Martes, 17 de mayo de 2011 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Otra noche de sábado de Eurovisión. Que se entienda: no es que vea por completo esta suerte de maratónica video-orgía músico-continental transmitida anualmente, en vivo y en directo, a unos 150 millones de fans declarados o zombies catódicos o, como yo, gente que pasa por ahí arrastrando los pies con una sonrisa boba (lo que, ok, probablemente me acerque mucho, demasiado, a la categoría de zombie catódico). Pero lo mismo confieso que nunca me pierdo el tramo final de las votaciones vía satélite. Allí y entonces, los cada vez más países que conforman ese oasis cada vez más espejismo que es Europa –presentándose envueltos en el estandarte sónico de canciones por lo general de una obvia atrocidad y casi siempre entonadas con mayor o menor pericia en inglés– se celebran o se condenan o, simplemente, se ignoran. Tampoco –lo reconozco– es que haya matizado la espera vacunándome con DVD de la última de Godard o documental de calidad del History Channel. No. Fue uno de esos sábados; así que antes me inyecté en vena esa espesa y estúpida y sorprendentemente racista y xenófoba y machista y vergonzante cosa que es Sex and the City 2. Por lo que, cerca de la medianoche, absolutamente lobotomizado, vaciando una bolsa de papas fritas sabor pollo con cebolla caramelizada, luego del apretado resumen de canciones –los ojos llenos de brillos y lentejuelas y trajes absurdos y coreografías psicóticas, los oídos llenos de grititos agudos, estribillos tribales, ritmos de discoteca de pueblo y baladas de alquitranado almíbar– yo ya estaba perfectamente preparado para ese momento de las conexiones, cuenta regresiva y suma y conteo de papeletas y votos y puntos.
Así, una avalancha de sonrisas falsas con mucho diente, abrazos, felicitaciones huecas. Y, sobre todo, los regocijantes comentarios del español encargado de relatar el evento (este año uno nuevo reemplazaba al clásico de siempre, pero juro que ni me di cuenta; similares a los del anterior eran sus comentarios no tan sutilmente despectivos hacia los otros concursantes y su paranoia conspirativa à la Dan Brown denunciando pactos y códigos y conspiraciones y alianzas varias) como si se tratara de una suerte de cumbre geopolítica donde se dirime el destino del Viejo Mundo y se vislumbran las claves de lo que sucederá histórica y socialmente en los próximos doce meses, hasta la próxima cita.
Y el ganador de este año fue –locutor español dixit– “la parejita” de Ell&Nikki de Azerbaiján con “Running Scared”. Lo que –hit espantoso pero título perfecto para definir la situación que se vive y se muere y se agoniza por estos rincones del mapa– se traduce como “Correr asustado”.
DOS A la mañana siguiente, la resaca no perdona y Europa sigue siendo Europa. Y –como viene sucediendo de aquí a un tiempo– los abultados diarios del domingo desbordan de noticias y suplementos especiales y gráficos e infografías sobre la decadencia del gran sueño continental que, en apenas poco más de diez años de implantado el euro como pegamento económico/existencial, se ha despertado para descubrirse víctima de un insomnio que no da muestras de irse salvo que se vacíe frasco tamaño jumbo de pastillas para dormir y a ver qué pasa y que sueñes con los diablitos. Pongamos algo de buena música a todo esto y remitámonos a melodías nobles con títulos tan ominosos como la ganadora de Eurovisión 2011: “Free Fallin’” de Tom Petty, “The Levee’s Gonna Break” de Bob Dylan, “I’m So Tired” de The Beatles, “Lawyers, Guns and Money” de Warren Zevon, “Comfortably Numb” de Pink Floyd, “Everybody Knows” de Leonard Cohen, cosas así... La lista es larga y, si mal no recuerdo, hay una gran canción de Roy Orbison también llamada “Running Scared” donde, con esa voz de barítono de medianoche, oímos y temblamos un “Tan sólo corriendo asustado, sintiéndome deprimido...”. Y –con esa música de fondo– leer sobre el bestial y constante avance de partidos de ultraderecha compuesto por jóvenes ansiosos por ponerse el traje típico y bailar sobre la sangre de los demás; sobre la constante condena a la figura del inmigrante (a quien se responsabiliza tanto del aumento de la violencia y del resurgimiento de enfermedades que se suponían desterradas del territorio como de vaciar las arcas de la seguridad social cuando se ha comprobado que aportan tres veces más de lo que “consumen”); sobre los cada vez más frecuentes borrones al tratado de libre circulación Schengen (Francia cerró por un rato su frontera con Italia para frenar una avalancha de inmigrantes; Dinamarca reintroduce controles fronterizos para frenar una “amenaza” no del todo clara pero, seguro, que viene de afuera); sobre la posibilidad más que cierta de que la República Checa esté realizando “test falométricos” para medir la respuesta a estímulos sexuales de refugiados (si sale gay, parece, sale rapidito del país); sobre las apenas inconfesables ganas de muchos de separarse del euro y volver a la casita/alcancía de las viejas monedas locales; sobre el fin de la solidaridad y arrojemos a Grecia por la borda; sobre la cada vez más consumada y profesional torpeza de políticos que no es que alguna vez no hayan sido inútiles sino que ahora son inútiles hasta para fingirse útiles... Todo esto y mucho más en un paisaje donde no pasa semana sin que la Casa Central ordene recortes sociales de todo tipo, repercuten las turbulencias del mundo árabe, se acerca el tsunami económico de China, se envidia el repunte latinoamericano y la decadencia vigorosa del Imperio Americano, y se comprenderá lo poco que pesa Europa y, a la vez, lo pesada que resulta. Un exhaustivo y enumerativo informe de José Ignacio Torreblanca en El País del domingo pasado concluía haciéndose la pregunta que nadie quiere hacerse y ofreciendo la respuesta que nadie quiere oír, pero que ensordece como musiquita eurovisiva. “¿Se puede romper Europa?”, interrogaba Torreblanca. Y respondía: “La respuesta es evidente: sí, por supuesto que puede”.
TRES España queda en Europa. Y España no califica por estos días para formar parte de los países eurovisionarios que están saliendo de la crisis (y que no dejan de precisarle que está haciendo las cosas “bien”, pero que hay que hacerlas aún “mejor”) y se queda dentro y ha crecido la tercera parte que la Unión Europea entre enero y marzo. Y la cuestión es que no se adentre más y no avance la miopía, por favor. Y España es un país actualmente gobernado por el PSOE y José Luis Rodríguez Zapatero, fan confeso de Supetramp, aquella banda que grabó discos con títulos como Crisis? What Crisis? y Famous Last Words. Y en eso están ahora Zapatero y los suyos. Silbando bajito “Hide in Your Shell”, “Dreamer”, “Goodbye Stranger”, “If Everyone Was Listening”, “Take the Long Way Home”, “Asylum”, “Fool’s Overture” y, por favor, “Don’t Leave Me Now” y “Give a Little Bit”. Rogando por el apoyo último y final. En inestable campaña para las decisivas elecciones autonómicas y municipales del próximo domingo donde se les pronostica debacle histórica e histérica, perdiendo por primera vez Castilla-La Mancha, Andalucía y Barcelona sin siquiera haber impedido que el a todas luces corrupto enclave valenciano del PP pierda votos. De hecho, todo parece indicar que el PP sumaría allí cinco escaños. En resumen: las mediciones que publica el ABC auguran que –de 37 capitales analizadas– el PP ganaría en 25, el PSOE en siete y las cinco restantes a repartir entre sabores diversos y locales. Zapatero –quien ha descubierto la cara de tipo duro y elevado el tono y la velocidad de su voz en los mítines para decir las mismas cosas que decía despacio y más bajito y sonriendo, por los días dorados del Quijote y el talante– augura una gran sorpresa que nadie imagina.
Pero, por favor, mejor no.
Suficiente sorpresa fue ya el terremoto de hace unos días.
CUATRO Y a no engañarse, no hay motivo alguno para alegrarse o pensar que vendrán tiempos mejores: la derrota nacional del PSOE se traducirá en la victoria global del PP (partido que, con un desde siempre incierto y nerviosito Rajoy al mando, lo único que ha venido haciendo es señalar errores y defectos ajenos, pero sin aportar opciones o proyectos) y en la caída de lo que parecería ser uno de los últimos reductos socialistas de Europa y ya se enteraron de lo que pasó con el socialista francés Strauss-Kahn, director del FMI y hombre mejor situado para ganarle a Sarkozy en el 2012. Lo que nos espera, a partir del próximo 22 de mayo, de cumplirse los pronósticos, son diez meses de Rajoy y los suyos exigiendo elecciones anticipadas y ofreciendo la fórmula mágica (y hasta el momento demasiado secreta) para la creación de empleo en un país parado, el consumido bailecito de consumo interno entre sonrisitas pícaras en el PSOE de quién será o se animará a ser próximo candidato en unas generales que no pintarán nada bien para el candidato salvo que se trate del Capitán Trueno o el Capitán Alatriste o, quién sabe, Torrente (pero el taquillero y popular Torrente es del ala durísima del PP) y “Take the Long Way Home”. La verdad sea dicha. No le importan a nadie salvo a sí mismos. Nadie les cree. Puestos a perder el tiempo con duelos o batallas y declaraciones de amor o de guerra, son mucho pero muchísimo mejores en lo suyo Pep Guardiola y José Mourinho. Y no le prometen pan a nadie. Apenas, circo.
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