Martes, 4 de octubre de 2011 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Hasta hace poco, todo era relativo menos la Teoría de la Relatividad; que no se entendía mucho, pero al menos funcionaba como un pilar de certeza para Rodríguez. Ahora ni eso. Es más, leyendo las últimas noticias, Rodríguez –quien no la entendía y nunca se esforzó demasiado por entenderla, porque se entendía que no era algo que le tocara entender– se entera que ni siquiera era una teoría. Era “una descripción comprobada y precisa de la realidad”. Lo que vuelve a la cuestión más grave, porque todo indica que esa comprobación no era ni precisa ni real. No le pregunten cómo a Rodríguez pero –a partir de ahora, aunque desde siempre– los neutrinos corren más rápido que los fotones y, ah, el placer que debe depararles a muchos el poder decir “Einstein se equivocó, je, y aquí vengo a corregirlo”. Rodríguez se sumerge en las de pronto expandidas páginas científicas de su periódico –que se han comido como agujero negro las luces de noticias culturales y de sociedad y de tendencias– para intentar comprender algo de cómo todo su mundo, de pronto, ha cambiado para siempre; por más que, por supuesto, siga y vaya a seguir exactamente igual.
DOS Y la dificultad de decodificar eso, descubre Rodríguez, es como un bálsamo en comparación a los jeroglíficos y ecuaciones de la crisis y la recesión y alrededores. Mejor ciencia dura y pura que economía frágil y tóxica. “Puestos a no entender nada de tanta nadería, mejor ocupémonos del misterio total de lo absoluto”, postula la Primera Ley de Rodríguez. En El País, Alvaro de Rújula –muy Twilight Zone– ofrece ejemplos sci-fi y sci-no-fi: “El tiempo en el reloj de un piloto de avión pasa más despacio que el de relojes en tierra, precisamente como la teoría predice. Si volase a la velocidad de la luz, el reloj del piloto se pararía. Y si fuese más deprisa, echaría para atrás. En la teoría de la relatividad, la posibilidad de viajar más rápido que la luz equivale a la posibilidad de viajar al pasado. Si esto fuese factible, podría uno matar a su abuela antes de que pariera a mamá”. Pero lo más importante de todo para Rodríguez: hay algo consolador en las fotos de científicos silenciosos comparadas con esas vistas de las Bolsas del mundo donde todos pegan alaridos y levantan papelitos. Es más: Rodríguez se permite incluso ensoñaciones del tipo Verne coloreadas por Hergé. Y es feliz imaginándose allí, lejos, sin esposa ni hijos. Entregado a una causa noble y críptica, con el como factor decisivo del Experimento Opera, bajo las Apeninos, dándoles la bienvenida a esas “partículas fantasma” que son los neutrinos. Corriendo à la Tron, yendo y viniendo –730 kilómetros a 2,4 milisegundos– hacia y desde el acelerador vibrando en el CERN, Laboratorio Europeo de Física de Partículas cercano a Ginebra. Rodríguez se imagina a sí mismo con delantal, garrapateando cifras en un pizarrón, descorchando botella de champagne, brindando con colegas mientras anota mentalmente cita con su sastre porque va a necesitar smoking de gala para recoger el Nobel y...
TRES ...y su sueño dura poco, porque pocas cosas hay más relativas que el tiempo en los sueños. Y uno de los responsables del milagro revisionista declara algo y no tiene nada que ver –nada de aquella fulminante seguridad mesiánica y pulp– con lo de los científicos locos o cuerdos a los que Rodríguez admiró en letras o dibujos a lo largo de su infancia. No, este hombre de laboratorio apesta a político o a economista cuando se escuda en un “No intentamos hacer ninguna interpretación teórica o fenomenológica de los resultados”. Después, enseguida, alguien advierte que los resultados se hicieron públicos antes de ser sometidos a los tests de rigor y que, por lo tanto, “no se ha llegado a un juicio definitivo”. Así, de pronto, Rodríguez está de regreso y despierto en la sonámbula relatividad de todos los días.
CUATRO Así, Rodríguez vuelve a ser cubierto por algo impreciso e incomprobable pero tan real. Aquello que a falta de mejor nombre se ha dado en conocer como el ruido blanco de la oscura vida misma. Y es un ruido fuerte y feo. Taurinos y antitaurinos agarrándose a golpes de la última corrida en Barcelona. PP Rajoy confesando que “mi gran ilusión es sacar a España de la crisis” sin darse cuenta de que pocas palabras hay más relativas que ilusión, que limita peligrosamente cerca de iluso, y que poco y nada tiene su dicho de la contundencia –verdadera o falsa o relativa– de un Yes We Can. PSOE Rubalcaba, por su parte, sigue arremangado, sentado en banqueta alta, como neoateniense cool, hablando mucho y moviendo los brazos, haciendo propuestas tan bien intencionadas como ingenuas e impracticables y en plan líder profesoral de la Sociedad de los Políticos Muertos. Un broker-trader falso se hace famoso vía Internet (donde toda fama es relativa y más efímera que los quince minutos de la Teoría de la Warholidad), pero consigue engañar a todos esos verdaderos especialistas que, desde sus jardines, dicen cosas como “sabemos todo y nada de la crisis”. Y qué tal esto como muestra de relativismo escultórico: la estatua de Juan Pablo II en la estación Termini, en Roma, será pronto reformada por asemejarse demasiado a una de Benito Mussolini I, dicen (coming soon: la de Benedicto XVI igualita a una del Emperador Palpatine/Darth Sidious de Star Wars). Del mismo modo, todo es relativo, el Barça y el Real Madrid están lanzados a una competencia por quién mete más goles por partido. Pero los goles del Barça –aunque sumen lo mismo– parecen valer siempre más para la desesperación gruñona y paranoide de Mourinho y Cristiano Ronaldo, que vienen a ser algo así como hechiceros maléficos o personajes salidos del bunker de Dr. Strangelove, siempre superados por la elegancia de las transparentes fórmulas secretas de Guardiola & Messi. Eso sí: sigue sin resolverse el enigma hi-tech de la camiseta del Barça. El hijo de Rodríguez no deja de pedirla una. Pero es muy cara y –se entera ahora Rodríguez– está hecha de poliéster reciclado (el equivalente a ocho botellas de plástico) y, se supone, debería absorber y evaporar de prisa el sudor de los héroes. El formidable tejido mutante Dri-FIT patentado por los sabios de Nike. Pero no. Algo salió mal y, en realidad, lo conserva y lo acumula y la camiseta de 200 gramos seca termina pesando 300 gramos más al final de cada partido transpirado. “Pesa un huevo” y “Se pega al cuerpo como una lapa” fueron algunos de los comentarios recogidos en los vestuarios. Pero a no quejarse demasiado; porque hay sabrosos contratos firmados y un portavoz de Nike ya avanzó que “se está trabajando en el asunto, y en un par de semanas lo solucionamos”, y se viene la camiseta de neutrinos.
CINCO Algo más demorarán los sabios del Opera/CERN en convencer de su hallazgo a sus colegas. Sobran los escépticos. Y más de uno vio en el apuro las nada relativas ganas de llegar a recoger medalla en Estocolmo este mismo año. “Es demasiado pronto para comentar esto, hacen falta más experimentos y aclaraciones”, dijo Stephen Hawking. Una cosa es segura, piensa Rodríguez: siempre será tanto más lindo y satisfactorio el veloz sonido de decir “velocidad de la luz” en lugar de “velocidad del neutrino”.
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