DEPORTES › OPINION

Pasaron por Copiapó

 Por Diego Bonadeo

A uno le costaba un montón y medio levantarse para ir a la escuela, seguramente como a casi todos –y todas–, en especial cuando por allá por la década del ’40 la perspectiva de escarcha era casi inexorable. Sin embargo, en 1948 se corría el Gran Premio de América del Sur, con ida a Caracas y regreso desde Lima. La vuelta, desde la capital peruana, incluía una etapa de Antofagasta a La Serena, que pasaba por Copiapó, una referencia reaparecida con el emocionante episodio de los compañeros mineros enterrados muy cerca de aquel camino, de aquel Gran Premio que para uno, ya de chico hincha del Aguila –Aguilucho era minimizar al enorme Oscar Alfredo Gálvez–, era una epopeya. Uno se levantaba a las cuatro de la mañana, papel y lápiz en mano, para tomar los pasos de cada auto por cada lugar de cada etapa que, para verdad o para no tanto, la radio nos entregaba a los madrugadores –y Oscar pasó ganador por Copiapó–, sin importar demasiado la perspectiva de algún grado bajo cero que a eso de las siete entornaría la caminata de algunas cuadras hacia el tranvía 31.

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