CONTRATAPA
Massera en tinieblas
Por Susana Viau
Emilio Eduardo Massera no se enterará de la muerte de uno de sus subordinados de la ESMA y ex oficial de calle de la SIDE, capitán de fragata Fernando Enrique Peyón, ocurrida el lunes. Y no se enterará porque, sencillamente, el ex almirante no se entera ya de nada, envuelto, como está, en tinieblas, atado a un respirador, vegetando y sin “Dios sentado en el hombro”, según imaginaba para el final. Trasladado del Hospital Naval a su casa, con dos enfermeros en cada uno de los tres turnos, debió regresar a la zona aislada que le reserva el hospital y donde su agonía la preservan cinco custodios. Quizá sin ese ACV que lo redujo a una existencia virtual, tampoco hubiera hecho caso de la baja definitiva del secuestrador de Ricardo René Haidar. Emilio Eduardo Massera vivía en penumbras, con los pantalones mal sujetos, vaciando botellas de whisky y enfrascado en su viejo vicio, las mujeres, ahora nada más que materia de conversaciones lascivas.
El ex marino intuyó desde siempre que, para llegar, dinero y relaciones eran instrumentos imprescindibles. Algo de eso obtuvo de su matrimonio con Lily Vieira, una morocha llamativa, hija de un importante escribano platense y hermana de un joven levemente desatinado que llegó sin embargo a embajador y con cierto desprecio lo llamaba “el chocolatinero”, por el uniforme de verano, tan blanco como oscuros los orígenes de una fortuna amasada con la rapiña a gran escala y sórdidos manejos financieros. Por oficio, cuando el almirante se abocó a actividades empresarias, puso el agua y los barcos en un lugar de privilegio. Y de ese tenor era el proyecto que empalmó con el plan de reequipamiento del arma. Fueron estrechos sus vínculos con Pittsburg & Cardiff, representante argentina de la Thyssen y dirigida por Mauricio Schoklender. El contrato para la construcción de submarinos y corbetas Mekko se suscribió entre la Thyssen y el astillero Domecq García (una empresa mixta creada en el ascenso del masserismo entre el ministerio de Defensa y Thyssen). Son muchos los que sospechan que a los asesinatos de Schoklender y su mujer no es ajeno el pago de un “retorno” que Massera esperaba recibir en moneda fuerte y Schoklender pretendió liquidarle en moneda argentina. Otro emprendimiento acuático fue Tandanor, la empresa de producción de armamento que estaba bajo su influencia y en cuyo directorio hacían patria el contraalmirante Ricardo Guillermo Franke y el capitán de corbeta Horacio Carlos Debernardi, futura pieza de la venta ilegal de armas a Bosnia. Ni los remolcadores escaparon a la avidez de “Cero”, quien intervino en Satecna y en Rua, donde compartió intereses con Luis Santos Casale, ex liceísta naval y multifuncionario menemista.
Sexo, traiciones, venganzas y dinero cimentaron el final de Fernando Arturo “Puchito” Branca, el 28 abril 1977, durante una jornada de navegación deportiva con Massera. Ex miembro del Servicio Penitenciario, mayorista de papel reciclado y propietario de tres mil valiosas hectáreas en Rauch, Branca había cometido dos errores imperdonables: empeñarse en una tortuosa convivencia con una mujer de distinta condición social, Marta Rodríguez Mc Cormack de Blaquier, y liarse en asuntos de negocios con el almirante. Marta Mc Cormack inició un apasionado romance con el ex almirante; al mismo tiempo, Massera intercedía para que su camarada de armas, el contraalmirante contador Andrés Covas, puesto por él en la presidencia del Banco Central, autorizara un pago de 1.200.000 dólares para los campos de Branca. Dicen que Puchito Branca quiso pasar al almirante con el manejo inadecuado de aquel pago suculento del BCRA o a lo mejor con el improbable robo del dinero producido por la cosecha de lino. Puchito estaba sentenciado. Tras su desaparición, gente que se desplazaba en una camioneta de la Marina visitó los campos de Rauch, hizo preguntas y tomó medidas. El luto no interrumpió los fogosos encuentros de El Negro con Marta Mc Cormack en un séptimo piso de la calle Darragueyra. Cuando el socio y el abogado de Puchito acudieron a pedirle ayuda para dar con su paradero, Massera, en presencia del capitán Eduardo Invierno, lanzó unapregunta cargada de doble sentido: “¿No estará con Graiver éste?”. El “bulín” del almirante había sido adquirido a la pareja formada por S.M. Teté Coustarot y Enrique Villar. Y a Enrique Villar le tocó comprar, por pura reciprocidad, uno de los caballos de carrera que el almirante y los grupos de tareas de la ESMA habían robado al abogado Conrado Gómez, secuestrado y desaparecido en la Escuela de Mecánica junto al contador Horacio Palma y al bodeguero Victorio Cerutti.
Si no estuviera allí, descerebrado y con apenas leves reacciones ante el dolor, Massera se habría fastidiado ante uno de los avisos fúnebres que participa “con dolor” de la muerte de Peyón, alias Giba, o Quasimodo, o Matute, o Fernando Avena o, también, Mario Asunción, beneficiados todos por la leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pertenece a Marcelo Bragagnolo, un nombre que no dice nada salvo para quienes están seguros de que Bragagnolo es la “B” de A & B, la firma creada por Guardia de Hierro para garantizar que las tierras arrebatadas en la ESMA al anciano Victorio Cerutti pudieran formar parte algún día de la herencia del almirante.