Miércoles, 13 de octubre de 2010 | Hoy
Por Martín Granovsky
Jorge Arrate atiende el teléfono desde Santiago. Como todos en el mundo, está pendiente de los mineros de Copiapó. “Es obvio que soy un opositor nítido al presidente Sebastián Piñera, pero quiero que al Estado le vaya bien en el rescate de los mineros y que ellos puedan caminar entre nosotros”, dice.
Candidato de una parte de la izquierda chilena en las últimas elecciones presidenciales, Arrate fue ministro de Trabajo de la Concertación y embajador de Ricardo Lagos en la Argentina. Es tan difícil olvidar a su notable cocinera peruana como dos frases suyas. Una, sobre las transiciones. “Son monstruos horribles, deformes”, decía con tono descriptivo. Era un modo de explicar Chile con realismo, pero a la vez Arrate reivindicaba la marcha chilena hacia la democracia entera mientras pedía más y más reformas. Otra frase la dijo cuando en la Argentina los partidarios de la impunidad soñaban con el silencio infinito y, falseando los datos, ponían a Chile de ejemplo para no juzgar. “El único punto final lo ponen las almas”, dijo Arrate, que siempre estuvo de acuerdo con perseguir penalmente a los sospechosos de haber violado los derechos humanos.
En 1970, cuando Salvador Allende ganó las elecciones presidenciales, Arrate no había cumplido los 30, militaba en el socialismo, era amigo de las hijas del presidente y ya tenía su título de economista. Fue asesor presidencial hasta que un año después “Allende me pidió –qué me pidió, me ordenó– que asumiera como presidente de la Corporación del Cobre, la Codelco”.
Recuerda hoy Arrate que en 1971 el Congreso aprobó la nacionalización de la gran minería y la puso bajo la administración de la Codelco. “Yo tenía nada más que 29 años, y me hice cargo con entusiasmo. La nacionalización era una medida extraordinaria. Tanto, que fue el único proyecto legislativo en tres años de gobierno de la Unidad Popular que fue aprobado por unanimidad. Lo aprobó la izquierda, lo aprobó la Democracia Cristiana y hasta lo votó la derecha.”
Arrate describe a Salvador Allende como “un político a tiempo completo, que abandonó muy joven su ejercicio como médico, un hombre de relación muy abierta con los demás, que amaba mucho la vida, carecía de odios personales y tenía un gran coraje personal y político, como lo demostró el 11 de septiembre en La Moneda”.
El 11 de julio de 1971, con el cobre nacionalizado, Allende habló en Rancagua a los “compañeros mineros”, a “los trabajadores duros del rojo metal”. Les dijo que, tras la estatización, el cobre era “el sueldo de Chile”, “así como la tierra es su pan”.
Arrate estaba allí, estrenando el cargo de presidente de uno de los conglomerados mineros más grandes del mundo. Tan poderosa era Codelco que el dictador Augusto Pinochet –al revés, paradójicamente, de Carlos Menem, un presidente nacido de la democracia que privatizó el petróleo en la Argentina– mantuvo estatal el cobre para asegurarse una fuente propia de divisas y ató esas divisas a la financiación del presupuesto militar.
En septiembre de 1973 Arrate andaba de gira por varios países –entre ellos China– para conseguirle mercados al cobre en medio del jaque resuelto por el presidente norteamericano Richard Nixon y su consejero Henry Kissinger para escarmentar, con Chile, a cualquier país que tuviera la audacia de imitarlo: prohibido gobernar con coaliciones de izquierda y centroizquierda, prohibido expropiar empresas made in USA, prohibido hacerlo (como hizo Chile) considerando que la indemnización estaba paga por los abusos anteriores. Arrate decidió acortar el viaje y volver a Chile cuando el final de la democracia era inminente. Pero el vuelo llegaba a Santiago justo el 11, el día del golpe, del bombardeo al Palacio de La Moneda y de la muerte de Allende, que se suicidó después de resistir con casco y metralleta. El avión de Arrate sobrevoló Santiago, no pudo aterrizar y el presidente de Codelco inició su largo exilio en Europa.
En 1972, Arrate había tomado parte en dos episodios vinculados con la Argentina. Acompañó a Salvador Allende cuando el presidente se encontró con Alejandro Lanusse en Salta. Chile no quería un aislamiento aún mayor. Trataba de evitar que la frontera ideológica con la Argentina se convirtiese en un cepo. Lo consiguió. Y en agosto del ’72 participó de las negociaciones en las que Allende decidió no devolver a los guerrilleros argentinos fugados de la cárcel de Trelew. No volvieron a la Argentina y dejaron Chile, donde su estadía habría aumentado la crisis en desarrollo. Fueron a Cuba.
Arrate trató mucho a los mineros y conoce bien cómo son. “Hay algunos que transmiten el oficio de padres a hijos. Es como si tuvieran una cultura minera. Y otros vienen de oficios diferentes. Pero siempre, más jóvenes o más grandes, trabajan con espíritu colectivo y respetan el mayor conocimiento de los líderes. Allí abajo, en la San José, hay un minero que lleva más de 30 años en las profundidades. Es muy importante contar con alguien así.”
El ex embajador dice algo que pocos dicen. “Minera San José, donde ocurrió el accidente, fue clausurada en 2007 y restablecida en 2008. En 2010 hubo un accidente serio, pero volvió a ser autorizada. Es un error muy grave.”
Y cuenta Arrate algo que nadie cuenta. “La ayuda internacional es importantísima. Pero como Codelco se ocupa de la gran minería (San José es minería intermedia) tiene tecnología de seguridad y de rescate, y cuadros especializados con muchísima experiencia adquirida en minas subterráneas como El Teniente. Ellos y los ingenieros de Codelco fueron vitales en el último tiempo y lo seguirán siendo hasta que todos los mineros vuelvan a estar en la superficie.”
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