CONTRATAPA

Un voto trascendental

Por Juan Gabriel Tokatlián*

Los derechos humanos en Cuba serán objeto de debate en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en las sesiones del 18 de marzo al 26 de abril. Otra vez se vislumbra una polémica en el país con respecto a la posición que adopte Argentina. Es importante ubicar el contexto general de la votación sobre el caso cubano y precisar los elementos particulares del voto argentino. En cuanto al contexto, es fundamental destacar cuatro puntos.
Primero, según se desprende del análisis del informe de febrero 2002 de Human Rights Watch sobre Cuba en 2001, no es posible observar cambios en la situación de los derechos humanos en la isla. El balance no muestra avances, las restricciones continúan.
Segundo, Estados Unidos no ocupa en 2002 un asiento en la CDH. En 2001, y por primera vez desde 1947, Washington perdió la votación para preservar un puesto en la Comisión. La ausencia de Estados Unidos facilita una discusión menos politizada del tema cubano, aunque también coloca a la ONU en el centro de atención, pues el tratamiento de los casos más críticos –Israel, Irán, Irak, entre varios– mostrará si existe en la CDH una voluntad de actuar sin doble standard.
Tercero, la Unión Europea definirá seguramente una posición común más efectiva sobre Cuba. Ya en 2001 la UE mostró signos de disensión, cuando algunos países miembros no auspiciaron la resolución crítica de Cuba. Es esencial comprender que la UE se ha convertido en el principal inversor y socio comercial de la isla. Es muy probable que busque convergencia entre sus miembros, sumar al resto de países europeos, a Canadá y a las democracias extrarregionales (entre ellas, las de Latinoamérica) y así lograr una resolución consensual y balanceada en torno de Cuba.
Cuarto, La Habana viene desarrollando una diplomacia activa para evitar una nueva censura. En 1999 hubo 21 votos a favor, 20 en contra y 12 abstenciones. En 2000, las cifras respectivas fueron 21, 18 y 14. En 2001, la distribución fue 22, 20 y 10 (estuvo ausente Congo). En 2002, la correlación de fuerzas en la CDH es la menos anticubana del último lustro; lo cual favorece el despliegue cubano para incrementar la abstención y/o el rechazo a una condena a la isla.
En relación a la posición argentina, algunos datos concretos permiten un análisis ponderado. Primero, en los últimos tres años Argentina ha votado de modo similar a las naciones de menor tamaño y población en América latina. En 1999, censuró la situación cubana acompañado de Chile y Ecuador (se abstuvieron Brasil, Colombia, El Salvador y Guatemala, y se opusieron México, Perú y Venezuela). En 2000, apoyó el voto de censura junto a Chile, El Salvador y Guatemala (se abstuvieron Brasil, Colombia, Ecuador y México y se opusieron Perú y Venezuela). En 2001, Argentina volvió a censurar a Cuba junto a Costa Rica y Uruguay (se abstuvieron Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú y se opuso Venezuela). Las países intermedios y las potencias medias del área no han censurado a Cuba en el marco de la ONU. Tampoco lo han hecho poderes gravitantes extrahemisféricos como Arabia Saudita, China, India, Indonesia, Nigeria, Rusia y Sudáfrica.
Segundo, el voto de Argentina, como el del resto de América latina, no puede evaluarse ni interpretarse sólo en relación con la postura hacia Estados Unidos. Razones de índole interna influyen en los países al momento de votar sobre Cuba. Colombia, por ejemplo, el mayor receptor de ayuda de seguridad estadounidense en el hemisferio, y el tercer receptoren el mundo de asistencia de Washington, lleva años absteniéndose. El Perú de Fujimori, que nunca se desalineó de Estados Unidos, osciló entre el rechazo a la censura y la abstención. La Venezuela de Chávez, que pretende instaurar una nueva hegemonía política interna, se ha opuesto a la condena de Cuba. Los vaivenes de Ecuador y México no se explican únicamente por sus lazos con Estados Unidos. Entre 1999 y 2001 Argentina no vivió un viraje ideológico y material notable. Así, no fue sorpresivo que, aunque con otro argumento, Fernando de la Rúa votara igual que Carlos Menem sobre Cuba.
Tercero, Argentina se ha equivocado al esperar un quid pro quo económico trascendental de parte de Estados Unidos como resultado de su comportamiento diplomático en el tema cubano. No existe un eslabonamiento temático entre “voto por plata” o “apoyo político por apoyo económico” a raíz del caso de Cuba. Hay dos ejemplos ilustrativos; Colombia, con altos índices de violación de derechos humanos y con claro respaldo de Washington, no le retribuye a Estados Unidos su condescendencia ni su apoyo votando contra Cuba. Ecuador, por su parte, votó con Washington en 1999 y se abstuvo en 2001, cuando optó por dolarizar su economía. El voto sobre los derechos humanos en Cuba no tiene nada que ver con un imaginario rescate de Washington a los países del área.
Cuarto, Argentina no tuvo en los últimos años una política de principios sobre derechos humanos que fortaleciera una postura consistente en torno de La Habana. Cabe recordar que en 2000, censuró con su voto a Cuba y se abstuvo en el caso de Irán, mientras que en 2001 a la vez que votaba por la censura a Irak y a Cuba, se abstenía sobre la cuestión de la violación de los derechos humanos por parte de Israel en los territorios árabes ocupados (incluido Palestina) y también en el caso de China; todo en el mismo día. En Argentina ha prevalecido más la percepción ideológica del Ejecutivo de turno que factores valorativos trascendentes al tratar el caso de Cuba.
Quinto, en 2002 se renuevan tres asientos para Latinoamérica en la CDH: los de Argentina, Brasil y Ecuador. Nuestro país ha ocupado un puesto en esa Comisión por 29 años desde 1947. Si Buenos Aires desea renovar su membresía deberá estar atenta a que el tema cubano en la ONU no la aísle. La sobreactuación diplomática, la preferencia por una política de free rider y las veleidades personalistas pueden ser costosas para el país.
En breve, Argentina debe sopesar una visión estratégica del mundo, la promoción de sus intereses nacionales y la defensa de valores superiores al votar sobre el tema de Cuba. Ni las “relaciones carnales” del canciller Guido Di Tella ni el “voto por amor a Cuba” del canciller Adalberto Rodríguez Giavarini pueden seguir siendo los slogans efectistas pero ineficaces para justificar nuestra votación sobre los derechos humanos en la CDH. Es hora de tener una política exterior menos altisonante y más coherente.

* Director, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.

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