Martes, 12 de mayo de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez tiene la impresión de que todo se parece cada vez más a esas dimensiones alternativas cruzándose y repeliéndose de la Marvel Comics y de sus cada vez más numerosas películas. Un caos de colores y sonidos que a pesar de todo (lo que ha obligado a Batman y a Superman y a la DC Comics a los aires sombríos y las depresiones góticas) es de una insensata alegría. En Marvelandia (de un tiempo a esta parte gobernada, como la galaxia de Star Wars, por el arratonado fantasma de la electricidad de Disney) nada termina y las dimensiones se confunden, los muertos viven, los buenos son malos, los freaks se multiplican, la materia se antimaterializa y los efectos especiales son cada vez mejores a la hora de construir destrucciones. Pero –he ahí lo que diferencia a la historieta de la Historia– en Marvelandia todo lo hecho pedazos, entérense, se vuelve a armar para la siguiente entrega.
DOS Y ya casi hay un nuevo marvel-film por mes. Y pronto, de seguir así, se estrenará uno cada veinticuatro horas (ya se han anunciado diecisiete títulos más de aquí al 2019; alguno, seguro, dirigido por Kenneth Branagh, quien alguna vez se pensó como un nuevo y odínico y centenario Orson Welles; pero no). Y ahora es el turno de la segunda de The Avengers. Y allí entran Rodríguez y su hijo, quien lo pone al día en lo que hace a cross-overs y spin-offs marveleros que, comparativamente, hacen lucir a las frondosas y enramadas genealogías dinásticas de J. R. R. Tolkien o de George R. R. Martin como minimalistas arbustos de Samuel Beckett. No hace mucho, Rodríguez se rió mucho con un sketch de Saturday Night Live –a partir del descomunal éxito de la adaptación cinematográfica de una línea muy secundaria de la Marvel como Guardianes de la Galaxia– que se burlaba de que la Marvel pudiese llegar a producir una película sobre absolutamente cualquier cosa. Y el hijo de Rodríguez le explica que el primero y original punto de partida para todas las cosas Marvel es el universo de Earth 616; pero que después vienen el reiniciante Ulitimate, el un poco cyberpunk Marvel 2099, el Marvel Noir, el Marvel Zombie, el Bullet Points, el House of M, el Age of Apocalypse, el Mangaverse, el Larval Universe... Rodríguez, por amor a su pequeño, hasta la pasó muy bien leyendo el ensayo Marvel Comics: La Historia Jamás Contada, de Sean Howe. Y lo que se cuenta allí es la épica entre delirante y demencial de una editorial que cambió para siempre la percepción de los superhéroes volviéndolos acomplejados, egoístas, inseguros, vanidosos, infantiles, imprevisibles y, sí, tan débiles y frágiles. Y dentro de la Marvel (donde la genialidad corre junto a la astucia y el oportunismo más descarado: paladín negro si se viene el Black Power, Wolverine canadiense si las revistas se venden bien ahí arriba), como omnipresente viñeta de fondo, el conflicto jamás resuelto entre el aislado dibujante Jack Kirby y el narcisismo sin límites del guionista Stan Lee: los Lennon & McCartney del asunto, el yin y el yang de la página doble, el Crash! y el Kapow!
Y ahí delante, en la pantalla, todo estalla y vuelve a estallar y tiene su gracia, sí. Pero para Rodríguez la mejor de todas estas películas es –de lejos y por mucho– la retro-vintage Capitán América: El Primer Vengador, de Joe Johnston en 2011. Allí, todavía, un mundo en el que los comics sólo eran comics y los héroes eran héroes a secas y sin matices: patriotas eficientes y honestos y entregados a su misión sólo preocupándose por el bienestar del ciudadano. Todo eso que dicen los políticos de aquí y ahora cuando ruedan en campaña sin darse cuenta de que sus máscaras son tan transparentes. Y de que ahí, debajo de los colores de la bandera o del partido, se adivina claramente la mueca de su codicia y, peor aún, de su infinita y todopoderosa incapacidad para salvarnos de ellos mismos.
TRES Ante tanto superhéroe suelto, oír se dejan voces disonantes. Alan Moore –creador de los crepusculares y desencantados paladines de Watchmen– alertó no hace mucho en cuanto a que los “los superhéroes son una catástrofe cultural”. Y de que el entusiasmo por todo este asunto de “abrazar sin ambages personajes infantiles de mediados del siglo XX denota una retirada de las abrumadoras complejidades de la existencia moderna. Nada me resulta más inquietante que descubrir que el público de los films de superhéroes esté compuesto en su mayoría por adultos de entre 30 y 50 años intentando memorizar los vastos y vacuos universos de la Marvel o de la DC Comics cuando deberían estar ocupándose de su propia historia. Todos apuntándose a ver personajes creados hace más de medio siglo para entretener a niños. Odio a los superhéroes. Son abominaciones de nuestra mente”. Algo parecido afirmó el profundamente superficial Alejandro “Birdman” González Iñárritu cuando explicó que los superhéroes y sus películas “no me gustan desde un punto de vista filosófico” y que siempre “han sido veneno, un genocidio cultural; porque la audiencia queda sobreexpuesta al complot, las explosiones, y esa mierda no significa nada acerca de la experiencia del ser humano”. Lo que, enseguida, provocó contraataque de Robert “Tony Stark/Iron Man” Downey, Jr.: “Mire, yo lo respeto. Creo que para un hombre cuya lengua nativa es el español, ser capaz de armar una frase como ‘genocidio cultural’ habla de lo brillante que es”. Pero lo que no entienden ni Moore ni Iñárritu es lo que sí entiende Rodríguez, en la oscuridad, adormecido por las peleas entre colosos y preguntándose si es idea suya o el uniforme de Scarlett “Black Widow” Johansson no es tan ajustado como el de la primera parte. Sí, es mucho más gratificante intentar dilucidar los vínculos secretos entre S.H.I.E.L.D e Hydra que, ahí fuera, verse obligado a comprender un mundo que incluye al rostro de ido sin vuelta de Rajoy, a las cejas enarcadas de la inamovible Esperanza “Magneto” Aguirre, al pañuelito rojo al cuello y las palmitas del eyectado Monedero y a la obsesión de Iglesias con llevarlo todo al terreno de Juego de tronos (mientras parece pasar de moda) porque algún asesor le habrá dicho que eso mola y suma, a la sonrisa inmensa y como de maestra jardinera muppet-voraz de Susana Díaz (ahora suspendida en el aire andaluz por su propia culpa), a los posibles multipactos de Ciudadanos (¿es Albert Rivera Loki?), al aplacamiento del espejismo hulk-independentista, a las nuevas sobre el corte de pelo de la reina Letizia... Y todo eso nada más que en el universo correspondiente a Marvelspaña.
Ciento cuarenta minutos después, todo ha terminado (con el anticipo del advenimiento de Thanos) y hay que salir. Por suerte, recuerda Rodríguez, pronto llegará Ant-Man: una de tipo diminuto entre hormigas, teniendo que cuidarse de que no lo pisen. Casi un Rodríguez-Man, piensa Rodríguez.
Y la historieta continúa.
CUATRO De regreso en casa, la mujer de Rodríguez le dice que no hay nada para comer; que mejor baje a comprar algo al restaurante chino de la esquina; que ya va a empezar el Barça-Bayern con Messi, ese alien-mutante.
“¡Excelsior!”, exclama Rodríguez.
Y sale volando a enfrentarse a un nuevo desafío.
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