Sábado, 5 de junio de 2010 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Después de estos últimos días argentinos, Manuel Belgrano hubiera repetido esas palabras que escribió en el Correo de Comercio el 21 de julio de 1810: “Vivimos en un país nuevo”. Sí, presenciamos por primera vez marchas de pueblos originarios en todo el país y una presencia de masas increíble en el recuerdo de los patriotas de Mayo y muchos casos de salir y poner el rostro ante las constantes transgresiones de la dignidad humana que se han registrado en nuestra historia.
Pero no debemos contentarnos con citar a Manuel Belgrano y sentirnos ya conformes con el apoyo popular –la gente en la calle– en los festejos de Mayo. Hay que seguir en la calle para ahondar ese curso y llegar al sueño que desde 1813 ponemos en nuestros labios al cantar el Himno Nacional: “Ved en trono a la noble igualdad, libertad, libertad, libertad”.
Vayamos a los hechos. La colectividad armenia en Buenos Aires nos ha dado a todos los argentinos un ejemplo de cómo hay que actuar frente a lo injusto. No se olvida del genocidio que Turquía hizo con los armenios. Uno de los gobernantes turcos, el llamado Ataturk Mustafá Kemal fue el más encarnizado verdugo del pueblo armenio, que continuó la matanza iniciada en 1915. Fueron exterminados un millón y medio de armenios. El historiador Pascual O. Ohanian –residente en la Argentina– ha detallado en voluminosos tomos, con documentación irreprochable, las diversas acciones de ese genocidio. Entre las víctimas se hallan decenas de miles de niños. Justamente en estos días el citado historiador presentó el sexto tomo de su obra. Ojalá los argentinos logremos tener una crónica tan detallada y profunda de todos los crímenes del sistema de “desaparición de personas” de nuestra dictadura militar. Los documentos oficiales son de una claridad que dejan al desnudo toda la crueldad de la matanza realizada por los turcos. Leo uno que se refiere a una de las tantas acciones: “La cantidad total de muertos alcanzó a 60.000 armenios, de los cuales 30.000 eran hombres, 15.000 mujeres, 5000 niños y 10.000 niñas”. Una de tantas masacres. O este documento del teniente coronel británico Rawlinson, testigo de cómo miles de hombres armenios fueron explotados como esclavos por los gobernantes turcos. Transcribimos un párrafo: “Al salir vimos prisioneros armenios, esclavos sería la palabra exacta. La apariencia de estos hombres me produjo un shock como el que nunca había experimentado y un recuerdo que perdurará hasta el fin de mis días. Era invierno, la nieve caía densamente, la fuerza y temperatura del viento estaban más allá de toda descripción. Aquellos míseros espectros estaban vestidos en agusanados andrajos, plenos de podredumbre e inmundicia, a través de los cuales eran visibles sus descarnados huesos, tanto, que parecía imposible que la humanidad pudiera ser reducida a tales extremos y aún viviera”.
A los extremos de crueldad que ha llegado el ser humano. Pues bien. A ese Kemal Ataturk se le quiso levantar un monumento nada menos que en los bosques de nuestro Palermo, a pedido del actual gobernante de Turquía y se pensó en su inauguración justo a la llegada de ese político con la asistencia del intendente Macri y del visitante, señor Erdogan. Apenas se supo la noticia, se movilizó la colectividad armenia a través de sus representantes, con visitas a las autoridades responsables argentinas y mediante solicitadas en nuestros medios. Lo consideraban un insulto y una provocación. Los armenios constituyen una parte importante de la población argentina. En cambio casi no existe colectividad turca, apenas se cuentan unos cientos de esos ciudadanos. La movilización dio resultados. El triunfo fue absoluto. El pedestal en Palermo se quedó sin la estatua. Como no se ratificó que la ceremonia se iba a realizar, el premier turco desistió de su viaje. Muy bien, que aprenda.
Nosotros tenemos un Kemal Ataturk propio. Se llama general Julio Argentino Roca. Dos figuras similares. Roca fue el genocida de la llamada Campaña del Desierto. A Kemal se lo pondera porque creó la nueva Turquía. A Roca, intérpretes de la Sociedad Rural y sus historiadores afines lo consideran el estadista que organizó la Argentina y la orientó hacia la civilización europea. Los principios morales no sirvieron en los dos casos, lo que vale es el “progreso”, claro, el progreso de algunos.
Pero, pese a que pasó más de un siglo, la conciencia sigue actuando y no se conforma con esa interpretación histórica y lucha por la verdad. Es hasta conmovedor que en pequeñas ciudades argentinas, la gente de pueblo se agrupa para terminar con el conformismo que da vergüenza. Cito, por ejemplo, un caso. El de la ciudad cordobesa de San Francisco. La organización Somos Viento de esa ciudad me escribe que luchan desde hace dos años por quitar el nombre de Julio Argentino Roca a una avenida para que pase a llamarse Pueblos Originarios. Me dicen que ya han logrado una reunión con los bloques de concejales del Concejo Deliberante a los cuales les van a hacer ese pedido porque –escriben– “es una reivindicación a todos, que nos merecemos una vergüenza menos, y por sobre todo es una reivindicación a ese sufrimiento causado por más de cinco siglos a nuestros hermanos nativos, originarios, y a su cultura que también es la nuestra por más que seamos winkas y con apellidos traídos de Europa, que desde siempre los ha obligado a acallar, a ocultar: tener sangre aborigen era vergüenza. Desde Somos Viento queremos gritar, decir de viva voz que somos más de lo que pensamos los que pertenecemos a una tierra mixta, diversa, diferente”. Muy bien, que gente joven luche por más dignidad desde la base.
Como ha sido el episodio de Casilda. El coraje civil salió nuevamente a relucir. En los festejos del 25 de Mayo, en el palco principal ocupó un lugar de preferencia nada menos que quien había sido capellán de la policía de Rosario, el cura Eugenio Zitelli, implicado en la causa Feced por estar presente en la tortura de detenidos durante la dictadura de la desaparición de personas. Está, por ejemplo, el testimonio de las ex detenidas Olga Cabrera Hansen e Inés Luchetti, quienes –ya presas– se quejaron ante Zitelli porque las torturaban y él les respondió: “Sin tortura no hay información”. Se ha demostrado que el citado sacerdote avaló todos los procedimientos de la dictadura. El comisario Feced reconoció que el cura Zitelli actuaba con ellos en los llamados “procedimientos”. Pues bien, el 25 de mayo estuvo mostrándose en primera fila en el palco oficial.
Pero no la sacó barata. Una mujer, una docente, Sandra Michelón, tuvo el coraje de acercarse al palco y decirle en voz bien alta que repudiaba su presencia. Las autoridades que lo rodeaban se sintieron molestas por esta valiente actitud y uno de ellos le dijo a la docente “que no arruinara la fiesta”. Es decir, que la que “arruinaba la fiesta” era la docente que denunciaba el cura represor y no la presencia de éste, codeándose con todos los altos funcionarios de la democracia.
Al día siguiente, en el acto del Instituto del Profesorado, Sandra Michelón fue invitada a hablar y comenzó preguntándose: “¿Cómo es posible una plaza con Zitelli?”. Sí, ¿cómo es posible recordar a los hombres de Mayo teniendo al lado a un represor y defensor todavía hoy de ese sistema, el más despiadado de la historia nacional?
Por supuesto que a Sandra Michelón la criticaron por “no respetar la diversidad de opiniones”, como si la picana eléctrica y la desaparición fueran una “opinión”. Pero hechos así quedarán para siempre en la historia de Casilda. Se recordará por mucho tiempo este gesto de la docente, mientras que los que miraron para otro lado pasarán como los de siempre, los que se acomodan a las circunstancias. Y el cura de manos secas por aplaudir a los torturadores quedará como figura del desprecio eterno. Casilda, así, quedó apartada, en ese momento, del sueño de Manuel Belgrano: “Estamos en un país nuevo”. O tal vez sí, pensando en la docente Sandra Michelón.
Claro, también está el otro caso, la maestra pampeana que alabó nada menos que a Roca y a Galtieri. Es explicable, mentalidades paralelas: Roca, verdugo de pueblos; Galtieri, desaparecedor que para salvarse inventó la insensatez de una guerra para recuperar las Malvinas. Más de seiscientos jóvenes muertos. En plena vida, en plenos sueños. El monarca de la tortura convertido en liberador de islas. ¿Con qué derecho? El era un dictador asaltante del poder. Y esas islas se recuperarán sólo con el camino constante de la palabra y la paz, porque finalmente la razón triunfa siempre. Vemos, paso a paso, cómo Latinoamérica va transformándose, pese a pasos atrás como los de Honduras, Chile y Colombia.
Honduras, al nombrarla me acuerdo de un film documental que acaba de estrenarse: ¿Quién dijo miedo?. Jamás he visto el protagonismo del pueblo como en esas imágenes. La reacción contra el golpe que sufrió Zelaya por Micheletti y la mentira que significó la “solución democrática de Lobo”. Cómo lucha ese pueblo, en la calle, en todos lados. Qué presencia tiene la mujer, pese a los balazos, los palos uniformados, la cárcel, el exilio. Escena por escena: los rostros, las voces que no se callan, el combatir con las manos contra las armas represivas importadas del Norte. Una filmación que va a pasar a la historia, que servirá de guía para el futuro. El pueblo no se rinde. Los pueblos no se rinden. Y las cámaras de la indignación están en todos lados, en primera fila, no se pierden ningún detalle, cada rostro queda como documento. La directora de este documento, Katia Lara, hondureña, merece un premio internacional por su valentía, su precisión y su denuncia total. Un testimonio de que, pese a todo, Latinoamérica no se rinde.
El sistema que domina al mundo está mostrando su incapacidad de resolver los problemas que se le presentan. No, el ser humano tiene que recapacitar y ver que el futuro no está en defender los intereses de uno y tapar la miseria de otros. ¿Dónde quedaron aquellos teóricos que nos decían que el capitalismo iba a solucionar por sí mismo todos los problemas del orbe? No ha resuelto ni siquiera los problemas de los países denominados más ricos, que han sido siempre los más explotadores. Veamos hoy Europa. Alemania, la joya del capitalismo europeo, con sus millones de desocupados y el terror propio a que el euro se desmadre para siempre. La gran mentira ha quedado al descubierto en estos días. Con la renuncia del presidente alemán Köhler. Por decir la verdad, decir lo que es la esencia del sistema, tuvo que renunciar. Dijo que las tropas alemanas –nada menos– intervienen en la guerra de Afganistán para proteger los intereses económicos y las vías comerciales de Alemania.
Nada menos. Así que no es para “defender los ideales de libertad y asegurar la paz en el mundo”, sino solamente por sus propios intereses económicos. Es decir, repetimos, dijo la verdad y con eso dejó al desnudo el egoísmo y la inmoralidad de todo un sistema político y económico de Estados Unidos y de todas las naciones obedientes al sistema.
Demasiado ingenuo el señor presidente. Dicen los defensores del sistema que en política no debe decirse nunca la verdad. Así le fue. Las críticas le llovieron como un aguacero y tuvo que irse. Porque la receta que se aplica es: miente, miente que al final te creen. El presidente alemán tendría que haber dicho, en vez de la verdad, esto: “Enviamos tropas a Afganistán para asegurar los principios de la libertad y la democracia hasta el último rincón del mundo”. Y sonreír. Parece ser que hasta Obama ha aprendido esta lección porque sigue sonriendo y ya pronuncia esos principios en todos los lugares que visita.
Köhler va a pasar a la historia por no haber aprendido la lección. Se hace la guerra por “los intereses económicos y comerciales propios”. Qué ingenuidad. Le recomendaríamos que haga un curso en una escuela publicitaria de artículos suntuarios y entonces va a aprender a saber vender la “cosa”.
Realidades y verdades, cada vez más alejadas. Pero la verdad no se rinde.
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