Miércoles, 13 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › UN BOMBERO QUE RECOGIó DIECISéIS CUERPOS
Por A. D.
Daniel Aníbal Cassimelli casi no habla. Tiene un tatuaje del Che Guevara estampado bajo un remerón, pero nadie lo advierte. Los integrantes del Tribunal Oral Federal 4, que juzgan los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio, lo ametrallan a preguntas. Intentan pedirle detalles sobre qué pasó ese amanecer de mayo de 1977 cuando alguien llamó al Cuartel de Bomberos de Monte Grande, donde él permanecía como bombero voluntario, para ordenarles que fueran a levantar dieciséis cadáveres de una casa en el centro de la ciudad.
“Era la época de la subversión –dijo–, lo común era ir a buscar cadáveres a las casas o Ezeiza.” Hasta ahora nunca había declarado. Durante la última dictadura era bombero voluntario del cuartel de Monte Grande y trabajaba durante el día en el Centro Atómico de Ezeiza. Le tocó cargar el cuerpo de Silvio Frondizi cuando lo llamaron para decirle que lo retire de los bosques de Ezeiza, y caer en el interior de una casa del Camino de Cintura a buscar otros tres muertos de la represión. “Yo vivía en el cuartel, estaba en Monte Grande y esa mañana nos llaman para ir a levantar los cadáveres”, indicó. Estaba a unas quince cuadras de la casa del bulevar Buenos Aires, donde se había producido la masacre.
Cuando los llamaron estaba amaneciendo. En el lugar se estaba yendo una patrulla militar con hombres con ropa de fajina y armas. De pocas palabras, Cassimelli habló frente al pelotón de penitenciarios acusados por el juicio. En la parte trasera, en cambio, la sala estaba casi vacía habitada por un minúsculo grupo de visitantes.
“Lo que vimos eran cadáveres adelante, en la parte del jardín, en la casa y en el fondo”, indicó. Los cuerpos que estaban en el jardín eran dos o tres, señaló, ubicados adentro de un Ford Falcon, abajo de un árbol al que recordó como un gran pino. Adentro de la casa había un living y algunas habitaciones. En el living había dos o tres cuerpos y en las habitaciones otros. Los primeros cuerpos estaban entre un sillón y una mesa ratona donde todavía había una botella de ginebra. “Adentro no veo armas –dijo–, en las paredes había impactos de bala y pequeños pedazos de vidrio en el piso, sí me acuerdo de que el hall principal era rojo de sangre.”
En total, explicó, eran dieciséis cuerpos: diez hombres y seis mujeres. Los cuerpos tenían heridas de bala. Incluso los del fondo tenían disparos en el frente y en la espalda. Los militares difundieron en aquel momento el episodio como producto de un enfrentamiento. Pero Cassimelli señaló que no hubo muertos de parte de los militares, ni nadie que se retirara en ambulancia.
Cassimelli salió del salón de audiencia. Hablaba de que también él tenía parientes que habían desaparecido. De los muertos en Ezeiza. Y de una idea que habían tramado con uno de sus compañeros: “Tuvimos ganas de poner un cartel que dijera prohibido tirar cadáveres”.
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