CONTRATAPA › DE LOS CUADERNOS DE BATáN, DEL DUDOSO NORIEGA

Para qué sirve la playa

 Por Juan Sasturain

Es sabido que durante su larga, injusta y fructífera estadía en la cárcel regional a fines de los sesenta –se comió cinco años por un homicidio grotesco y culposo ocurrido en los pasillos de la tienda Los Gallegos de la llamada Ciudad Feliz– Salvador Dudoso Noriega, mítico bañero de la playa Popular, se amargó y se aburrió poco, leyó mucho y escribió bastante. Parte de sus reflexiones quedaron recogidas en los llamados Cuadernos de Batán, que aún esperan una edición ordenada y completa. Algunos de esos textos aparecieron como apéndice en la novela Dudoso Noriega, Editorial Sudamericana, 2013, pero aún hay mucho que recuperar.

No es fácil, porque estos apuntes escritos a lápiz o con birome a veces son meros esbozos, ideas sueltas, proyectos de futuros tópicos que el autodidacta de Maipú dejó sin de-sarrollar. Uno de los temas que aparece en forma reiterada es, obviamente, el de la playa, escenario casi excluyente de su larga experiencia laboral y en cierto modo existencial. Lo que sigue es un segmento más o menos acabado en el que se pueden apreciar –dentro de las características propias de un work in progress– brillos y limitaciones de un pensamiento por lo menos original, muy fechado tal vez por la vida cotidiana de su época, pero siempre con algunas observaciones curiosas.

La playa, modos de usar

En general, cuando se habla de ir a la playa, en el verano, la gente piensa en tomar sol y bañarse. Se decía antes “tomar baños de sol” y “tomar baños de mar”. Una cosa tiene que ver con el calor y la otra con el fresco. Es decir que se habla de frío y de calor, nada más. Se va a la playa (o se iba) por esas dos cosas. Pero habría que aclarar algo: en este caso, el de Mar del Plata, ir a “la playa” no quiere decir ir al lugar con arena junto al mar, sino a la ciudad entera, a todo lo que queda junto al mar. O, mejor dicho, depende de dónde salgas. Si venís de Buenos Aires o de Catamarca, ir a la playa es ir a Necochea, a Mar del Plata. Si salís del Hotel Iruña, ponele, es ir a poner las patas en la arena, y a bañarte. Eso hay que aclarar: estoy hablando del que viene de afuera. Y decía que hay dos cosas: sol y mar, calor y frío.

Son cosas opuestas. O complementarias. Los chicos van a bañarse porque les gusta jugar con agua y en el agua, las minas van a tomar sol. Pero lo que todo el mundo quiere, en realidad, es poder pasar por esas dos sensaciones. Los hombres que ya no son pibes ni muchachos y las mujeres que ya no son minas son más difíciles de clasificar, van como soporte, parte de grupo, orilla (sic) de la familia o algún tipo de agrupamiento.

Pero no es tan sencillo: muchos que van a la playa no se bañan –les joden el mar, las olas, el frío, los revolcones posibles– y mucho menos toman sol, porque no les gusta quemarse, se irritan y todo eso. ¿Entonces? ¿A qué carajo (tachado) van? Hay una respuesta posible que tiene que ver con la idea de las vacaciones: van a descansar.

A la playa, entonces, más que a tomar sol o a bañarse –o también– la gente va a descansar, a no hacer nada, dicen. Claro que para descansar hay que haberse cansado antes, llegar cansado. Pero eso vale tal vez para los primeros días: el tipo llega cansado de la ciudad (se supone) y descansa. Pero cuando empató, quiero decir: cuando se puso al día con la almohada, está en la misma. O peor, porque se siente cansado sin haber laburado. Hay algo raro ahí que emputece todo. Creo yo, bah.

Ese cansancio del no cansado es el aburrimiento. Y un tipo aburrido es peligroso para él mismo y para los demás. Si lo sabré yo, que –sin entrar en detalles– he sacado más aburridos que inconscientes o desesperados del mar.

Por eso, sin pretender dar cátedra, a mí me parece que no habrá evolución de la humanidad hasta que el hombre (o la mujer, digo) no sea capaz de estar al pedo. Estar quieto o sin hacer nada sin ponerse nervioso o aburrirse. El profe Pentrelli –mi compañero de celda, que lee sobre mi hombro o cuando dejo el cuaderno a mano– me dice: eso es Pascal. Espero que sea un elogio, aunque con Pentrelli, tan jodón, nunca se sabe.

Pero volviendo a lo de antes: descansar en la playa, en la práctica sólo es cansarse de otra manera. Porque los turistas se palman demasiado, seguro, y muchas veces no duermen más en la costa sino menos, y por eso cuando vuelven dicen que están como para empezar, ahora sí, las vacaciones. ¿Por qué? Porque no descansaron la cabeza.

Y el problema está ahí: pretender no hacer nada es peligroso. Y además está mal dicho. Debería decirse hacer nada. Porque no hacer nada es una especie de nada al cuadrado, la conciencia de no hacer, que es lo que produce el aburrimiento.

El aburrimiento y la ansiedad en el fondo son lo mismo: si la ansiedad no permite parar la máquina, el aburrimiento no soporta la máquina parada. Por eso en general la gente se va peor de lo que viene. Al segundo día se empiezan a rajar a puteadas, a pelearse por boludeces. Es así.

También están los enfermos de la cabeza que convierten la playa en una especie de oficina: van con horario, se organizan, se amargan si hay nubes, rompen con el bronceador y el sol, les hinchan a los pibes para que vuelvan a comer a cierta hora... Pero es un problema sobre todo de la gente del medio, de la edad del medio, digo: los amargados. preocupados, cansados por la familia y el laburo.

Porque, por lo que yo veo, los únicos que hacen las cosas bien son los pibes que no tienen de qué descansar y usan lo que hay: se bañan y se queman a lo bestia sin otra idea que usar y hacer lo que hay. Y después están los viejos, que siguen haciendo lo mismo que en la casa. Por eso las viejas están en la playa como en la vereda. Arman la casa en la arena, se instalan, y desde ahí controlan a los pibes que van a joder a la orilla y a las pendejas que salen a dar una vuelta, a que las miren. Ese tipo de viejas ni se baña ni se quema, es como si no hubiera salido.

Y hay otra cosa más con el sol: en la época en que yo era chico, las mujeres finas no se quemaban, porque tener la piel quemada quería decir –como tener las manos curtidas– que trabajaba, es decir, que era pobre. Que tenía que hacer las cosas, salir de la casa, andar por ahí a la intemperie, usar las manos y poner el cuerpo. La gente o, mejor, la mina que era blanca, era porque estaba siempre adentro, y tenía quién salía a hacer todo.

Ahora es al revés: las minas bacanas toman mucho sol, con todo el cuerpo, andan quemadas hasta en julio porque eso significa que tienen vacaciones largas, tienen tiempo y guita y casa para ir a la playa o al campo.

Hay otras dos cosas o temas también interesantes sobre el uso de la playa: una son los juegos, como el cabeza, el hoyo pelota y los picaditos del atardecer. Y el otro tema es el de la relación con las olas. Y ahí vale tanto para el bañero como para la gente común, aunque la relación es diferente.

Hay que partir de que lo que el mar hace son olas. Hay mares sin olas, como las palanganas al estilo del Mediterráneo o –como me contó Rebeca, la dentista de Miramar– del Mar Muerto, que la gente no se puede hundir, aunque quiera. Por la cantidad de sal que tiene.

Pero no es el caso: el bañero debe saber que hay tres maneras de relacionarse con las olas: pasarlas (por arriba o por abajo), chocarlas (ponerles el cuerpo) y acompañarlas (dejarse llevar). Todo nace de ahí: qué hacer con las olas.

(El manuscrito de Los cuadernos de Batán termina aquí. No sabemos si el mítico Dudoso llegó a desarrollar esos tópicos en otro momento y lugar.)

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