegó después de dos días de deliberaciones con la comisión especial que debe dar el consejo legislativo al Ejecutivo cuando se trata de remover a un director de esa banca. Es obvio que el “muchacho dorado” no consiguió la solidaridad que esperaba, un resultado que por cierto no era un misterio, ya que antes le habían soltado la mano hasta los más entusiastas defensores. Redrado jamás entendió que los opositores nunca se propusieron defenderlo sino oponerse al gobierno nacional. Tampoco ingresó en su consciente la idea principal: no podía doblarle la mano a la Presidenta. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, anunció anoche que el Gobierno rechazará la renuncia, porque ya lo habían cesado en sus funciones.
Durante la conferencia de prensa que ofreció al momento de anunciar la renuncia, Redrado develó algunos misterios: sólo le faltó confirmar que Clark Kent es Superman o viceversa. En la versión del ex titular del BCRA, todos los méritos económicos y monetarios de los últimos seis años se deben a su riguroso compromiso técnico-profesional. Más de una vez, contó, tuvo que ponerle límites al Gobierno para que no hagan zafarranchos. Al cabo de su relato, había caído un mito: los errores y los aciertos de la economía no se deben a Néstor Kirchner ni al matrimonio, sino al mismísimo MR.
Escuchando la versión condensada, de su propia boca, es más incomprensible aún que el episodio se haya arrastrado durante un mes y medio, con todos los perjuicios que esto significó en términos de mercado y de reputación internacional. Sólo el empecinado afán de los opositores de hacer difícil la tarea de gobierno puede explicar las solidaridades iniciales con el ahora dimitente. No escarmientan: el radical Sanz insistió en que el Gobierno debe aceptarle la renuncia, o sea renegar de su propia decisión, expresada en un DNU. Que ahora comience una puja y una escalada de pronunciamientos en los micrófonos de la radio y la TV para que acepte la dimisión terminará por agotar la paciencia popular que observa esta puja con menos interés que un teleteatro. Las encuestas indican que ha bajado la simpatía por el Gobierno y por los políticos de la oposición; todos están en caída. Este episodio debería ser superado con sencillez y dejarlo atrás lo antes posible, en lugar de prolongarlo con la tonta obstinación de molestar al otro.
Redrado terminó una semana especial puesto que se conmemoró en el mundo el Día de la Memoria, en el 65 aniversario de la liberación por las tropas soviéticas del campo de exterminio en Auschwitz. Durante más de seis décadas nadie en Alemania, civil o militar, denunció alguna humillación por el recuerdo. Por el contrario, en ese país, como en muchos otros, se realizan actos de recordación por todo lo que significa el Holocausto. En Argentina, la oportunidad tuvo un acento particular debido a que coincidió con una movida del bonaerense Eduardo Duhalde, quien entretejió la bárbara idea de que los juicios a los jefes y verdugos del terrorismo de Estado “humillaban” a las Fuerzas Armadas y que debido a los años transcurridos –la mitad de los del Holocausto– no se podía seguir marchando al porvenir con los ojos en la nuca. ¿Por qué sí pueden hacerlo los alemanes, a los que no les fue nada mal en materia de prosperidad?
La proposición reconciliatoria neomenemista, similar al indulto, de ese Corleone jubilado que trata de recuperar territorio perdido, no es fruto de la ingenuidad política o de un descarnado pragmatismo. Para su retorno Duhalde necesita mucha prensa y debió entender que para conseguirla en los mayores medios nada mejor que posicionarse en la derecha dura contra el Gobierno –en este caso contra las políticas sobre derechos humanos– para obtener a cambio buenos espacios que lo ubiquen en la atención pública. Si continúa buscando ese tipo de publicidad, a lo mejor este fin de semana se despacha con una diatriba moralista sobre las especulaciones acerca de los efectos afrodisíacos de los alimentos.
Si la prensa que presume de sesuda y seria le ha dedicado columnas con comentarios y opiniones de especialistas para desmentir una trivialidad del discurso presidencial durante mitines respectivos con criadores de cerdos y de pollos, los políticos podrían sumarse a la caravana de opinadores sobre los humores de doña Cristina. Habría que advertirles a ciertos opositores para que vayan preparando posiciones alrededor de la tanga, porque fuentes cercanas a la Casa Rosada estiman que la Presidenta podría hablar de lencería en cualquier momento. Es lógico que la prensa siga al detalle los mensajes presidenciales, pero no hay ninguna necesidad de magnificar los espacios de trivialidad a los que tiene derecho hasta una jefa del Estado. En todo caso, si hay que ocuparse de los consejos para consumir cerdo y pollo, habría que pensar que las exhortaciones llegan en momentos de una desorbitada alza de precios de la carne vacuna. “El campo” ya no puede realizar concentraciones multitudinarias, pero no se rinde, igual que el enmascarado solitario, y presiona sobre el ánimo público para que sigan enojándose con el Gobierno. De paso, hacen unos pesos más.
Los precios de la carne vacuna son utilizados por los economistas que vaticinan el infierno mientras gobierne el populismo para confirmar sus pronósticos, como lo hacen con regularidad en cada comienzo de año. Otros, en cambio, invitan a subir hacia nuevas prosperidades porque, aseguran, lo peor de la crisis mundial ya pasó. La realidad tendrá algo de ambos, pero las visiones más confiables hablan de un progreso en ascenso moderado. Es bueno pero no es bastante para el que nada tiene o quiere vivir un poco mejor. Haría falta una empresa que vuele más alto que un pollo o que un buitre. Diputados con sensibilidad social han propuesto, por ejemplo, rearmar la red ferroviaria en todo el país, un proyecto integrador, que movilizaría desde mano de obra hasta entusiasmos diversos a lo largo y ancho del territorio nacional.
Puede ser ése o cualquier otro de similar audacia y movilización, pero esta sociedad necesita un golpe de confianza, una razón para creer, un interés que quiebre la indiferencia y también que retome el diálogo entre política y sociedad. De otro modo, el cinismo ganará todas las batallas. Serán siempre poco efectivas hasta las mejores iniciativas oficiales, como la asignación por hijo, a los efectos de recuperar la fe cívica que se ha perdido.
Por desgracia, para esta inmensa tarea poco cuentan los opositores, por lo menos aquellos que manejan las mayores influencias. El sociólogo y analista político Manuel Mora y Araujo escribió sobre las características de los opositores: “... liderazgos personalistas, carencia de organizaciones partidarias nacionales, falta de proyectos políticos alternativos”. Para abundar, agregó: “El lugar de la UCR como partido alternativo fue ocupado por dirigentes sin partido, en muchos casos verdaderos destructores de organizaciones –inclusive de las creadas por ellos mismos– y en otros casos convencidos de que sus atributos mediáticos bastan para generar ofertas políticas sustentables” (en Cuadernos Argentina reciente N° 7, dic. 2009). Como la inteligencia y el sentido común no les deben faltar, todos deberían reflexionar sobre los despropósitos que implicó una aventura como la del ex titular del BCRA, antes de iniciar la próxima.
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