CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

Vamos: nada ni nadie nos espera

 Por Juan Sasturain

Para A. K.
Mascherano ante el G-20.

Con el fin de año próximo, y las ansiedades que genera un 2015 electoral, proliferan las más o menos interesadas encuestas acerca de lo que vendrá y las expectativas al respecto. Ya hemos reflexionado otras veces sobre estas cuestiones, pero acaso esta ocasión y esta coyuntura sean más que nunca significativas para analizar ciertas modalidades de decir y de considerar lo que se supone que se viene. Son reveladoras.

Para empezar, en casos complejos como el de esta coyuntura –en el fondo todas lo son– se suele preguntar qué esperamos o qué nos espera. No es lo mismo, claro. Pero en la disposición activa o pasiva que se supone en el sujeto ya están implícitas dos miradas diferentes, que se reflejan al tener que elaborar las respuestas. El primer esperar nos incluye como posibles sujetos activos, responsables –aunque sea en parte– de lo que vendrá; en el segundo caso, se induce a suponer que sólo nos cabe –sin posibilidad de torcer nada– esperar (lo peor). Este tipo de manipulaciones es habitual desde el arranque mismo de la cuestión.

Así planteadas las cosas ante la pregunta ominosa/luminosa, los verbos que utilizamos para expresar –desde nuestra perspectiva actual– cómo será lo que aún no es, se pueden agrupar genéricamente en dos tipos. Por un lado están los verbos que rigen indicativo, es decir, que desembocan en una afirmación con pretensiones de realidad –digo que será así; creo que será asá, supongo que será de este modo, incluso imagino que será de este otro–; y por otro están los verbos que rigen subjuntivo, es decir, que desembocan en una afirmación matizada, sin pretensión de realidad, ya que el subjuntivo lo usamos para expresar precisamente nuestros temores y deseos: espero que sea así; quiero que sea asá; deseo que sea de este modo; temo que sea de este otro.

La primera serie (decir, creer, suponer, imaginar) se refieren a lo que el hablante (cualquiera, uno mismo, bah) sabe o cree saber, transmiten un (supuesto) saber; la segunda serie (esperar, querer, desear, temer) se refieren a lo que el hablante experimenta, transmiten una (aparente) sensación.

Toda apreciación personal respecto de circunstancias futuras que nos involucren se moverá siempre dentro de esos dos polos: lo que creemos saber y lo que se supone sentimos. Hay un ejemplo muy gráfico al respecto: cuando se hace una polla futbolera, el participante hincha de un equipo determinado debe elegir, al apostar en el partido de su equipo, una de esas dos perspectivas: la “objetiva”, que indica cuál tiene más posibilidades de triunfar y, por lo tanto, hacerlo ganar a él; y la “subjetiva”, que lo inclinará por elegir siempre a su equipo, más allá de las probabilidades que tenga de alcanzar el triunfo. Como no siempre –o casi nunca– las dos perspectivas coinciden, hay un tironeo entre un saber objetivo (es muy probable que gane el rival) y el no menos flagrante deseo (yo siempre quiero que gane mi equipo).

Algo nos dice que el hombre de bien ante esa alternativa elegirá siempre con su corazón, pues de lo contrario, en determinadas circunstancias extremas, podría llegar a sentirse obligado a desear que su equipo pierda –ir contra su deseo– y privilegiar su interés o beneficio. No es necesario trasponer el ejemplo a la realidad económica del país: llegaríamos a conclusiones que nos harían vomitar.

En fin... Feliz el hombre que sabe qué es lo que lo hace feliz y espera que suceda; y desgraciado aquel que no se pregunta qué lo hace feliz sino sólo qué le conviene, y espera que suceda. Tal vez en ningún otro caso esa diferencia de expectativas se exprese mejor que en dos usos de temer: cuando uno dice “temo que el año que viene todo se vaya a la mierda” es genuinamente doloroso, porque le duele que pase y espera que no pase; y cuando otro dice “me temo que el año que viene todo se irá a la mierda” no teme en realidad sino afirma que eso pasará y espera –sobre todo– tener razón.

Estas obvias y trajinadas reflexiones se activaron una vez más tras el poderoso –por explícito, por incisivo– discurso de la Presidenta del sábado, sus antecedentes y sus repercusiones mediáticas. Una vez más: más allá o más acá de nuestras adhesiones políticas e ideológicas, en la actitud ante lo que se viene, hay un corte muy claro entre los que podemos formular qué esperamos (hacer, ayudar a hacer) y los que sólo aguardan (que nos hagan) lo que se supone nos espera.

Es un round más de una larga pelea. Vamos, todavía: nada ni nadie nos espera.

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Imagen: Joaquín Salguero
 
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