Miércoles, 12 de diciembre de 2012 | Hoy
CONTRATAPA › EL SARMIENTO
Por Roberto “Tito” Cossa
En el año 1951 cursaba yo el cuarto año en el Colegio Nacional Sarmiento. Un alumno del montón, pero con una característica: era el gracioso de la clase. Como se sabe, los graciosos tienen que renovar credenciales todo el tiempo. Un día de agosto de aquel año, la profesora de música nos pidió una composición sobre Federico Chopin. Ahí me enteré que el músico polaco había muerto un 17 de octubre. Para un gracioso, la casualidad era demasiado tentadora. Y me mandé: mezclé la vida de Chopin, con la película La canción inolvidable (una biografía al peor estilo Hollywood estrenada por aquella época) y el peronismo. La profesora elevó el trabajo a la rectoría y me echaron del colegio. Pasaron 61 años. Días atrás recibí un correo electrónico de la actual rectora, la profesora Roxana Levinsky. Habían encontrado el legajo donde figuraba mi composición, la denuncia de la profesora y la orden de expulsión. Y me invitaba a hacerme entrega de fotocopias de los documentos. Desde ya que acepté. Concurrí al colegio con la expectativa de un encuentro privado. No fue así. Me prepararon una ceremonia en el salón de actos con una platea repleta de chicos y chicas de cuarto y quinto año. La rectora Levinsky me presentó.
–El es Tito Cossa, ex alumno. Hoy es un escritor importante.
Y agregó:
–Lo echaron de este colegio.
La platea estalló en aplausos y gritos de admiración y de júbilo. Alguien gritó: “¡ídolo!”. Dije algunas palabras, las mismas tonterías que decimos los adultos cuando hablamos a un grupo de adolescentes. Seguidamente se anunció un espectáculo teatral a cargo del Elenco Sarmiento, compuesto por alumnos del colegio. Me resigné a presenciar el clásico acto escolar pero, para mi sorpresa, asistí a una muestra escénica sólida, nada complaciente ni demagógica, con puesta en escena de dos jóvenes directoras, Anahí Gadda y Huilén Fente. Chicos y chicas permanecieron en silencio y no por obligación. Aun me cuesta digerir el impacto que me produjo la visita al viejo colegio. Inevitablemente, me llegaban las imágenes del pasado. Un colegio gris, grises la paredes y grises las ropas; grises los profesores, grises por rutinarios, por cansados, salvo pocas excepciones. En el Sarmiento de hoy estallan los colores. Es un colegio que está vivo. Pero también es un colegio que enfrenta problemas, educativos y sociales, complejos. El 80 por ciento de los alumnos y alumnas del colegio Sarmiento provienen de las villas de Retiro, con todo lo que ello implica: bajo nivel educativo primario y, en muchos casos, graves problemas familiares. El Sarmiento de mis tiempos, opaco y todo, era un espacio previsible. La antesala de la universidad y de un futuro seguro. El Sarmiento de estos días forma estudiantes con destino incierto. Lo dijo muy bien la actual rectora, la profesora Levinsky, al cumplirse, semanas atrás, el 130º aniversario de la fundación del colegio. Afirmó lo siguiente:
“Cuando el Colegio Sarmiento fue fundado en 1892, y a lo largo de varias décadas del siglo pasado, los estudiantes ingresaban al templo del saber con sus trajes, con rigurosas corbatas, gomina; marcas de un estilo homogéneo, sólido, seguro de sí mismo, que correspondía a un destino infalible en el que un buen trabajo, la universidad y el ascenso social estaban garantizados. Eran épocas en las que se podía enseñar lo mismo a todos en el mismo momento. Porque la escuela secundaria no era para todos, sólo la primaria era obligatoria. Hoy entran los que antes no entraban. Entran todos: los que quieren estudiar, los que pueden, los que no quieren, los que no pueden, los que están solos en la vida, los que tienen una familia detrás, los honestos, los descarriados, los obedientes y los peleados con la ley. O sea que estamos frente a un desafío histórico: la necesidad de refundar una escuela que dé lugar, también, a los que están fuera de lugar”.
Para alcanzar ese objetivo, la profesora Levinsky y su equipo de profesores apelan a recursos que seguramente no figuran en la academia. Utiliza la literatura y el teatro, con notables experiencias como la que fui testigo. En declaraciones a la revista Caras y Caretas, Levinsky afirmó:
“Trabajar con el lenguaje es uno de los ejes fundamentales de la experiencia. Los chicos que viven situaciones de pobreza y marginalidad llegan a esta escuela con graves dificultades para expresarse, lo cual, a su vez, incide en su capacidad de comprensión. A esos jóvenes el mundo escolar les parece un infierno por no poder contar con el capital lingüístico necesario para hacerle frente. Esta concepción de trabajo habilita canales para la captación de los demás saberes. Sin desarrollar estos canales, toda enseñanza cae en el vacío”.
No soy pedagogo ni mucho menos. Pero no hace falta serlo para advertir que el Sarmiento de hoy es una probeta donde se cuece una enseñanza que va más allá de los planes tradicionales de estudio. Una verdadera experiencia de inclusión.
Mientras escribía esta nota recordé que la rectora me mencionó al pasar que están “viviendo un momento muy difícil con el presupuesto para que los proyectos pedagógicos y culturales alternativos sigan existiendo el año próximo”.
El Sarmiento de hoy no sólo necesita del presupuesto que cubra sus necesidades. Se trata –como dice Levinsky– de refundar una escuela que dé lugar a los que no tienen lugar. Está en juego el futuro de chicos y chicas castigados por un mundo que ellos no construyeron.
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