CONTRATAPA
Gorilas
Por Rodrigo Fresán
UNO En esta página hay dos gorilas: un gorila inhumano y un gorila humano. Aquí vienen.
DOS Copito de Nieve se muere. Es cuestión de semanas. Copito de Nieve –Floquet de Neu, en catalán; Nfumu-Ngui, en la lengua de la etnia fang– es un melvillesco gorila albino, el único en la historia gorilesca conocida por el hombre. Y desde hace casi cuarenta años de los nuestros –y casi ochenta de los de él–, Copito de Nieve es la mascota de Barcelona. Postales, peluches, llaveros y –aunque ustedes no lo crean– un par de autobiografías. Está claro que Copito ya no es lo que alguna vez fue: su antiguo esplendor Disney ha degenerado a un look más cercano al de Charles “Hank” Bukowski luego de una larga farra. Para un niño condal de esta ciudad ir a verlo por primera vez es lo más parecido a un rito iniciático y, ahora, ir a verlo por última vez es una inmejorable oportunidad para que sus padres le expliquen cómo es eso de hoy estamos y mañana no. Semanas atrás le descubrieron un cáncer raro y definitivo y a Copito de Nieve le quedan pocas semanas por delante. Las autoridades anunciaron que se tomarán muestras de su ADN pero no se hará intento alguno por clonarlo y, mucho menos, entregarlo a los taxidermistas para que fabriquen un trofeo de salón. Su cuerpo será arrojado a las llamas y, tal vez, sus cenizas al Mediterráneo. O tal vez corresponda devolverlas al negro continente del que alguna vez se trajo su blanca figura el etólogo Jordi Sabtar Pi. Conmoción, tristeza, llamado fervoroso del ayuntamiento pidiéndoles a los ciudadanos que vayan a despedirse y zoológico colapsado durante el último fin de semana. Diez mil visitantes mirando fijo eso que es tan fascinante de mirar: la inevitable inminencia de la muerte. Y –ahora que lo pienso, sin ánimo de ofender a nadie–, Copito de Nieve se parece tanto a Juan Pablo II: es blanco, lo están exhibiendo todo el día, tiene las noches contadas y, como el Papa, es único en su especie. La única diferencia –diferencia atendible– es que en alguna parte ya hay un nuevo pontífice calentando para habitar la jaula del Papamóvil, mientras que en la jaula del zoológico de Barcelona continuarán viviendo los nietos de Copito, gorilitas del montón, de pelambre oscura, sin ningún valor simbólico.
Está claro que –a la hora de hacer milagros– hay unos más sencillos que otros; y que no vale sopletear con aerosol blanco a ese monito tan mono pero sí es lícito afirmar que esa fumata bianca es la manera en que el Hacedor se comunica con sus ovejitas y corderos y gorilas.
TRES Este tipo entre rejas se llama Anthony Alexander King, nacido en 1964, alguna vez conocido como Tony Bromwich alias “El Estrangulador de Holloway” y condenado a los dieciocho años por estrangular hasta la inconsciencia y violar a varias mujeres en Inglaterra. Se sospecha, también, que puede haber algún cadáver por ahí del que nunca lo hicieron cargo. En cualquier caso, a mediados de 1997, King/Bromwich llegó a España atraído por el sol, las posibilidades de trabajo y la inspiración de vivir en un país que ostenta el vergonzante record de violencia doméstica. Aquí no pasa semana sin que un marido o compañero le prenda fuego o apuñale o tire por el balcón o lo que primero se le ocurra hacerle a la luz de sus ojos y al amor de su vida. Después, los hombres se suicidan o se entregan diciendo que no recuerdan nada. King vivía en un pequeño departamento en los altos de un colegio primario y junto a una comisaría. Todas las mañanas saludaba respetuosamente a los agentes y se ofrecía “para lo que ustedes necesiten”. No está del todo claro cuáles eran las tareas que King, servicial, ejecutó alguna vez para la Guardia Civil. Mejor no averiguarlo. King –gorila de pub y discoteca de aspecto hooligan ysonrisa dócil– se acuerda de todo, pero advierte que se convierte en otro cuando mezcla alcohol con pastillas de éxtasis. Una de esas noches, hace unos cuatro años, se cruzó con la joven Rocío Wanninkhof. Otra de esas noches, semanas atrás, se cruzó con la joven Sonia Carabantes. Sus bestiales asesinatos conmovieron a España y, por el primero de ellos, casi se condena a una mujer inocente. A Dolores Vázquez –compañera sentimental de la madre de Rocío–, quien vio expuesto y discutido por las masas su lesbianismo, se ganó el odio de la ciudadanía toda, pasó 17 meses a la sombra, y por estos días esperaba, resignada, un nuevo juicio. La salvó que el gorila inglés se soltara otra vez de sus cadenas y la saliva en un cigarrillo aparecido en la escena de este crimen se correspondiera con una muestra recogida en la escena del otro crimen. Esas cosas del ADN que han jubilado para siempre a Sherlock Holmes. Ahora King ha sido capturado y sus compañeros de zoológico –patriotas, qué es eso de que un extranjero venga a matar nuestras mujeres, a las mujeres que matamos nosotros– ya le han prometido una linda sorpresita para cualquier mañana de estas en el patio de la prisión. King parpadea ante los flashes y los gritos y se encoge de hombros y dice que “no soy una buena persona y deberían haberme quitado de en medio hace rato”. Tiene razón. Ahora King está en una jaula. Y nadie tiene dudas en cuanto a clonar o no a semejante King Kong. No hace falta. Gorilas como él sobran en nuestro planeta.
CUATRO En esta página hay dos gorilas: un gorila inhumano y un gorila humano. ¿Cuál es cuál? La respuesta a semejante pregunta es tan sencilla como compleja. Está claro que Charles Darwin –por más que algunos altos prelados se resistan aún a admitirlo– tenía razón: el hombre viene del mono. Lo que no está tan claro es si el hombre va hacia el gorila y si, de ser así, se trata de un glamoroso gorila blanco o un bestial gorila oscuro. En algún punto entre el agonizante Copito de Nieve y el agonizador Tony King las cosas se complicaron, se torcieron, doblaron por esa carretera mal iluminada donde los hombres muerden una banana prohibida. Y después se golpean el pecho y lanzan gritos a los que los miran al otro lado de las rejas, a los otros prisioneros; porque para un enjaulado, a veces, los barrotes no hacen otra cosa que mantener a los otros afuera, igual de prisioneros, ignorantes –como Charlton Heston hasta el último minuto de aquella película– que el planeta de los simios estaba muchísimo más cerca de la Tierra de lo que él pensaba.