CONTRATAPA
La tercera
Por Juan Gelman
El pase a mejor vida de los hijos de Saddam Hussein y la recomposición y exhibición de sus cadáveres no detienen las acciones guerrilleras en Irak: el miércoles y el jueves de esta semana murieron dos soldados estadounidenses y otros cinco resultaron heridos, llevando a 51 el número de bajas por fuego hostil desde que Bush hijo declarara el 1° de mayo el final de la guerra. Al parecer, Washington se sigue equivocando. Creyó que sus hombres serían recibidos como libertadores, pero no. El error consistiría ahora en pensar que Saddam y su prole jugarían un papel central en la resistencia iraquí y que su desaparición desarticularía toda capacidad de mando y organización. El error se ensancha cuando se proclama que los ataques provienen de remanentes del partido Baas, fedayines, terroristas extranjeros y delincuentes comunes que carecen del apoyo de la población. Como es habitual, el gobierno, los militares y los servicios de inteligencia yanquis subestimaron el peso del nacionalismo y/o el patriotismo iraquí y su rechazo secular a una potencia invasora. Los de la Casa Blanca no leen mucha historia.
Quienes están sobre el terreno, en cambio, han comenzado a leer los hechos y se embarcan en los prolegómenos de una tercera guerra del Golfo, esta vez no contra Saddam sino contra el pueblo iraquí. En las últimas siete semanas fueron detenidos miles de civiles sospechosos de pertenecer a la guerrilla. Los allanamientos de domicilio con puerta derribada se multiplican. El 8 de junio centenares de soldados estadounidenses rodearon el pueblo de Thuluya, asentado en un recodo del Tigris al norte de Bagdad; otros centenares irrumpieron en todas las casas, mientras cortaban el cielo de la madrugada cazas F-15 y helicópteros Apache con los misiles prontos, y lanchas rápidas recorrían el río para evitar la presunta fuga de los presuntos atacantes. El operativo “Escorpión del desierto” abarcó 56 incursiones simultáneas en gran escala por zonas de Irak central. “Nuestro patrullaje ahora es más agresivo y mucho más frecuente”, indicó un militar norteamericano a The Washington Post (28-7-03). Por las dudas, precisó: “En vez de allanar una casa, allanamos las de toda la calle”.
El domingo 27 murieron cinco civiles durante un allanamiento en busca de Hussein que tuvo lugar en el rico y distinguido barrio Mansur de Bagdad. El mismo día un manifestante iraquí fue muerto a tiros en la ciudad santa de Karbala, en el sur chiíta del país. Los efectivos ocupantes practican las golpizas y el robo: se trata –dicen– de reunir datos de inteligencia para terminar con el enemigo que embosca, ataca y desaparece. Maltratan a prisioneros llamados de guerra, en su mayoría opositores al régimen de Hussein. Se explica que los iraquíes aplaudan cuando un tanque invasor es incendiado. La batalla por ganar “el corazón y la mente” de los ocupados no prospera. La moral de los invasores es baja y algunos se suicidan, según reconoció un jefe militar estadounidense a The Sunday Times (23-703).
El coronel David Hoog, comandante de la 2ª brigada de la 4ª división de infantería, es un distinguido ejecutor de viejas prácticas para conseguir información. El miércoles 23 de julio –confió al Post de Washington– “sus tropas apresaron a la mujer y a la hija de un teniente general iraquí. Dejaron una nota: ‘Si quiere que liberemos a su familia, entréguese’. Esas tácticas se justifican, dijo, porque ‘es una operación de inteligencia con detenciones, y esa gente tiene información’. Se los dejaría en libertad a su debido tiempo, agregó después. La táctica funcionó. El viernes, dijo Hoog, el teniente general apareció en el portón de la base de EE.UU. y se rindió”. Esta “táctica” viola la Convención de Ginebra, cuyo artículo 34, sección I, parte III, prohíbe expresamente la toma de rehenes a las partes en conflicto. Y en Irak ya ni siquiera hay una guerra: cualquier semejanza de lo que allí sucede con lo acaecido bajo la dictadura militar argentina –y aun otras– es mera realidad.