Martes, 18 de junio de 2013 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez ha vuelto revuelto, siendo lo revuelto la condición más extrema y perturbadora del acto de volver. ¿Dónde estuvo todo este tiempo? ¿En qué pensó? Lo primero es fácil de responder. Lo segundo ya es más difícil. Porque se sabe: siempre es más sencillo precisar dónde se está, pero la cosa se complica cuando se trata de detallar lo que se es.
DOS En teoría, como se anunció, Rodríguez se iba a tomar unos pocos y merecidos días de vacaciones. Dejar de acudir por un puñado de semanas a la agencia de publicidad en Barcelona (regentada por un par de hermanos argentinos más bien psicópatas; ya se ofrecerá más información en este sentido, juro) y perderse por un rato, pero sin por eso dejar de frecuentar sus paisajes habituales. ¿Por qué? Sencillo: porque no hay dinero para alejarse. Porque uno de los tormentos más sutiles a la vez que groseros de una crisis económica es que una crisis económica y sus derivados y afluentes jamás te permite que te separes o que dejes de pensar en ella. Imposible extrañarla. La crisis económica es como esa novia de la adolescencia un tanto desquiciada que te dice que te va a amar para siempre y que quiere estar todo el tiempo contigo. Y, sí, uno se dejaba y se deja acompañar; porque la chica insiste y porque uno ya se olvidó cómo era eso de estar solo y feliz.
TRES Pero sucedió algo inesperado. Y no deja de ser un consuelo el que algo se salga del previsible y del tan mal actuado guión de estos días. Aunque haya sido una catástrofe para Rodríguez pero, para mí, algo más que conveniente. Porque las vacaciones de Rodríguez coincidían con las mías. Y qué iba a hacer con él mientras tanto, me preocupé. Y me dije: ya sé, el viejo recurso del accidente que pone todo en suspenso, en un (continuará...) que no exija luego un resumen de lo publicado demasiado complejo y arduo y extenso. Pregunta: ¿qué hizo Rodríguez todos estos días que no anduvo por aquí? Respuesta: Rodríguez fue involuntariamente empujado a las vías desde el andén del metro por alguien (una chica muy guapa, digámoslo, aunque bastante zombi) demasiado preocupado por consultar su perfil de Facebook o mandar al frente otro tweet. Y Rodríguez no fue arrollado por el convoy de la línea 5 (lo levantaron antes, entre varios), pero sí cayó, cayó en coma que, en verdad, es algo mucho más parecido a los puntos suspensivos.
CUATRO Semanas después, ya se advirtió, Rodríguez vuelve revuelto. Y, ah, cómo me gustaría que Rodríguez recobrara la conciencia rodeado por sus seres más o menos queridos para deslumbrarlos con larga parrafada como aquella de “El Aleph” en la que se enumera todo aquello que se supo ver en un punto concentrado del universo. O lanzar un monólogo cósmico como el de aquel replicante casi sin baterías y con palomita en mano al final de Blade Runner. O, como una aliviada Dorothy, recuperar el deprimido blanco y negro texano luego de la histeria colorida de Oz. O, quizás, hasta despertar con el bonus de algún don/maldición, como aquel triste héroe de La zona muerta. O tal vez luego de concedérsele visión alternativa y angelical de cómo sería el mundo sin él. Pero no: Barcelona y alrededores se siguen pareciendo cada vez más a Pottersville y menos a Bedford Falls. Y Rodríguez no regresó más sabio o profundo de su superficial coma. No: aquí no ha pasado nada, y todo está más o menos como estaba. Mínimas variaciones sobre desairada aria de siempre, sutiles cambios a la textura del loop de ese Día de esa Marmota que todos llevamos dentro. Reaparición de Zapatero en plan piadoso Jesús. Manifestación de Aznar como Jehová tronante. Rajoy –en camino a la Tierra Prometida Incumplida, subiendo y bajando a Bruselas para corregir y aumentar una y otra vez la letra pequeña en las tablas de las leyes, sin importarle lo que revelan las encuestas de ánimo a españoles cada vez más deprimidos– asegurando que “el pesimismo ya está en retirada” y va quedando atrás sin ser consciente de que, de un tiempo a esta parte, todo es puro atrás y nada por delante. Felipe González es el Espíritu Santo que sólo cree en sí mismo. Y no pasa día sin que se revele algún absurdo indignante en las partidas de gastos de los políticos y derivados o alguna nueva torpe trampita en los negocios de los matrimonios Urdangarin y Bárcenas. Mourinho se fue, Messi –parece– queda pagando hasta que se aclaren algunas cuentas, y Nadal protagoniza primeras planas que trascienden su éxito deportivo individual y pretenden socializarlo y venderlo como “el esfuerzo de España” o algo así. Lo único que despierta cierto interés en Rodríguez –si para algo sirve la futurística y omnipresente Red es para encontrar el tiempo perdido y recuperarlo en unos pocos clicks– es la nueva figura del “falso monje shaolín” y proto-asesino en serie Juan Carlos Aguilar y las batallas casi secretas de la informática Tercera Guerra Mundial en la que sobran los espías y faltan los soldados y la Cuarta, ya se sabe, será con palos y piedras. Y una de las primeras cosas que le dice su hijito a Rodríguez es “no te preocupes, papi: te he grabado todos los capítulos que te perdiste de tus series favoritas”. Y Rodríguez sonríe y se dice que sí, que ha tenido sentido volver de donde sea que haya estado. Por las dudas: el sentido a su otra vez aquí se lo da su hijo primero y las series después.
CINCO Así que a no preocuparse, le han renovado temporada: la Historia continúa y, dentro de ella, sigue la historieta de Rodríguez. Rodríguez vuelve sin que esto signifique estar de vuelta de nada. Lo suyo no es la victoriosa derrota de Los Beatles en la azotea de la Apple Corps cantando aquello de “Get back to where you once belonged...” (y, desde entonces, obligando a toda banda planetaria a grabar videoclip en terraza), pero tampoco la torpeza de Penélope “Futura Chica-Grande Bond” Cruz poniéndole boca a la voz de otra en Volver. Rodríguez en algún lugar entre unos y otra, abriendo los ojos, ya adivinando el parpadeo y go home.
Y por las noches, poniéndose al día, dejamos por el momento a Rodríguez, leyendo en La Vanguardia una entrevista a un tal Michael S. Gazzaniga, “padre de la neurociencia cognitiva”, donde se aclara que “no sólo el 98 por ciento de nuestras decisiones son inconscientes, sino que, además, de las pocas decisiones conscientes, éstas se basan en construcciones que, a su vez, están basadas, en gran parte, en ilusiones y memorias falsas... Para cuando tú eres consciente de tu pensamiento, tu cerebro ya lo ha ejecutado. Ya ve, todos sus procesos mentales, incluyendo la sensación de tener una mente y un yo, son fruto de su cerebro”.
“Ah...”, piensa Rodríguez. Y por un momento le atrae –como ya le atrajo la idea de fingirse amnésico y así demorar un rato más su vuelta revuelta– la idea de caer en ese lugar común de pensarse pensado por otro. Pero no. Ni él se lo cree y se acuerda de todo. Volvemos a estudios centrales para conectar con la casa y bienvenido Rodríguez una vez más al reality show de su vida, a la normalidad. Y que levante la mano el raro que tenga claro qué es normal y qué no lo es.
¿Nadie?
A no preocuparse.
La anormalidad de no saberlo es de lo más normal.
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