Miércoles, 12 de diciembre de 2012 | Hoy
Ximena Schinca denuncia la utilización de categorías patologizantes en el ejercicio del periodismo que encubren discriminaciones y subestimaciones.
Por Ximena Schinca *
Como un mantra, al comenzar sus estudios, los futuros psicólogos suelen repetir que “toda interpretación fuera de sesión es una agresión”. A contramano del postulado con rima, el psicoanálisis de oficio se ha vuelto práctica cotidiana en parte del periodismo político argentino. Mala costumbre, le dicen. Muchas veces la expresión más subjetiva de la escritura periodística –la opinión– suele deslizarse en ese límite borroso que se abre entre la comprensión y la interpretación antojadiza de los hechos.
Es cierto que con frecuencia, y también por los gajes del oficio, el periodismo suele incorporar categorías diversas, interpretaciones psicológicas o taxonomías diagnósticas –incluso cuestionadas por las disciplinas que les dieron origen– como elemento significativo para construir noticias. Haciendo uso de ese recurso y a la vanguardia de cierta tendencia editorial, las tapas de la revista Noticias se preguntaron si Cristina Kirchner estaba bajo tratamiento psiquiátrico (11/2006), debatieron si una paciente maníaco-depresiva o con trastorno bipolar podía gobernar un país y se sumaron a la “preocupación” por la salud mental de la Presidenta que, según filtraciones de los expedientes Wikileaks, inquietaba a la diplomacia estadounidense (12/2010).
En poco tiempo, parte de las columnas políticas de los periódicos se hicieron eco y se multiplicó el tono psicoanalítico de las voces informativas. Al momento de analizar coyunturas, hablaron de la “depresiva crónica”, de una mujer con “enorme dependencia psicológica y política de su esposo”, de una “desvalida a la que hay que proteger”, de una “señora” (“la señora de Kirchner”, según insiste un columnista) que vive “bajo el imperio de las emociones” y gestiona “entre el ataque y los nervios”. También sugirieron supuestos “desbordes” causados por su “desorden hormonal” tras la operación de tiroides e interpretaron la falta de maquillaje como signo de una “profunda depresión”. Y en oportunidades, comentaristas de larga trayectoria aseguraron que gobierna el país “una señora desequilibrada”, prescribieron licencias sin consulta previa o recomendaron a los mejores psiquiatras, psicólogos y endocrinólogos.
Ilustrada con un dibujo de la Presidenta en solitaria excitación (proveniente del clip de la hasta entonces ignota agrupación Rockaditos), Noticias volvió a dedicar su tapa a un informe que se abochorna del supuesto “goce” de una Cristina Kirchner “desenfadada”, con “su libido puesta en el ejercicio del poder” y un liderazgo que “exige la sumisión de los otros” (9/2012). Todo esto a expensas de cualquier análisis político. Y sin embargo, la mayor confusión se produce cuando se esconde, bajo el disfraz de categoría científica, la agresión deliberada, el golpe bajo o machismo velado, que pareciera evitar expresiones de misoginia descarnada de quienes desprecian ya sea el placer, la sensibilidad o la condición femenina. Línea editorial que muchas veces subyace a cierto uso del lenguaje, que no es monopolio de parte del periodismo argentino. Ni del periodismo. No hace mucho, Michelle Bachelet recordaba que, durante su campaña para la presidencia de Chile, la oposición buscaba “disminuirla” argumentando que lograba el apoyo de la ciudadanía porque era “simpática, no competente”, y que cuando se emocionaba en un discurso se debía a que era “histérica y no sabía controlar sus emociones”. Cruzando océanos e ideologías, y con menos pretensiones científicas, el escote de un vestido de Angela Merkel fue sujeto a discusión por la prensa alemana, que no perdonó a la canciller haber abandonado su sobrio estilo para la gala de una ópera. “Si fuera hombre, mis atuendos no serían objeto de un debate”, aseguró Merkel.
Ya hace tiempo que las teorías en periodismo y comunicación aceptaron la imposibilidad humana de “reflejar” la realidad y coincidieron con Nietzsche en que sólo hay interpretaciones. O, en el caso, construcciones en formato de noticia. Y es por eso, y por la libertad de expresión y su ejercicio, que el desempeño profesional requiere de mayor reflexión sobre el contenido, la forma y el contexto en el que se introducen ciertas variables a la reconstrucción de los hechos: si la realidad no dice cómo escribirla, la responsabilidad recae sobre quien asume el rol de intérprete. En la utilización de categorías patologizantes anidan procesos de discriminación y subestimaciones de un saber que, ejercido a la violeta y sin reservas, agrede antes de comprender. Y tanto para construir como para interpretar, la agresión no es psicoanálisis, pero tampoco periodismo.
* Coordinadora del Departamento de Diversidad y Género de la SID. (www.sidbaires.org.ar) @ximeschin.
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