Martes, 10 de marzo de 2015 | Hoy
UNO No se acuerda de quién o cuándo. Pero podría asegurar que fue un pariente. Y que él era un poco más que un niño. Y que la voz familiar lo atravesó como un rayo de luz. “¡Qué chaval tan creativo!”, dijo alguien entonces y entonces oyó él. Y –pensando que había encontrado un rumbo y un destino– en realidad estaba perdido para siempre. Porque, de pronto, siendo creativo, Rodríguez estaba obligado a ser creador. Y, claro, no es lo mismo ser creador que creativo. Ser creativo es como ser un creador light y/o diet. Y hay tantas formas de ser creativo intentando convencerse de que se es creador: escritor, músico, director de cine o de teatro, pintor, arquitecto, fotógrafo, escultor, bailarín, chef cientificista, diseñador de videojuegos, informático neotelefónico, imaginador de reality shows, blogger con complejo de mesías, freakie-tertuliano televisivo, político cínico-romántico, self-made selfie... Indeciso, inseguro, después de mucho pensarlo y de pensar demasiado, Rodríguez eligió el todo y la nada. Un poco de cada sabor y forma. Como cuando se llena la bolsa de golosinas antes de entrar a ver una película saturada de efectos especiales.
Sí: a Rodríguez se le encendió la lamparita.
Rodríguez, se sabe, es publicista. O, si se prefiere, creativo.
DOS Y a Rodríguez le gusta pensarse y creerse como parte de la llamada “clase creativa”. Alguna vez poderosa, pero ya no. Rodríguez lee un libro nuevo. Se titula Culture Crash: The Killing of the Creative Class, y lo firmó Scott Timberg, y habla del “asesinato” de esa clase que alguna vez movió al mundo con gracia y talento. Ya no. Recesión, adiós a trabajos que contribuían a formar a un tal vez futuro creador (librero, empleado en tiendas de discos y videoclubs) y la banalización de lo absoluto en Internet con fenómenos virales que demandan y consiguen la atención de los inconscientes colectivos. Y Rodríguez se pregunta por qué le habrán puesto viral a algo que se supone positivo. Y comprende: viral de virósico, tóxico, infeccioso, enfermizo, apestoso, febril, contagioso. Ahora, todos juntos y virales acuden a la Mobile World Congress. ¡Orgullo de la ciudad! ¡Madrid no lo tiene! ¡Millonaria fuente de ingresos! ¡Bienvenidos sean los aplicados creativos de aplicaciones usando las cyber-fashion monturas de gafas marca Warby Parker! ¡Vuelve Zuckerberg para anunciar novedosas y efímeras revelaciones! ¡A ver y tocar los nuevos modelos de teléfonos móviles que lo hacen todo! ¡Y que hasta te ayudan a debatir durante horas temas trascendentes como de qué color era realmente ese vestidito en esa fotito! ¡Certeros signos de admiración –nunca usar los dubitativos de interrogación– para y con todo si se quiere ser creativo! ¡Socorro!
TRES ¡Me ahogo! Y Rodríguez, claro, tiene miedo de que esa foto de la ola congelada por el frío de Massachusetts (foto que es casi una instalación en la Tate con ganas de ganarse el Turner Prize) no sea otra cosa que una bromita, otro fenómeno viral. Todos tecleando sobre eso y después seguir averiguando cuánto cuesta el alquiler de un dron para ser parte de la minoría privilegiada que puede subir a su perfil un dronie: la exclusiva versión voladora y teledirigida y en movimiento del selfie: ¡palabra del año 2014! Uno de los primeros de ellos fue para promocionar el próximo Cannes Lions Festival of Creativa en junio. ¡El año pasado estuvo el creativo Bono! Nos veremos todos allí. Nos fotografiaremos todos allí. Y, desde allí, enviaremos fotos a todos nuestros amigos. Hubo un tiempo, piensa Rodríguez, en que uno se tomaba fotos para recordar dónde había estado. Ahora se toman fotos para que los demás sepan dónde estamos ahora mismo. Y, ahora mismo, uno se fotografía siempre para los otros y nunca para uno.
CUATRO Y, para Rodríguez, la prueba incontestable de la inexistencia de Dios está en que Dios no se tomó un selfie en el instante mismo de la creación absoluta; ese segundo milagroso que los científicos no dejan de perseguir y que, pareciera, sólo a ellos les importa: porque a los usuarios/usados sólo les preocupa lo que sucedió, como máximo, hace quince minutos de fama. O de lo que vendrá, como los muebles milagrosos de IKEA que cargarán móviles y tabletas sin necesidad de cables y enchufes. O tal vez, sigue pensando Rodríguez, en eso radique la divinidad de Dios: en su fortaleza todopoderosa para no haber caído en la satánica tentación de mirar a camarita-telefonito empalada y enviar postalita.
Aquí abajo, todo divino: la barba de la máscara de Tutankamón se arregla con pegamento Epoxi, los fervorosos del Estado Islámico taladran los leones alados mesopotámicos y arrasan a las monumentales y milenarias Hatra y Nimrud, y los creacionistas de los programas educativos españoles alaban al Creador como al más creativo de los productos y productores. Ahora, la materia de religión (católica, se entiende) evaluará si el alumno “reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen celestial del cosmos y distingue que no proviene del caos y del azar”. El temario de la asignatura confesional en un Estado que no lo es de acuerdo con su Constitución (y materia evaluable que va de infantil a secundaria, y que cuenta para la nota media y la obtención de becas) incluye “la celebración de las tradiciones para acceder a la oración, los cantos de alabanza y el sentido de las fiestas religiosas” y “conocer y aceptar con respeto los momentos históricos de conflicto entre la ciencia y la fe, sabiendo dar razones justificadas de la actuación de la Iglesia”. Y el estudio de “la incapacidad de la persona para alcanzar por sí misma la felicidad”, “el reconocer y aceptar la necesidad de un Salvador”, el “expresar con palabras propias el asombro por lo que Dios hace” y aceptar que “interviene en la Historia”. Poco y nada se dice de deidades alternativas y mucho menos de opciones terrenas como el aborto y los anticonceptivos y la eutanasia; a menos que esos temas surjan en el improbable contexto de hablar con gente rara e imaginativa. Entonces, respetuosamente, se hará uso de los conocimientos adquiridos para “defender la racionalidad de las propias creencias religiosas” y después, seguro, te bloqueo en mi Facebook. Todo esto en una legislatura en la que el ministro de Interior firmó la orden por la que concede la Medalla de Oro al Mérito Policial a la Virgen María Santísima del Amor, y la orden del Mérito de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar.
¿Se puede ser más creativo que eso?, se pregunta Rodríguez. No lo cree. No lo crea. Pero –desclasado– no se contesta nada. Su lamparita está a oscuras y no se atreve a frotarla por miedo a que sea una lamparita de Aladino ladina, con genio malo. Sí: Rodríguez –fundido a negro– está quemado. Se le quemó esa lamparita que se enciende -–en comics y en dibujos animados– cuando a alguien se le ocurre una idea, una buena gran genial idea. El problema es que, por lo general, es una idea marca ACME. Y cada vez hay más Coyotes y menos Correcaminos en este desierto del Señor. Así que tal vez mejor así: hágase la oscuridad; porque desde 2008 la luz ha aumentado en España sesenta veces más que los sueldos.
¿Por qué?
¡Ni idea!
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