Miércoles, 3 de julio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Carolina Bracco *
No es novedad que en Egipto desde siempre pasan muchas cosas al mismo tiempo y que todas son únicas y asombrosas. Egipto pasó a ser en poco tiempo el país donde se anuncia que va a haber una revolución. Y también un golpe de Estado. Y luego un presidente rechazando el golpe que todavía no ocurrió. Todo a través de las redes sociales, grandes protagonistas de la vida política del país.
Así, nos enteramos anteayer a través del Facebook de las fuerzas armadas que éstas daban un ultimátum de 48 horas al presidente Muhamad Mursi, elegido en elecciones tras la revuelta que derrocara a Hosni Mubarak tras 30 años en el poder, para que escuchara las demandas del pueblo manifestado masivamente en las calles el 30 de junio. ¿Qué significa esto? Pues que el ejército –que es desde siempre quien detenta el poder en el país– se hartó del gobierno de los Hermanos Musulmanes y ha decidido tomar cartas en el asunto otra vez. ¿Pero no es éste, acaso, el mismo ejército que estuvo “transicionalmente” en el poder tras la caída de Mubarak, famoso por sus “test de virginidad”, su violencia descarada, sus más de 12.000 juicios militares a civiles entre otras fechorías? Sí, y también es el mismo que estuvo arrojando banderas y globos a los manifestantes el día 30 desde helicópteros que luego nos regalaron las imágenes y cifras de la imponente manifestación.
Había sido el movimiento Tamarod (Rebelión) el que convocó a las manifestaciones ese día, con la consigna de destituir a Mursi del poder tras un año de terribles hechos de violencia, como el que vimos unas semanas atrás en un pueblo egipcio donde literalmente se linchó a una familia chiíta (Egipto es mayoritariamente sunnita) ante la pasividad de los militares allí presentes; desabastecimientos de electricidad y gasolina; caos y una policía que ya no teme ser expuesta en sus abusos verbales, físicos y sexuales. Tamarod juntó 22 millones de firmas para pedir que Mursi sea destituido de su cargo marcando el fin de la aventura islamista en Egipto, lo que no es poco, sobre todo teniendo en cuenta el actual estado de cosas en la región.
Durante mucho tiempo, el gobierno de Hosni Mubarak utilizó a los Hermanos Musulmanes –cuya actividad era clandestina– para legitimar su autoridad y sus propias prácticas represivas. Así, desde las elites de poder –que por supuesto también son las dueñas de los medios de comunicación– se los presentaba siempre como un grupo terrorista, retrógrado, radical, totalitario y medieval. Este discurso volvió a aparecer en los medios –sobre todo en la televisión– en estos últimos tiempos. ¿Crónica de una muerte anunciada? Todo parece indicar que sí. Ya sabemos que los Hermanos Musulmanes, como Mubarak, entraron al palacio presidencial por la puerta de atrás y que su adaptación al sistema es “imposible”, como quedó demostrado.
Mursi es un civil y Mubarak era un militar. A Mubarak lo respaldaba “su” policía y el establishment y a Mursi los retrógradas gobiernos del golfo y un escuadrón de fanáticos que parece querer incendiar el país antes de que Mursi deje su cargo o ceda ante las demandas del ejército, lo que a esta altura es lo mismo. Muhammad al Beltagi, miembro de los Hermanos Musulmanes, convocó a través de Facebook a los partidarios de Mursi a sacrificarse en defensa del presidente, frente a los miles que continúan en las calles demandando su renuncia diciendo: “Despídanse de su madre, padre y mujer, porque van a sacrificar su alma para defender la legitimidad de Mohamed Mursi”. Los defensores del presidente salieron armados, con cascos y escudos; los otros los recibieron con música, cantos y alegría.
¿Qué va a pasar hoy cuando termine el ultimátum? Seguramente no mucho más que un reacomodamiento de los actores políticos de siempre: los huérfanos del Partido Democrático Nacional de Mubarak, el ejército (a quien poco le interesa gobernar el país), los derrotados Hermanos Musulmanes; los Salafistas, que cuentan con poco apoyo real y ya le soltaron la mano a Mursi, y los opositores, Muhammad al Baradai y Sabahi, entre otros. Todos ilusionan a algunos y defraudan a otros.
Sin embargo, hay un actor político que ha llegado para quedarse, son los “hijos de Mubarak” (los menores de 30 años), la verdadera fuerza motora de esta revolución, que ahora ha traído con ellos a sus madres y a sus hijos, que llenan las calles de color y alegría, porque quieren que los días oscuros acaben y nazca una nueva era en Egipto sin fanatismos, sin muertes y sin despotismos. Y están dispuestos a jugarse la vida por ello.
Aquel que quiera sólo quedarse con los hechos de violencia que tanto venden de nuestro lado del mundo me acusará de optimista y me dirán que la revolución ha fracasado, yo prefiero hacer eco de aquellos que resistieron a Mubarak, a los militares y a los islamistas en las calles y en las cárceles, y que desde el 25 de enero de 2011 viven y mueren en las calles con sus gritos, sus graffiti, sus canciones y su alegría. No está muerto quien pelea, y esta revolución está viva, señores.
* Politóloga (UBA). Magister y doctoranda en Culturas Arabe y Hebrea (UGR).
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