ESPECTáCULOS › MOLOTOV PRESENTO “DANCE AND DENSE DENSO” EN BUENOS AIRES
Chilangos versus pinches gringos
El cuarteto mexicano mostró las canciones de su tercer disco en un show que prefirió la saturación rockera antes que la diversidad sonora de sus grabaciones. Volverán a presentarse en septiembre.
Por Pablo Plotkin
“¿Dónde jugarán las niñas?”, se preguntaban los Molotov en su primer disco, adornado con las piernas abiertas de una adolescente en jumper, la bombacha a la altura de los muslos. Las niñas juegan sobre el escenario de El Teatro en el momento exacto en que “Rasta Man-dita” (rumba rap metal) invoca la vibración de un “culo radiactivo”. Muchas niñas del público bailan entre los músicos, sonríen y cantan sin amplificación. Dos de ellas, las más ardientes, se separan del resto para trenzarse en una danza pseudolésbica. Una es curvilínea, ágil y decidida; la otra es más gordita, usa una remera del Che Guevara y baila con menos convicción. El bajista Miky Huidobro las convoca, les pregunta el nombre de su “culito” y les propone mostrarlo a la multitud. La primera se da vuelta, menea la cadera, se baja el jean y enseña una minúscula tanga negra. El público ovaciona y le promete todo tipo de cosas. La chica con la remera del Che se dispone a emularla, dándole la espalda a la pista, pero los fans de Molotov bajan pulgares, abuchean y sancionan el sobrepeso. Las niñas, entonces, jugarán sobre el escenario. Pero sólo aquellas que estén en forma.
Desde su irrupción en escena (segunda parte de los noventa), Molotov no sólo trascendió por yuxtaponer con eficacia la testosterona explosiva del rap metal (subgénero esencialmente masculino y gringo) y la furia del México oprimido. La historia de este cuarteto del Distrito Federal, además, puede leerse como una serialización de pequeños escándalos y casos de censura en torno de textos y videos calificados de misóginos, homofóbicos y “gratuitamente” violentos. Apelando al espanglish y a un sentido de la ironía más o menos certero, la banda siempre justificó lo suyo citando el derecho al humor irreverente y la “cabeza podrida” de Huidobro. Las canciones políticas –en la primera época “Voto latino” y “Gimme tha power”; ahora “Frijolero” y “Hit me”– describen estados de victimización y rebelión latente, y operan a un nivel de conciencia que se esfuma cuando los autores interpretan el rol de verdugos caricaturescos. Más allá de ese ingenio revulsivo de contornos borrosos, el grupo saltó fronteras gracias a una síntesis suculenta de hip hop, corrido, punk,polka y ranchera, encarnando el desprecio y la sinergia de dos culturas que de dispersan y se polucionan a uno y otro lado del río Bravo.
El viernes en el El Teatro, en la presentación porteña de Dance and dense denso (su tercer disco), el cuarteto producido por Santaolalla aplanó esa estructura poliforme hasta convertirla en un amasijo de rock and roll distorsionado y monótono. En vivo, Molotov se hace versión chilanga del punk liso y bocasucia de bandas como Blink.182, dejando de lado sus excursiones musicales más atrevidas y acotando el repertorio a una visión reduccionista del concepto de “demoledor”. La banda reproduce de un modo acrítico clichés del rock y el “power latino” y construye un mundo de buenos y malos, gordas y flacas, pinches gringos y cuates chidos. “Puto”, el hit que más problemas les trajo, se convierte en grito de amor y batalla en boca de los seguidores adolescentes. “Frijolero”, con el acordeón gitano abriendo surcos en medio de tanta distorsión blindada, repone la mejor forma de Molotov: la híbrida. “Changüich a la chichona (sic)”, un interesante ejercicio de lenguaje sobre promiscuidad sexual y gastronómica (dos temas básicos en el imaginario de la banda), funciona como plataforma de un mosh que se intensifica y se diluye en función de la consigna que baje del escenario. Las cuatro personalidades (los bajistas Huidobro y Paco Ayala, el guitarrista y primera voz Tito Fuentes y el baterista Randy “Gringo Loco” Ebright) se debaten sin retorcerse en un estado constante de extenuación eléctrica. El choque de las voces y el sonido granítico sostienen la lógica de un show potente y uniforme, que por momentos confunde la idea de “no dar respiro” con carencia de oxígeno. Volverán a la Argentina en septiembre, listos para un nuevo golpe por golpe.