CONTRATAPA
Vieira de Mello, funcionario con ideales
Por Alberto Dalotto *
Es raro que la gente concentre una opinión unánime, pero fue el caso de Sergio Vieira de Mello, el delegado de Naciones Unidas en Bagdad que murió en Bagdad. Para los diplomáticos argentinos que lo conocimos, Sergio fue una de las personalidades más brillantes con las que nos encontramos en nuestra carrera.
Yo lo conocí en 1985, cuando asumió como representante del Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur) en Buenos Aires. Teníamos contacto muy frecuente por los temas de interés común. Uno de los principales era el trato a los refugiados de la dictadura chilena. El gobierno argentino los quería proteger. Sergio, que era un tipo carismático pero no usaba su simpatía para construir poder personal sino para resolver problemas concretos, veló por ellos con firmeza y prudencia y se ganó el reconocimiento de todos. De los chilenos y de los argentinos.
Para la Argentina el ‘85 no fue cualquier año. La Argentina juzgaba a las juntas militares y vivía un momento de gran politización, característica de los inicios de la democracia restaurada. Para un hombre progresista, inquieto y curioso como Sergio no había nada más apasionante que ese debate.
Buenos Aires, además, no representaba una ciudad más en su carrera. La ciudad fue uno de los destinos diplomáticos de su padre, y por eso el lugar donde Sergio pasó su primera infancia. Una vez le pregunté por qué nunca quiso ser diplomático brasileño. Me contó que su padre, hombre de izquierda, fue echado de la cancillería por la dictadura militar.
–A fines de los ‘60, cuando me surgió la opción, no me pareció ético entrar al mismo sitio de donde mi padre había sido expulsado.
Fue en ese momento que Sergio optó por las Naciones Unidas, donde hizo un despliegue impresionante. Era tan capaz que siempre le ofrecían un nuevo puesto. De Buenos Aires viajó a Ginebra para asumir como jefe de gabinete del Acnur. Llegó a ser Alto Comisionado para Derechos Humanos. Ese es el cargo que tenía cuando marchó a Bagdad. Antes de irse escribió a los amigos. Yo recibí uno de esos e-mails de despedida. Lo leí muchas veces estos días, con Sergio muerto. Confiesa sus dudas sobre la misión en Irak. Menciona las ambigüedades de la resolución del Consejo de Seguridad sobre la situación iraquí. Pero afirma que igual siente la obligación de asumir la tarea. En parte por responsabilidad. Pero en buena medida por compromiso con el secretario general y con la causa de las Naciones Unidas. También lamenta que, una vez más, su vida personal estuviese por quedar atrás. Sin embargo escribe que Carolina, su amada Carolina, una compatriota nuestra, lo animó con su apoyo constante.
No hubo conflicto sin la presencia de Sergio, de Líbano a Indochina y de Kosovo a Timor. Sergio afrontó todas las crisis con su capacidad intelectual extraordinaria, su gran sentido del humor y un refinamiento en el trato que podía cautivar a los personajes más complicados de la vida internacional. Esos rasgos bastarían para convertirlo en un diplomático inolvidable. Pero él fue mucho más. Los diplomáticos y, me animo a sugerir, todos los servidores públicos, deberíamos tomarlo como un modelo. Sergio hizo mucho más que consagrarse a sus funciones y demostrar un notable profesionalismo: siempre enmarcó su trabajo en la adhesión a principios de humanismo y libertad y de respeto a los derechos de los hombres y de los pueblos. Hasta dio la vida por esos ideales.
La muerte temprana de Vieira de Mello nos devastó. Por suerte su ejemplo arroja luz a un tiempo ya demasiado oscuro y violento.
* Diplomático argentino destinado en la misión ante Naciones Unidas.