Miércoles, 3 de julio de 2013 | Hoy
Por Bernardo Kliksberg
El Nobel Amartya Sen suele ironizar que los economistas ortodoxos que se dicen discípulos de Adam Smith tienen un problema: “Sólo han leído la historia del carnicero”, que buscaba su provecho personal, y no han seguido leyendo. Si no, se hubieran encontrado con el planteo de que los valores morales son esenciales para que los mercados funcionen. Destaco entre ellos la honestidad, la transparencia, la confianza, la orientación al interés público.
Cabe preguntarse si no lo leyeron o simplemente no se dieron por enterados.
John Maynard Keynes fue más lejos que Smith. Escribió que “los empresarios son sólo tolerables mientras sus ganancias guardan relación con lo que sus actividades contribuyen a la sociedad”.
Las tensiones entre ética y maximización de las ganancias sin escrúpulos generaron la peor catástrofe de la historia de la industria textil. Mil veintiún jóvenes trabajadores, en su gran mayoría mujeres, murieron en el reciente derrumbe de una planta de ocho pisos en Bangladesh. Como demostró la investigación, fue un hecho “criminal” porque el día anterior las operarias mostraron a “los patrones” las grietas en el edificio e igual las obligaron a continuar trabajando.
Si hubiera habido un sindicato las habría defendido y hoy estarían con vida. Pero el gobierno de Bangladesh, violando las leyes internacionales, los prohibió. En abril de 2012, un prominente organizador de los trabajadores, Aminul Islam, fue asesinado, según los medios locales, por las fuerzas de seguridad. El crimen está totalmente impune.
The New York Times saluda en un editorial (28/6/13) la decisión del presidente Obama de suspender las preferencias comerciales que tenían las exportaciones de ropa fabricada en Bangladesh a EE.UU.
Señala que, a pesar de la indignación mundial, el gobierno de dicho país anunció que seguiría prohibiendo que haya sindicatos en las industrias exportadoras. Hay cuatro millones de trabajadores en las 5000 fábricas textiles. Como no hay sindicatos ni regulaciones, se paga el salario más bajo del mundo, 37 dólares por mes por larguísimas jornadas.
Pobreza segura para los obreros, márgenes formidables para “los patrones locales” y las multinacionales que adquieren casi toda la producción.
The New York Times anota que “líderes como la Sra. Hasina difícilmente harán políticas que sean impopulares con las poderosas familias dueñas de las fábricas de ropa a menos que sean forzados a adoptarlas”.
Desde hace años la central sindical americana, la AFLCIO, venía reclamando sanciones ante la supresión de los más mínimos derechos laborales y los continuos incendios en fábricas, por falta total de medidas de seguridad.
Más de un centenar de organizaciones católicas, evangelistas, judías y de otras religiones escribieron a las multinacionales de la ropa que se dieran por aludidas. Que eran corresponsables por cómo se producían las prendas que encargaban a sus proveedores “baratos”. Una prestigiosa ONG, AAvast, recogió en Internet más de un millón de firmas de protesta exigiendo que se hagan cargo bajo el lema “no más ropa con sangre”.
Si no hay regulaciones ni poder de organización de los afectados, son muchos los que ignoran las prevenciones de Smith y de Keynes.
Los inmigrantes pobres que se fueron masivamente de América latina y otras regiones a Estados Unidos y otros países trabajan muy duramente en varios trabajos. Ganan poco, pero regularmente mandan ahorros a sus familias. Las “remesas migratorias” son hoy parte fundamental del producto bruto de México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana y otros.
Antes de la crisis eran más de 60.000 millones de dólares anuales, gastados íntegramente en bienes básicos. Son una gran red de protección social.
Los monopolios les cobraban, a inicios de los ’90, el 12 por ciento o más por comisiones de envío. Los costos eran mínimos. La rentabilidad, máxima. Además había un negocio adicional, los tipos de cambio.
Las ONG, la opinión publica, la presión de organismos internacionales y el interés de otras empresas en entrar en el negocio hicieron que el mercado se ampliara. Para 2010 el precio bajó al 5 por ciento. Todavía queda mucho margen para reducirlo.
La principal tasa de referencia del mercado financiero, la tasa Libor, se fija en base a la información que dan un grupo de bancos líderes sobre cuánto cobran unos a otros en sus préstamos. En base a ella, se establecen las tasas de hipotecas, tarjetas de crédito y otros productos financieros de uso masivo. Continúa la investigación judicial en Estados Unidos a una docena de bancos internacionales líderes por manipularla a su favor. Varios ya han admitido su culpabilidad y aceptado pagar multas gigantescas. Las maniobras perjudicaron a millones en el planeta y los enriquecieron un poco más.
Las incongruencias entre la libertad irrestricta de mercado y sus consecuencias han dinamizado la presión por responsabilidad social de las empresas (RSE).
Anticipándose a ellas Milton Friedman, el pope de la Escuela de Chicago, con tanto discípulos ministros de Economía en la región, publicó a inicios de los ’70: “La responsabilidad social de las empresas es aumentar sus ganancias”. Friedman decía que la RSE era “puro socialismo” y calificaba de “semisuicidas” a los empresarios que la practicaran.
Un empresario líder en RSE a cargo de enseñar ética en el Master gerencial de Harvard, Bill George, señala (2013): “Friedman excomulgó a los líderes empresariales que estuvieran preocupados por sus empleados, la comunidad y el medio ambiente... Sus teorías tuvieron una monumental influencia sobre generaciones de economistas y ejecutivos que siguieron su filosofía”. Las consecuencias fueron gravísimas, legitimaron la especulación desenfrenada y la desregulación salvaje que llevaron a la gran crisis de la economía americana y mundial de 2008/9, que continúa.
George describe: “La influencia de Friedman crecía, mientras que el mercado de acciones se hacía cada vez más cortoplacista y la tenencia de acciones promedio caía de 8 años a 6 meses”.
Hasta una fuente inesperada plantea que hay que desconfiar de los muy ricos y sus conductas. Angela Merkel dice (El País, 2/7/13) sobre la crisis europea: “Es muy lamentable que parte de las elites económicas asuman tan poca responsabilidad por la deplorable situación actual”.
En América latina y la Argentina, en cambio, las políticas públicas activas, las regulaciones estatales en defensa del interés colectivo, el fortalecimiento continuo de los movimientos de los trabajadores y otros desarrollos similares están creando una “institucionalidad social” que defiende a las mayorías.
Contra las lógicas de “todo para unos pocos, nada para los demás”, también amplios sectores de la ciudadanía comienzan a recoger una prevención moral magistral de Adam Smith: “La disposición a admirar y casi idolatrar a los ricos y poderosos y despreciar a las personas de condición pobre y humilde es la más grande y universal causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.
* La más reciente obra del autor es el best seller Etica para Empresarios, actualmente en traducción al mandarín en China.
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