CONTRATAPA
A dos velocidades
Por Eduardo Aliverti
Estamos a un año de los sucesos que no sólo conmovieron a la Argentina, sino también a buena parte de un mundo que cínicamente pareció despertar de golpe respecto de las consecuencias del plan más salvaje aplicado por el neoliberalismo. Chile es la única comparación posible pero relativa, porque al revés de aquí conservó alguna estructura de desarrollo autónomo. Y en ese, este, año no aparecieron ni organización popular ni nuevos liderazgos ni fuerzas partidarias que fueran capaces de aprovechar toda la energía desatada por el estallido del 19 y 20 de diciembre.
Es cierto que la impaciencia no fue jamás una aliada de las concreciones, y de hecho hay una calidad nada despreciable de episodios que no hubieran sido posibles sin el concurso de aquella explosión que unificó al hartazgo de los marginales de abajo con el de los marginados del medio. Las asambleas barriales, aunque muy desinfladas si se las coteja con las expectativas de “democracia directa” que despertaron entonces, conservan especificidades interesantes y siguen promoviendo lazos de interrelación y colaboración vecinal de los que difícilmente haya retorno. Las organizaciones piqueteras, muy lejos de ser apenas ese muestrario de cortes de calles y rutas y discursos encendidos y canje por planes asistenciales que muestra la mayoría de los medios grandes de comunicación, revelan una estructura hasta formidable de redes de solidaridad; e inclusive de intentos de formación de nuevos cuadros políticos. Las fábricas retomadas y gestionadas por obreros y empleados, en número ya superior al centenar, son otra novedad –igual de relegada por los medios– que reinstaló los conceptos de clase y dignidad entre miles de trabajadores que estaban destinados a la caída del mapa. Nada de todo ello hubiera avanzado sin esa condición insuficiente, pero necesaria, de la detonación popular de hace un año. Y será a partir de allí, y de las formas que adquieran otras expresiones de desobediencia civil, desde donde puede tenerse la confianza en que aparezcan nuevos actores y conductores de las necesidades de masas.
El problema no es que eso todavía sea insuficiente para acercarse al surgimiento de una herramienta electoral novedosa, verdaderamente progresista y con posibilidades de disputar el poder, sino que la depresión por ello sea productora de otro desánimo y que éste, a su vez, afecte justamente lo más importante: aquella energía estallada hace un año. La opción electoral tiene posibilidades de aparecer más tarde o más temprano, pero téngase la seguridad de que no aparecerá nunca si se detiene la movilización social. Porque en ese caso no hay base alguna para que pueda construirse la herramienta.
Este dilema obliga a retomar el punto de las dos velocidades que tiene la crisis. Una se relaciona con el terremoto que produjo el modelo y cuyo origen debe buscarse hace casi 26 años, cuando la dictadura militar inició el proceso de devastación que completaría el menemismo. Ese país al que le arrasaron la que hoy sería su clase dirigente, sus mejores cuadros intelectuales, su industria, sus probabilidades de desarrollo, va en su caída en picada, todavía, mucho más rápido que la capacidad reconstitutiva de su tejido social. Lo que está hecho pedazos continúa siendo más veloz que lo que intenta rearmarse. Y la expresión partidaria de esa realidad es que a un año del “que se vayan todos”, y con las elecciones a la vuelta de la esquina más allá del mes más o mes menos que determine la táctica duhaldista, no sólo no se fue ninguno sino que de entre esos mismos todos, responsables de la catástrofe, saldrá el próximo presidente. Será de derecha explícita, o un poco más modoso, o un poco más gorda o un poco más corrido al “centro” discursivamente. Pero cualquiera que sea habrá de ser un actor de la política entreguista y corrupta contra la que hace un año se salió a la calle. A mediano y largo plazo, esa realidad electoral no tiene por qué ser necesariamente un hecho irremediable ni mucho menos. El problema es que, al corto, es profundamente doloroso.