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CONFIRMACION DE COMO ENTRABAN LOS CRIMINALES NAZIS A ARGENTINA
Testigo inesperado
Aníbal D’Angelo Rodríguez, hijo de Magda Ivanissevich, envió una carta a Página/12 en la que confirma que filonazis argentinos ayudaban a entrar a los criminales de guerra. Después de inculpar a su propia madre en el caso Lecomte, se autoinculpa al decir que se “enorgullece” y que “intervine en muchos casos más”.
Por Sergio Kiernan
La apertura de los archivos de Migraciones ordenada por el ministro del Interior, Aníbal Fernández, está permitiendo comprobar cómo fue el mecanismo por el cual llegaron al país los criminales de guerra nazi. La difusión de los primeros expedientes sacó del silencio a un testigo, Aníbal D’Angelo Rodríguez, hijo de Magda Ivanissevich y sobrino del dos veces ministro de Educación Oscar, mencionado el lunes pasado en Página/12 en una nota que contaba cómo su madre intercedió para que el criminal de guerra belga Jean-Jules Lecomte se radicara en el país. En una carta enviada a este diario, D’Angelo terminó de inculpar a su madre, se “enorgulleció” de “salvar” junto a ella a Lecomte, afirmó que “intervine en muchos casos más a pesar de tener por entonces sólo 19 años” y se despachó con una venenosa parrafada antisemita.
El domingo y el lunes pasados Página/12 publicó en exclusiva el contenido de los dos primeros expedientes sobre la entrada de nazis al país encontrados en el arqueo que está realizando el director de Migraciones, Jorge Rampoldi, de los archivos de esa dirección. Uno era un enorme trámite que posibilitó la entrada de 7250 ustashas, croatas pronazis, expediente originado por la secretaría privada de Presidencia en octubre de 1946 y apoyado por escrito por el arzobispo Santiago Copello. El otro archivo cuenta las desventuras del ex intendente rexista de Chimay, el belga Jean-Jules Lecomte, que desembarcó el 16 de mayo de 1947 con una ficha de identidad española que lo presentaba como el holandés Jan Degraaf Verheggen y con una vista de tránsito a Perú.
Lecomte/Degraaf pidió por nota del 23 de mayo una visa para instalarse. Pero evidentemente cometió un error: se olvidó de avisarle al muy nazi director de Migraciones de la época, Santiago Peralta, que él era un “camarada”, por lo que le negaron el permiso. El siguiente papel en el trámite era otra nota, del 29 de mayo, que volvía a pedir el permiso de residencia “teniendo en cuenta las circunstancias que le fueron expuestas por la señora Magda Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez”, cuya firma figura al pie. La gestión fue mágica: Peralta concedió el permiso y para los primeros días de agosto Lecomte/Degraaf, su mujer y sus tres pequeños hijos comenzaron una nueva vida en Argentina.
Estos detalles indican la complicidad de un círculo ideológico “nacionalista”, profascista y partidario del Tercer Reich en el país. En las pocas páginas de esta carpeta olvidada figuran dos miembros de este ambiente. Uno es Peralta, autor de dos de los más violentos libros antisemitas escritos en Argentina y, además de director de Migraciones, titular del Instituto Etnico Argentino, ente dedicado a medir cráneos y publicar estudios raciales. El otro personaje es la señora Magda Ivanissevich, hermana del Oscar que pronto sería ministro de Educación de Juan Perón y que volvería al cargo en 1974, cuando nombró al desorbitado fascista Alberto Ottalagano rector de la UBA como parte de la “limpieza de subversivos” de la época.
Lecomte/Degraaf, el sujeto de tanta atención, tenía apenas cuarenta años cuando llegó a Buenos Aires. Había sido condenado a muerte en ausencia por un tribunal militar de Charleroi, ya que había servido a los invasores nazis como bourgmestre de Chimay y ayudado en las redadas de niños judíos ocultados por las monjas y monjes de los conventos locales. Lecomte era un rexista, miembro del movimiento nazi belga. Al caer el régimen pronazi, huyó a Madrid, donde consiguió una nueva identidad, y se embarcó en Barcelona rumbo a Argentina.
El hijo de Magda, Aníbal, era por entonces militante de la UNES, el grupo fascistoide adolescente de estudiantes secundarios, editor de su revista, Tacuara y, como ahora revela él mismo, ayudante de su madre en estas “gestiones”. Hoy setentón, este abogado ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista es el actual editor de la sección “culturales” de la revista Cabildo. Como muestra de qué contiene el altillo mental de lavieja guardia pronazi, envió esta carta a Página/12, en la que inculpa a su propia madre:
“Bella Vista, 30 de julio de 2003, Señor Sergio Kiernan, Página/12: Querido Sergio: Muy entretenido tu artículo sobre el camarada Lecomte. En efecto, mi madre y yo contribuimos a salvarlo de los ‘libertadores’ que lo querían fusilar. ¿Sabés que pasa, Sergio? Que no todos tenemos la suerte que tienen Uds. los zurdos, que pueden asesinar a cien millones de personas y no tener ni uno solo de los asesinos juzgados y condenados. Entonces, sí, no fue solo Lecomte. Conozco e intervine en muchos casos más a pesar de tener por entonces solo 19 años. Y en efecto, como todo el mundo sabe, en el primer peronismo hubo mucha gente que –como yo– se enorgulleció (y se enorgullece) de haberles arrebatado algunas víctimas.”
“Otra cosa, Sergio. Parece que a vos y al Danny Gutman (se refiere al periodista de Clarín Daniel Gutman, autor del libro Tacuara) les tocó en el trigémino lo de las narices ganchudas. Pero yo no tengo la culpa, querido, de lo que ven Uds. en el espejo al afeitarse. La culpa la tiene la endogamia que Uds. prolijamente practican y que es la responsable de que ambos se consideren judíos. Yo tengo sangre italiana, española y croata, pero soy argentino. Vos y tus nenes, si los tenés, van a seguir considerándose judíos aunque pasen veinte generaciones. Y allí está la cuestión que los hace por siempre sapos de otro pozo, porque son Uds. los que se meten en ese pozo. No nosotros. Mirá, leé lo que escribe Arthur Koestler en el ensayo Judá en la encrucijada en el libro El rastro del dinosaurio (Emecé, Buenos Aires, 1957). Allí vas a ver el drama judío descripto por un judío. Drama que es para mí teológico pero que en el terreno natural no tiene más salida que o asimilación o Israel. Claro que lo de Israel es feo, Sergio, muy feo. Arrebatarle la tierra a otros y mantenerse asesinando civiles no es una culminación muy linda de una historia milenaria. Por ahora siguen girando sobre el capital del holocausto, pero va a llegar el momento en que alguien diga ‘basta’: por mucho que hayan sufrido, eso no los autoriza a seguir torturando y matando. Ya no corren los tiempos de antes, Sergio, cuando se podían hacer –basados en las instrucciones de Yaweh– lo que relata la Biblia.
Chau, Sergio, vos y los zurdos me divierten mucho. Se les han derrumbado todos los modelos y se han convertido en las lloronas de la modernidad. Pobrecitos. Lo único que les queda es Fidel. Qué poquita cosa les queda.”
D’Angelo Rodríguez revela varias cosas en este texto. Primero, que inculpa a su propia madre y se autoinculpa al asumir que tuvo un rol más activo del que se le podría adjudicar por su edad. Sería interesante que contara en qué otros casos de ingresos ilegales con papeles falsificados participó. Segundo, que este nacionalista descripto por varias fuentes como “un militante de segunda línea” no se ha movido un milímetro de ciertas convicciones de su juventud: si alguien se avergüenza de que Argentina fuera un refugio de criminales nazis, ese alguien necesariamente es un judío “de nariz ganchuda” y “un zurdo”.
El tercer elemento destacable es el repertorio de lugares comunes del antisemitismo criollo: el trigémino, las narices –una verdadera obsesión, ya que a D’Angelo Rodríguez ya le preocupaban las “ganchudas” en 1947–, la supuesta endogamia, la deliberada confusión entre una religión y una “sangre” que no cambia “ni en veinte generaciones.” Todo esto, modernizado por el nuevo antisemitismo, el que se disfraza de antisionismo y pretende, en este caso, justificar con supuestos crímenes israelíes el orgullo de haber sido cómplice en el ingreso ilegal de un traidor a su patria y deportador de niños.