Lunes, 15 de diciembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Pasó otra semana en que las mejores explicaciones de la política argentina volvieron a darse mediante los contrastes.
Hace siete días, esta columna trataba de los escalofríos provocados en el arco opositor por la versión de Cristina candidata, en las boletas de todo el país, a través de los cargos electivos para el Parlamento del Mercosur. El único dato certero era que una comisión de Diputados había despachado dictamen favorable para que el proyecto, integrador del Parlasur a las elecciones generales del año que viene, fuese votado en el recinto. Lo demás era pura especulación. Debido a eso, también se señaló –no en exclusividad ni mucho menos– que sólo Cristina sabe de su decisión final. ¿Actuará de gran electora, gran descartadora o gran postulante? Misterio. En su discurso de hace pocas horas en Casa Rosada, la Presidenta tomó nota de aquellas versiones y pidió que no la candidateen a nada. Se paró como estadista para sobrevolar los rumores y como política para dejar que sigan corriendo. Repasemos el curso de lo acontecido. Los trascendidos habían alcanzado para que otra grande, pero humorista, anunciara que estaba dispuesta a competir contra Cristina en la elección regional. A comienzos de semana, la prensa antikirchnerista ya titulaba en portada sobre el avance de una lista opositora para frenar la jugada K. Más aún, se indicó que Massa, el PRO y Fauna ya barajan nombres para unificar la lista de diputados y enfrentar a Cristina. Marcaron como eventuales atractivos a Roberto Lavagna, Federico Pinedo, Margarita Stolbizer y Manuel Garrido (fiscal de Investigaciones Administrativas en la primera parte del kirchnerismo, quien habría sido el único referente que pudieron rescatar los radicales para sumar a esa nómina, como insospechable de corruptelas, en medio de la implosión que sufre la UCR). Alguna crónica también dio cuenta de que los negociadores no descartaron la autopostulación de Carrió a pesar de su pleito con Massa, a quien calificó de narcotraficante munida de la misma liviandad con que reparte esa acusación a todo dirigente, sector o hijo de vecino que no estén dispuestos a seguir su santoral republicano a pie juntillas. El pequeño detalle es que nadie tendría claro a qué fuerza personificaría Carrió en esa posible o fabricada lista de unidad contra Cristina, porque todos tendrían claro que la chaqueña se representa solamente a sí misma (y al PRO, según le dictan hoy las circunstancias). La guinda del helado consistió en afirmar que los propios K resolvieron demorar la ley del Parlasur, porque estarían alarmados frente al avance de ese acuerdo en la oposición. Esto último, en apreciaciones periodísticas de anteayer, mudó a que los K estarían urgidos por apurar la ley. No se sabe qué dirán ahora, tras la apelación de Cristina a que no la nominen a nada de nada.
Es una parábola sensacional. Invita a volver sobre los pasos de aquel texto tan ingenioso que circuló en mayo del año pasado, y que el cronista se permite recordar una vez más. Un editorialista dominical de la oposición advierte que el Gobierno tendría listo un plan para acabar con los ornitorrincos. Por la noche, en su monólogo, disfrazado de ornitorrinco, un colega ideológico de aquél reclama, por la tevé, que debe hacerse algo para parar el exterminio de esos mamíferos subacuáticos. Al día siguiente, los medios opositores hablan sobre la feroz embestida gubernamental y se preguntan cómo afecta la extinción ornitorrinca al bolsillo de los argentinos. Se responden entre sí que la gente se refugia en el dólar blue. El alcalde porteño saca un decreto de necesidad y urgencia, que prohíbe la cacería de ornitorrincos en todo el territorio de la ciudad. El ministro nacional del área comprometida reacciona diciendo que en Argentina no hay ornitorrincos. Las cadenas de las redes contestan que hoy somos todos ornitorrincos. Y que si tocan a un ornitorrinco nos tocan a todos. Sólo habría como diferencia, respecto de lo ocurrido en estos días, que el hecho objetivo realmente nació en una movida de un sector del oficialismo –votación para el Parlasur– y no en la invención de periodistas opositores. Pero de ahí en más, efectivamente son todos ornitorrincos. La fábula responde con exactitud semántica a los rulos que se hacen enfrente con cada cosa que hace, deja de hacer o se supone que hará la Presidenta. La única conclusión posible es esa: Cristina, o lo que imaginan que de ella pudiera surgir, determina todo paso que dan. Sigue habiendo unas preguntas de difícil o desafiante respuesta. ¿Cristina o lo de que ella se deduce marcan el paso de la oposición porque ésta quiere gobernar, pero no tiene con quién ser creíble? ¿O la oposición no quiere gobernar porque le resulta imposible definir un proyecto, o modelo, superador del vigente desde 2003?
Apenas como hipótesis, el firmante apuesta por lo segundo. Un analista de pensamiento crítico, bien que adherente al kirchnerismo, sostiene que, socialmente expresado, hay espacio para que pudiera retornar un populismo de derecha. A lo Menem pero, en principio y digamos, algo mejor disimulado para quien quiera engañarse o sincerarse (Scioli, Massa, Macri). El kirchnerismo dejará un país gobernable, con alta inflación pero estabilizado en sus indicadores de reparación social. Un gobierno liberalote conseguiría dólares para endeudarse, asomarían algunas inversiones externas, se acabaría el cepo, retornaríamos a la ficción de los noventa y los que terminarán pagando la fiesta renovada serían un aspecto menor. Las clases baja y media están mucho mejor que en el infierno de comienzos de siglo, de manera que, paradójicamente, están o estarían prestas a comerse otra vez la misma galletita. Si la oposición contara con dirigentes políticos inteligentes, dice otro analista de simpatías K que tampoco come vidrio, negociaría con el poder económico mantener las conquistas básicas del kirchnerismo, a cambio de entregarle un campo orégano para sus negocios. ¿Tiene la oposición un dirigente de esas características? ¿O sólo cuenta con figuritas que se regalarían a cuanta exigencia les imponga una burguesía extranjerizada e históricamente egoísta, depredadora, que después –o antes– verá qué hace si las sagradas instituciones terminan en helicóptero?
Lo K, que aguanta ser definido como un intento de desarrollismo capitalista atento a mirar y satisfacer el abajo, objetivamente tiene un cuadro: Cristina. La derecha, no. Ni Scioli, ni Massa ni Macri. Son dirigentes mediáticos, no constructores de una identidad contradictoria pero respetable, firme, emotiva. Scioli, a su favor, parece haber tomado nota de que sin Cristina no puede y de que será la Presidenta quien le imponga las condiciones. Se verá. De los otros dos, uno es un escolar de frases hechas. Un tránsfuga, un oportunista, un langa por lo menos sospechoso. El otro es un beneficiado de la ciudad gorila más rica del país, aunque cabe reconocerle el mérito de haber sabido venderse como hacedor de obra pública (cuando el progresismo tuvo la misma oportunidad no supo aprovecharla, convengamos). Ninguno de esos dos tiene figura ni candidato en la provincia de Buenos Aires, y sin eso no es posible imaginar gobernabilidad alguna. La conclusión sería que les conviene mucho más apretar por discurso de moralina que jugar a gobernar por derecha bruta. Les convendría transar extorsionando al ejecutor ajeno antes que cargarse cómo asistencializar a los que dejarán afuera. Con todos sus defectos, el kirchnerismo tiene base social y administración demostrada de la tensión de clases. Hablando en política, ellos sólo tienen algún monologuista televisado; las tapas de dos diarios de alcance nacional, más sus portales; ciertos reproductores radiofónicos de agenda matutina, en el área metropolitana CABA; y algunas señales de aire y cable que, casi, ya agotan a su propia hinchada, al vivir reproduciendo el denuncismo de la corrupción oficial y el discurso barato de la antipolítica. No son mucho más que el Hasta Cuándo de Saborido y Capusotto. Esto no los minimiza cuantitativamente, porque son porción representativa de una parte estimable de la sociedad argentina. Sólo se dice que significativamente no representan entre poco y nada, porque no tienen político que los simbolice.
Como botón de la misma muestra, hay un festín mediático con el juicio oral que sufrirá Amado Boudou por los papeles truchos de un automóvil modelo ‘92. Es la causa más suave que afronta el vicepresidente de la Nación, ya procesado en el caso Ciccone. Boudou es un caballito de batalla opositor porque, en primer lugar, fue elegido personalmente por Cristina, en lo revelado como un serio error de cálculo político si es que ella lo pensaba como su sucesor. Al momento de designarlo no le importó a nadie. Con el diario del lunes, todos sabían cómo terminaba el partido. De lo que se conoce hasta ahora, Boudou no sería más ni menos chantún o corrompido que cualquiera de sus denunciantes. O de los intereses que éstos encarnan. Pasa por ahí, quizás, el análisis estructural del episodio. ¿Es Boudou lo prioritario que encarna al proceso iniciado en 2003, como sugieren o dicen directamente los obsesionados con sus andanzas? Si la respuesta fuese afirmativa, debería juzgarse con el mismo criterio que todo el lugar mediático destinado a Boudou ocupa el ningún lugar mediático asignado a las revelaciones sobre las cuentas no declaradas en Suiza. Por ejemplo.
El sábado, en la Plaza a pesar del diluvio y en las líneas-madre del discurso presidencial, se reprodujo otro contraste entre la presunción de fin de ciclo y las reservas activas de la única fuerza con capacidad de movilización y liderazgo de espacio. Queda por delante saber si el kirchnerismo sabrá acertarle a la táctica de lo que le conviene para sostenerse.
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